Al volante del coche de Miciak, yo solo, hasta Topanga Canyon. Campo Infantil Hillhaven: difunto, territorio de vagabundos. Con la linterna, eché un vistazo a las seis cabañas: ningún indigente instalado allí.
Aparqué el coche fuera de la vista.
Lo limpié.
Arrojé el cuerpo dentro de una de las cabañas: la del Cachorro de Jaguar.
Estrangulé el cadáver para ajustarme al modus operandi del asesino. Lo arrastré sobre el serrín del suelo para obstruir las heridas. Lógica forense: los cuerpos extraños de las heridas impedían determinar el tipo concreto de arma blanca utilizado.
Lógica de la esperanza:
Howard Hughes, reacio a la publicidad, tal vez no pusiera mucho interés en encontrar al asesino de aquel hombre.
Regresé a la autopista de la costa caminando. Rezumando un miedo CALMADO…
Acosado esporádicamente por presuntos perseguidores.
Ser seguido aquella noche significaría lamentarlo el resto de la vida.
Glenda me recogió en la autopista. De vuelta en Mulholland, cada uno en su coche hasta mi casa.
Acostados, sólo para hablar. Conversación trivial, por voluntad de ella. La escena de los cuchillos en Cinemascope y Technicolor. Me esforcé en convencerme que no le había gustado hacerlo.
Descargué un puñetazo en la almohada junto a su rostro. Enfoqué la lámpara de la mesilla de noche a sus ojos. Le dije: Mi padre mató un perro a tiros/yo incendié su cobertizo de herramientas/él pegó a mi hermana/yo le disparé, la pistola se encasquilló/esos jodidos Dos Tonys maltrataron a mi hermana/me los cargué/maté a otros cinco hombres/cogí dinero… ¿Qué te da derecho a jugar tan fuerte?
Golpeo la almohada, obligo a Glenda a hablar. Sin elegancia, sin lágrimas:
Glenda iba de un sitio a otro, sirviendo bandejas en autorrestaurantes, aspirante a actriz. Se acostaba por dinero para pagar el alquiler; un tipo se lo contó a Dwight Gilette. Él le hizo una propuesta: enviarle clientes, al cincuenta por ciento. Ella accedió y cumplió: la mayoría, pelagatos. Una vez, Georgie Ainge; sin malos tratos por parte de éste, pero palizas habituales de Gilette.
Se volvió loca. Le entró esa idea de aspirante a actriz: comprarle un arma a Georgie y asustar a Dwight. La aspirante a actriz, ahora con utilería: una pistola de verdad.
Dwight le hizo llevar a las «sobrinas» de él a casa de su «hermano» en Oxnard. Fue divertido: dos negritas espabiladas. Una semana después, sus fotos en la tele:
Dos niñas de cuatro años encontradas muertas en una alcantarilla de Oxnard. Torturadas, violadas y muertas de hambre.
La aspirante a actriz, chica de los recados. Ahora, actriz de verdad. Un pensamiento:
Matar a Gilette. Antes de que envíe más niñas al matadero.
Lo hizo.
No le gustó hacerlo.
De cosas así, uno no sale tan fresco; sale arrastrándose como puede.
La abracé.
Hablé por los codos de los Kafesjian.
Champ Dineen nos arrulló el sueño.
Desperté temprano. Oí a Glenda en el baño, sollozando.
20
Harris Dulange: cincuenta años, mala dentadura:
– Como tanto yo como la revista estamos más limpios que el culo de un gato, le voy a explicar cómo funciona Transom. Primero, contratamos prostitutas o aspirantes a actriz en apuros para tomar las fotos. El material escrito es de su seguro servidor, el redactor jefe, o es obra de alumnos de la facultad que ponen en papel sus fantasías a cambio de ejemplares gratis. Es lo que en nuestra revista Hush-Hush llamamos «insinuaciones». Colocamos esas iniciales de estrellas de cine en nuestras historias para que nuestros lectores (débiles mentales, lo reconozco) piensen: «¡Vaya!, ¿de veras hablan de Marilyn Monroe?»
Yo, cansado.
Había pasado por la oficina a primera hora para conseguir el retrato robot de Pinker. Exley dijo que no se distribuyera a todas las unidades. La noche anterior me había dejado demasiado agotado como para replicarle.
– ¿Está usted soñando, teniente? Sé que ésta no es la oficina más bonita del mundo, pero…
Saqué el número de junio del 58.
– ¿Quién escribió esa historia de padre e hija?
– No es preciso que me la enseñe. Si es de morenas rollizas ardiendo de deseo por un sucedáneo de papá, la escribió Champ Dineen.
– ¿Qué? ¿Usted sabe quién es Champ Dineen?
– Quién era, porque murió hace algún tiempo. Ya sé que el tipo utilizaba un seudónimo.
Mostré a Dulange el retrato robot que había conseguido Pinker. El hombre no mostró la menor reacción.
– ¿Quién es?
– Puede que el tipo que escribió esas historias. ¿Le ha visto alguna vez?
– No. Sólo hablamos por teléfono. Pero en ese retrato sale bastante guapo. Es sorprendente. Yo imaginaba que el tipo sería un monstruo.
– ¿Le dijo si su nombre auténtico era Richie? Eso podría ser una pista para su identificación.
– No. Sólo hablamos por teléfono en una ocasión. Me dijo que se llamaba Champ Dineen y yo pensé: «Estupendo, y único en Los Angeles.» Teniente, permítame una pregunta: ¿Ese falso Champ tiene alma de mirón?
– Sí.
Dulange, asintiendo y estirándose:
– Hace unos once meses, hacia Navidad, ese pseudo Champ me llama como caído del cielo. Dice que ha tenido acceso a un buen material en la onda Transom, algo así como una mirada furtiva a un prostíbulo. «Estupendo -le dije-. Mándeme unas copias; quizás hagamos negocios.» Entonces, el tipo me envió dos historias. La dirección del remitente era un apartado de correos y pensé, «¡Vaya! ¿Andará huido de la policía, o acaso vive en un apartado postal?»
– Siga.
– El material merecía la pena. Incluso merecía dinero, y yo rara vez pago por el texto, sólo por las fotos. En cualquier caso, eran dos historias de papá y su niñita y los diálogos eran realistas, como si el tipo los hubiera escuchado mientras se dedicaban a sus cochinadas. Las otras historias no eran tan buenas, pero le envié un billete de cien sin anotarlo en los libros. Y además una nota: «Mantenga viva la llama. Su material me gusta.»