– Describe a la chica desnuda.
Lo Bruto, enseguida:
– Regordeta, tetas algo caídas. Pezones grandes oscuros, como si quizá tuviera algo de sangre paisana.
¡Tilín! El tipo sabía.
– ¿Qué llevaba puesto cuando la recogiste?
– Pantalones ajustados. Ya sabe, de esos deportivos.
– ¿Adónde fuisteis?
– A su pensión, claro.
– La dirección, Vincent.
– ¡Oh! Esto… creo que era un motel llamado Red Arrow Inn.
Di unos golpecitos sobre la grabadora.
– Escucha con atención, Vincent. Hay un hombre complicado en este asunto, pero no creo que seas tú. Sólo dime si la chica dijo algo parecido a esto.
Lo Bruto asintió; yo pulsé Play. Un siseo de estática y: «Ahora yo seré la hija y tú el papá, y si eres complaciente conmigo, luego lo haremos otra vez sin cobrar.»
Pulsé Stop. Junior: ninguna reacción. Lo Bruto:
– Vaya, esa gatita enferma está llena de sorpresas.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que no me hizo poner condón.
– Quizás ella utiliza diafragma.
– Niet. Fíese de lo que dice el señor Polla Grande: esas chicas siempre lo hacen con goma.
– ¿Y ella, no?
– Lo que puedo decirle es que este jinete la cabalgó a pelo. Y puedo asegurarle, paisano, que mi salchicha funciona muy bien. Fíjese en el montón de críos que me tienen trabajando como un esclavo para poderlos alimentar.
Una conjetura: Lucille, estéril a consecuencia de algún raspado.
– ¿Qué hay de la cinta?
– ¿Qué hay de ella?
– ¿La chica dijo algo parecido a eso de la hija y el papá cuando estuviste con ella?
– No.
– Pero has dicho que le gustaba decir guarradas.
– Decía que la mía era la más grande. Yo le dije que no me llamaban señor Polla Grande porque sí. Ella dijo que le gustaban grandes desde hacía mucho tiempo y yo le repliqué que, para una chica como ella, «hace mucho tiempo» significaba la semana pasada. Ella dijo algo así como, «te sorprenderías».
Junior se tiró de los gemelos. Le pinché:
– Esa Lucille parece uno de los mariquitas de Fern Dell Park, socio. Pollas grandes: todos los maricas tienen esa fijación. Tú has trabajado con ellos más que yo, socio; ¿verdad que tengo razón?
Junior se retorció, apurado.
– ¿Verdad que tengo razón, sargento?
– Sí… Sí, claro… -Con voz ronca.
Insisto con Polla Grande:
– ¿Así que la chica llevaba pantalones deportivos ajustados?
– Exacto.
– ¿Comentó algo de un pervertido que la acosara, quizás un mirón que fisgaba sus citas con los clientes?
– No.
– ¿Y llevaba pantalones ajustados?
– Sí, ya se lo he dicho.
– ¿Qué más llevaba?
– No lo sé. Una blusa, creo.
– ¿No era un abrigo de pieles?
Nervios de toxicómano: Junior rompió uno de los gemelos de tanto retorcerlo.
– No, ningún abrigo de pieles. O sea, ¡qué coño!, la chica era una puta de Western Avenue.
Cambio de tema:
– Así que has dicho que la chica decía guarradas.
– Sí. Decía que el señor Polla Grande se merecía el nombre.
– Olvídate de la polla. ¿Dijo alguna «guarrada» más?
– Dijo que estaba follando con un tipo llamado Tommy.
Hormigueo/piel de gallina.
– Tommy, ¿qué?
– No lo sé. No le oí ningún apellido.
– ¿Dijo si era su hermano?
– ¡Vamos, eso es una locura!
– ¿Vamos? ¿Recuerdas la cinta que acabas de escuchar?
– ¿De modo que se trata de eso? Pero papá e hija no es lo mismo que hermano, y los blancos no hacen esas cosas. Son pecado, son una infamia, son…
Un golpe sobre la mesa.
– ¿Dijo si era su hermano?
– No.
– ¿Mencionó el apellido?
– No -un susurro; asustado, ahora.
– ¿Dijo algo de perversiones?
– No.
– ¿Dijo si era músico?
– No.
– ¿Dijo si vendía narcóticos?
– No.
– ¿Dijo si le pagó?
– No.
– ¿Dijo si era un ladrón?
– No.
– ¿Un voyeur, un mirón?
– No.
– ¿Te dijo qué le hizo?
– No.
– ¿Te dijo algo de su familia?
– No.
– ¿Describió al tipo?
– No.
– ¿Te dijo si le iban las chicas de color?
– No. Agente, escuche…
Di una palmada sobre la mesa. Polla Grande se santiguó.
– ¿Mencionó a un hombre llamado Tommy Kafesjian?
– No.
– ¿Abrigos de pieles?
– No.
– ¿Robos de abrigos de pieles?
Junior encogiéndose, rascándose las manos.
– Agente, la chica sólo dijo que estaba follando con ese Tommy. Dijo que no era demasiado bueno, pero que él se había presentado y que una siempre seguía enamorada del hombre que la había desflorado.
Me quedé paralizado.
Junior saltó de un brinco. El gemelo rodó bajo la puerta.
Nervios a flor de piel. Abrió la puerta de un tirón. Al otro lado, Dan Wilhite. Parpadeos del altavoz del pasillo; lo había oído.
– Klein, ven aquí.
Obedecí. Wilhite me golpeó en el pecho con el índice. Le doblé la muñeca.
– Este caso es mío. Si no te gusta, entiéndete con Exley.
Los matones de Narcóticos llegaron enseguida.
Solté a Dan. Junior intentó meterse, pero le contuve.
Wilhite, pálido, soltando burbujas de saliva.
Sus muchachos se sonrojaron, muy enfadados, con ganas de bajarme los humos. Lo Bruto:
– ¡Caramba, estoy hambriento!
Cerré la puerta.
– De verdad, estoy muerto de hambre. ¿No podría tomar un bocadillo o cualquier cosa?
Pulsé el comunicador.
– Sid, trae al otro tipo.
Lo Bruto fuera, Kaltenborn dentro. Un gordo degenerado con un fez en la cabeza. Junior, bajó los ojos. El tipo:
– Por favor, no quiero problemas…
Su voz, casi familiar. Pulsé Play. Lucille: «Adelante, encanto.» Pausa. «Sí, quiere decir ahora.»
Kaltenborn hizo una mueca. Patata caliente.
Pausa. «Está bien, está bien»: la voz, más familiar. Unos chirridos de somier, gemidos. El gordito se puso a sollozar.
Lucille: «Juguemos a una cosita. Ahora yo seré la hija y tú el papá, y si eres complaciente conmigo, luego lo haremos otra vez sin cobrar.»
Grandes sollozos. Pulsé Stop.
– ¿Era su voz, señor Kaltenborn?
Sollozos, gestos de asentimiento. Junior se movió, intranquilo.
– Deje de llorar, señor Kaltenborn. Cuanto antes responda a mis preguntas, antes le dejaremos irse.
El fez le resbaló hasta quedar ladeado.
– ¿Y Lydia?
– ¿Qué?
– Mi esposa, ella no va a…
– Esto es estrictamente confidencial. ¿Es usted el de la grabación, señor Kaltenborn?
– Sí, sí, soy yo. ¿Es que la policía grabó esa…?
– ¿Esa cita extraconyugal ilegal? No, no fuimos nosotros. ¿Sabe usted quién lo hizo?
– No, desde luego que no.
– ¿Y jugó usted a «papá»?
Con voz amortiguada, sofocada en sollozos:
– Sí.
– Hábleme de eso.
Kaltenborn, agarrando el fez, retorciéndolo, frotándolo:
– Yo quería repetir, así que la chica se puso la ropa y me pidió que se la arrancara. «Arráncame la ropa, papá», me dijo. Yo lo hice, y entonces repetimos. Y eso fue todo. No sé cómo se llama, no la había visto nunca y no he vuelto a verla. Todo esto ha sido una terrible coincidencia. Esa chica es la única prostituta con la que he tenido tratos y estaba en una reunión con mis hermanos de logia para discutir nuestro presupuesto de obras de caridad cuando uno de ellos me preguntó si sabía dónde se podía encontrar prostitutas, así que yo…
– ¿Habló la chica de un hombre llamado Tommy?