– No. LAPD.
– ¿Narcóticos? -Piel de gallina.
– Subdirección Administrativa.
Ella agarró unos papeles de encima del televisor.
– Estoy limpia. Acabo de pasar el test de nalorfina hoy mismo, vea.
– No me interesa.
– ¿Entonces…?
– Empecemos por Tommy Kafesjian.
Tilly retrocedió, rozó una silla y se derrumbó en ella:
– ¿Qué es esto, señorito policía?
– Déjate de «señoritos». Tú no eres de esa clase de negras. Tommy Kafesjian.
– Conozco a Tommy.
– Y has intimado con él.
– Sí.
– Y también has intimado con Wardell Knox y con Lester Lake.
– Es verdad, pero no soy de esa clase de negras que consideran eso un gran pecado.
– Wardell está muerto.
– Ya lo sé.
– Tommy le mató.
– Tommy es malo, pero yo no digo que matara a Wardell. Y, si lo hizo, es un protegido del LAPD, de modo que no conseguirá de mí nada que no sepa ya.
– Eres una chica lista, Tilly.
– ¿Quiere decir «lista, para ser negra»?
– Ser lista es ser lista. Ahora, dame un motivo para que Tommy matara a Wardell. ¿Fue por mala sangre respecto a ti?
Sentada muy modosa; una maestra de escuela drogadicta.
– Tommy y Wardell no se cegarían nunca hasta ese punto por una mujer. No digo que Tommy le matara pero, si lo hizo, sería porque Wardell se retrasó en el pago de alguna partida de drogas. Lo cual no tiene ninguna importancia para ustedes, teniendo en cuenta las cestas de Navidad que envía el señor Kafesjian a la central.
Cambio de tema:
– ¿Te cae bien Lester Lake?
– Claro que sí.
– No quieres verle encerrado por un asesinato que no ha cometido, ¿verdad?
– No, pero, ¿quién dice que tal cosa vaya a ocurrir? Cualquier estúpido puede ver que Lester no es de la clase de hombres que mataría a otro.
– Vamos, vamos. Sabes que las cosas no funcionan así.
Tilly, algo ansiosa; descartada esa rehabilitación de la droga.
– ¿Por qué se interesa tanto por Lester?
– Nos ayudamos mutuamente.
– ¿Quiere decir que es usted el casero para el que Lester hace de soplón? Si quiere ayudarle, arréglele la bañera.
Cambio de tema:
– Johnny Duhamel.
– ¿Quién es ése? No me suena.
Recito nombres:
– Leroy Carpenter… Stephen Wenzel… Patrick Orchard… Probemos con un policía llamado George Stemmons, Jr.
Unos cigarrillos en una bandeja cercana. Tilly alargó una mano temblorosa.
Derribo la bandeja de una patada. Provoco a la chica. Ella se lanza.
– ¡Ese Junior es basura! ¡Steve Wenzel es amigo mío y ese desgraciado de Junior le robó la pasta y los polvos y le llamó negro blanco! ¡Ese Junior le soltó toda esa sarta de locuras! ¡Y vi a ese chiflado de Junior tomándose pastillas sin ningún disimulo junto a ese club!
Mostrado en un destello: mi fajo de billetes.
– ¿Qué sarta de locuras? Vamos, eso de la rehabilitación es un camelo. Seguro que te iría bien un pinchazo. ¡Vamos! ¿Qué sarta de locuras?
– ¡No lo sé! ¡Steve sólo dijo «una sarta de locuras»!
– ¿Qué más te dijo de Junior?
– ¡Nada más! ¡Sólo lo que le he dicho!
– Patrick Orchard, Leroy Carpenter. ¿Les conoces?
– ¡No! ¡Sólo conozco a Steve! ¡Y no quiero crearme fama de soplona!
Veinte, cuarenta, sesenta. Dejé caer los billetes sobre su regazo. Ojos de droga, ahora; al carajo el miedo.
– Tommy dijo que Lucille, a veces, hace la calle. Dijo que un hombre de la orquesta de Stan Kenton la recomendó a ese tipo de la agencia de modelos de Beverly Hills, Doug no sé cuántos. Doug… ¿Ancelet? Tommy dijo que Lucille trabajó una temporada para ese hombre, hace varios años, pero que el tipo la despidió porque le había contagiado la gonorrea a sus clientes.
Disgusto: Glenda, ex chica Ancelet. La cinta de mi mirón; el cliente a Lucille: «esa pequeña infección que me pasaste.»
Tilly: ojos de droga, dinero fresco.
Carpenter/Wenzel/Orchard: hice una ronda de direcciones de sur a noroeste. Nadie en casa: ronda por el sur, abro las ventanillas del coche. El aire fresco me aclaró la cabeza.
Dar a Junior por muerto o casi muerto. Descubrirle post-mortem como marica. Soplarle basura homosexual a Hush-Hush, vengar su basura sobre Glenda. Volver a su casa, dejar pruebas, sonsacar a las víctimas de sus extorsiones. Trabajar en el 459 Kafesjian… y relacionar a Junior con el fregado. Un interrogante: su expediente en el cajón de Exley.
Rondas mentales: Exley anuncia mi recompensa por lo de Kafesjian: jefe de la sección de Robos. Es una puñalada a Dudley Smith, el encargado del trabajo de las pieles (autor: su protegido, Johnny Duhamel). Johnny y Junior, ¿socios en el golpe? Mi instinto: improbable.
Reflejo instintivo: poner a Johnny en manos de Dud, desviar la puñalada de Exley, buscar el favor de Dud.
Al sur, piso el gas. Según la radio, Smith estaba ocupado en la calle Setenta y siete. Me acerqué allí; periodistas en el exterior y un capitán con una declaración rimbombante:
Desatender los 187 con víctimas negras, ¡jamás!
¡Atentos al próximo despliegue de celo policial!
En la puerta, varios centinelas impedían el paso a los periodistas: civiles verboten, fanatismo encubierto.
Enseñé la placa y entré. La sala de detenidos estaba abarrotada: sospechosos negros, dos grupos de policías haciendo girar las porras.
– Muchacho.
Smith en la puerta de la sala de guardia. Me acerqué; me dio un apretón de manos que me hizo crujir los huesos.
– Muchacho, ¿venías a verme a mí?
Disimulo:
– Buscaba a Breuning y Carlisle.
– ¡Aaah, estupendo! Esas dos monedas falsas deberían aparecer por aquí pero, mientras tanto, quédate un rato a charlar con el viejo Dudley.
Un par de sillas cerca. Las cogí.
– Muchacho, en mis treinta años y cuatro meses como policía, nunca he visto nada parecido a ese asunto de los federales. ¿Cuánto llevas tú en el departamento?
Veinte años y un mes.
– ¡Ah, estupendo! Con tu servicio en el frente incluido, por supuesto. Dime, muchacho, ¿hay diferencia entre matar orientales y hombres blancos?
– Nunca he matado a ningún blanco.
Dud guiñó un ojo: ¡Oh, muchacho!
– Yo, tampoco. Los siete hombres que me he cargado en el cumplimiento del deber apenas merecen el calificativo de humanos. Muchacho, este asunto de los federales es una jodida provocación, ¿no crees?
– Sí.
– Muy conciso. Y con esa misma concisión de abogado, ¿qué dirías tú que hay detrás?
– Política. Bob Gallaudet por los republicanos, Welles Noonan por los demócratas.
– Sí, extraños compañeros de cama. E irónico que el gobierno federal esté representado por un hombre sospechoso de compañero de viaje. Tengo entendido que ese tipo te escupió en la cara, muchacho.
– Tienes muy buenos ojos por ahí, Dud.
– Visión veinte-veinte, todos mis chicos. ¿Odias a Noonan, muchacho? ¿Me equivoco si digo -un guiño- que te considera negligente en el asunto del vuelo no programado de Sanderline Johnson?
Le devolví el guiño.
– Cree que yo le compré el billete.
Ja, ja, ja:
– Muchacho, no hagas reír a este pobre viejo. ¿Por casualidad fuiste educado católico?
– No. Luterano.
– ¡Aaah! Un protestante. La rama secundaria de la Cristiandad, Dios los bendiga. ¿Sigues siendo creyente?
– No, desde que mi pastor se afilió a la Liga Germano-Norteamericana.
– ¡Ahhh! Hitler, Dios le bendiga. Un poco revoltoso pero, con franqueza, le prefiero a los rojos. Muchacho, ¿en tu rama secundaria de la Cristiandad existe un equivalente a la confesión?
– No.
– Una lástima, porque en este momento nuestras salas de interrogatorio están llenas de confesores y confesantes, y este magnífico rito está siendo utilizado para contrarrestar cualquier publicidad desfavorable que esa investigación federal pueda levantar contra el departamento. Al grano, muchacho: Dan Wilhite me ha hablado de la fijación potencialmente peligrosa del jefe Exley en la familia Kafesjian, contigo como agente provocador. Muchacho, ¿quieres confesar tu opinión de qué pretende ese hombre?