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– ¿Le manda los textos manuscritos?

– Sí.

– ¿Los guarda?

– No. Los paso a máquina y luego los tiro.

– ¿Y lo ha hecho siempre con todos los papeles que le ha enviado?

– Exacto. Hemos sacado cosas de ese Champ en cuatro números, y las cuatro veces me he encargado de mecanografiarlos y de tirar los manuscritos. El número que me ha enseñado es de junio del cincuenta y ocho. Champ también aparece en los de febrero, mayo y septiembre. ¿Quiere ejemplares? Puedo hacer que se los envíen del almacén; quizás en una semana.

– ¿No antes?

– ¿Los espaldas mojadas que tienen trabajando ahí? Para ellos, una semana es Speedy Gonzales.

Le dejé una tarjeta.

– Mándelos a mi oficina.

– Está bien, pero le decepcionarán.

– ¿Por qué?

– El Champ es un tipo de piñón fijo. Siempre escribe encuentros casi incestuosos protagonizados por morenas rollizas. Me parece que empezaré a revisar los textos y cambiar cosas. Rita Hayworth intentando tirarse a un sustituto de su padre resulta más picante, ¿no le parece?

Inquieto por Glenda.

– ¿Le paga por cheque?

– No, siempre en metálico. Cuando hablamos por teléfono me dijo que sólo aceptaba metálico. Teniente, le noto impaciente, así que se lo diré: Busque el apartado 5841 de la oficina central de Correos. Ahí es dónde envío el dinero. Siempre en metálico, y si está usted pensando en denunciarme a Hacienda, no lo haga, porque lo de ese Champ está cubierto bajo varias notas de gastos de poca cuantía.

Acalorado; los sudores matinales.

– ¿Qué le pareció esa única vez que habló con él?

– Me pareció un absoluto inútil que siempre ha querido ser un músico de jazz. ¿Oiga, sabe que mi hermano pequeño fue sospechoso en el caso de la Dalia Negra?

¿Apostarme junto al apartado de correos?: me llevaría demasiado tiempo. ¿Conseguir una orden para registrar el contenido?: no. ¿Reventar la caja?: sí. Llamar a Jack Woods.

Monedas en un teléfono:

Jack: sin respuesta. Meg: saca diez de cien de nuestra cuenta de alquileres. Está bien, dice ella, sin pedir razones. Novedades: ella y Jack volvían a estar liados. Reprimí una broma sin gracia: dale los billetes a él, porque va a matar a Junior por orden mía.

A tiros, a cuchilladas, a golpes… Una imagen: Junior, muerto.

Miciak, convertido en un alfiletero. La imagen/la sensación: hojas de cuchillo clavadas en su espina dorsal.

Más llamadas:

Mick Breuning y Dick Carlisle; la calle Setenta y siete, la brigada: sin suerte. Imagino a Lester Lake cagado de miedo: policías enviados a detenerle con falsas pruebas.

Imagino a Glenda: «Mierda, David, me has pillado llorando.»

Bajé al barrio negro, un paseo en busca de nombres. Bares y clubes de jazz abiertos ya. Adelante. Nombres:

Tommy Kafesjian, Richie (¿un viejo amigo de Tommy?). Tilly Hopewell, consorte; Tommy y el difunto Wardell Knox. Mi comodín: Johnny Duhamel, policía ex boxeador.

Nombres mencionados a:

Chicas de bar, drogadictos, vagos, amigos de la botella, camareros. Sus respuestas: Richie, caras inexpresivas. Mirones blancos, nada. Wardel Knox, «está muerto y no sé quién lo hizo». Johnny, «el Escolar», sólo conocido por el boxeo.

El retrato robot del mirón: cero identificaciones.

Anochecer: más clubes abiertos. Más nombres; nulos resultados. Eché un vistazo al tráfico de máquinas tragaperras por puro reflejo. En el Rick Rack, un grupo de recaudadores -blancos/hispanos-; al otro lado de la calle, federales con la cámara preparada. Los hombres de las máquinas de Mickey recogidos en película. Mickey, suicida.

Un montón de Plymouth policiales: federales, del LAPD. Accesos intermitentes de desasosiego: ¿me habría seguido alguien ANOCHE? Me detuve junto a una cabina. Estaba sin monedas; usé fichas falsas. Glenda -en mi casa, en la suya-, sin respuesta. Jack Woods, sin respuesta.

Me acerqué por el Bido Lito's. Dejé caer nombres; dejé caer mierda: no conseguí más que risas burlonas.

Dos copas, mínimo. Ocupé un taburete y pedí dos whiskys. Ojos de vudú: negros de pared a pared.

Apuré la bebida enseguida: dos copas, no más. Calentado por el licor, una idea: esperar a Tommy K. y llevarlo fuera a empujones. ¿Te follas a tu hermana/se la folla tu padre? Zurrarle con el puño americano en los nudillos hasta que escupiera la mierda de la familia.

El encargado de la barra dijo que tenía la tercera copa preparada; le dije que no. Un combo preparándose; hice una seña al saxo para que se acercara. Llegamos a un acuerdo: veinte dólares por un pupurri de Champ Dineen.

Las luces, amortiguadas. Vibráfono/batería/saxo/trompeta. ¡Ya…!

Temas: sonoros/rápidos, suaves/lentos. En voz baja, el barman me habló del mítico Champ Dineen.

La historia:

Salió de ninguna parte. Parecía blanco, pero el rumor convirtió su sangre en mestiza. Tocaba el piano y el saxo bajo, componía jazz y grabó algunos discos. Un tío guapo, muy colgado: follaba en las cabinas para mirones y nunca se dejaba tomar fotos. Champ enamorado: de tres hermanas, niñas ricas, y su madre. Cuatro mujeres, nacieron cuatro hijos. El papá rico y cornudo se cargó a Champ a tiros.

Una copa sobre la barra. La engullí de un trago. Mi legendario mirón: encajarlo en aquella historia.

Sólo tal vez: las cabinas para mirones encajaban con Transom; la intriga familiar encajaba con KAFESJIAN.

Salí a la carrera. Crucé la calle hasta una cabina telefónica. El número de Jack Wood, tres llamadas…

– ¿Diga?

– Soy yo.

– Dave, no preguntes. Todavía estoy buscándole.

– Está bien, no se trata de eso.

– ¿Entonces…?

– Hay dos billetes más para ti, si quieres. ¿Conoces la oficina de Correos del centro, la que está abierta toda la noche?

– Claro.

– Apartado 5841. Fuérzalo y tráeme el contenido. Espera hasta las tres, más o menos, y no te verá nadie.

Jack soltó un silbido.

– Estás metido en problemas con los federales, ¿verdad? Sería inútil pedir una orden de registro, así que…

– ¿Sí o no?

– Sí. Me gusta verte en problemas: eres generoso. Llámame mañana, ¿de acuerdo?

Colgué. Me asaltó un recuerdo: números de matrícula. Los coches de los tipos exprimidos por Junior que Jack había visto durante su vigilancia. Saqué el bloc de notas y llamé a Tráfico.

Lento: cantar los números, esperar. El aire frío absorbió mi sofoco del alcohol y me aclaró la cabeza: traficantes exprimidos, posibles soplones de Junior/de Tommy.

Resultado:

Patrick Dennis Orchard, varón caucasiano, S. High Point, 1704 1/2; Leroy George Carpenter, varón negro, calle Setenta y uno W., 819, # 114; Stephen NC Wenzel, varón caucasiano, S. St. Andrews, 1811, # B.

Dos blancos; sorprendente. Pienso: Lester Lake me dio la dirección de Tilly Hopewell. Aquí está: South Trinity, 8491, # 406.

No está lejos; llego enseguida. Un edificio de cuatro pisos. Aparco junto al bordillo.

No hay ascensor. Subo al último piso a pie. 406: llamo al timbre.

Chasquidos en la mirilla.

– ¿Quién es?

– Policía.

Ruido de cadena, la puerta se abre. Tilly, una treintañera, negra clara; quizá medio blanca.

– ¿Señorita Hopewell?

– Sí. -Ningún acento negro.

– Sólo unas preguntas.

Ella se hizo a un lado, muerta de miedo. El saloncito, mísero, limpio.

– ¿Es usted de Libertad Provisional?

Cerré la puerta.