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Abiertos: carpetas con papeles, etiquetas de identificación. Nombres masculinos, desmintiendo las afirmaciones del viejo alcahuete. Orden alfabético: «Amour, Phil», «Anon, Dick», «Arden, Joseph»…

La abrí.

Sin nombre verdadero/sin dirección/sin número de teléfono. Ancelet:

– ¡Esto es una grosera invasión de la intimidad!

Citas:

14/7/56, 1/8/56, 3/8/56: Lacey Kartoonian (Lucille, probablemente). 4/9/56, 11/9/56: Susan Ann Glynn. Una nota al pie: «Obligar a la chica a usar seudónimo. Me parece que intenta que los clientes puedan localizarla a través de canales normales para evitar pagar comisión.»

– ¡Ya estarán en el hoyo dos!

Abrí los demás cajones. Uno, dos, tres, cuatro: sólo nombres masculinos. Cinco, seis, siete: carpetas con iniciales/fotos de prostitutas desnudas.

– ¡Lárguese ahora mismo, maldito mirón salido, antes de que llame a Mort Riddick!

Saqué las carpetas de un tirón: ninguna L.K., ninguna foto de Lucille…

– ¡Karen, llama a Mort Riddick, en la comisaría!

De otro tirón, arranqué el cable del teléfono del despacho del tipo. A Ancelet le tembló el rostro de ira. Mi pensamiento, también tembloroso: olvidar L.K., buscar G.B.

– ¡Señor Ancelet, Mort está en camino!

La pila de carpetas, menguando, y ninguna L.K. Por fin,

éxito con G.B.; entre comillas, «Gloria Benson». El nombre artístico de Glenda; elegido por ella misma, me había dicho.

Cogí la carpeta, cogí la grabadora y cogí la puerta. Fuera, el coche; quemando llanta camino de mi jurisdicción.

Un vistazo: dos fotos desnuda, con fecha 3/56. Glenda parecía incómoda. Cuatro «citas» apuntadas y una nota: «Una chica testaruda que volvió a servir mesas.»

Hice pedazos todo aquello.

De pura jodida alegría, hice sonar la sirena.

22

Una Susan Ann Glynn en los archivos de Tráfico. Dirección: Ocean View Drive, Redondo Beach.

Veinte minutos en dirección sur. Una casa de tablones de madera, sin vista; una mujer embarazada en el porche.

Aparqué y me encaminé hacia ella. Rubia, veintitantos años; los datos del archivo de Tráfico encajaban perfectamente.

– ¿Es usted Susan Ann Glynn?

Me invitó a sentarme con un gesto. Expectante: cigarrillos, revistas.

– ¿Es usted el policía del que me ha hablado Doug?

Tomé asiento.

– ¿Él la ha avisado?

– Ajá. Ha dicho que había revisado un viejo archivo de clientes en el que aparecía mi nombre. También ha dicho que quizá vendría y me causaría problemas como ha hecho con él. Yo le he dicho que ojalá lo hiciera antes de las tres y media, cuando mi marido llega a casa.

Era mediodía.

– ¿Su marido no sabe a qué se dedicaba antes?

Un llanto de niño dentro de la casa. Susan encendió un cigarrillo por reflejo.

– No. Y apuesto a que si colaboro con usted, no se lo dirá.

– Exacto.

Ella carraspeó y sonrió.

– El bebé daba patadas. Bien, esto… Doug ha dicho que el cliente era Joseph Arden, de modo que me he puesto a pensar. Esto no es un asunto de asesinatos ni nada parecido, ¿verdad? Porque el hombre se comportaba como un caballero.

– Investigo un robo.

Toses, un respingo.

– ¿Sabe?, recuerdo que el hombre me caía bien. Le recuerdo claramente porque Doug dijo que le cuidara porque esa otra chica de la agencia le había contagiado la gonorrea y había tenido que tratarse.

– ¿Le dijo cómo se llamaba de verdad?

– No. Yo sí que utilicé mi nombre real en la agencia durante un tiempo, pero Doug me acusó de intentar captar clientes por mi cuenta, de modo que dejé de usarlo.

– ¿Qué aspecto tenía Joseph Arden?

– Agradable. Culto. Cerca de los cincuenta. Daba la impresión de tener dinero.

– ¿Alto, bajo, gordo, flaco?

– Uno ochenta, quizás. De constitución normal, supongo que diría usted. Ojos azules, creo. El cabello, de un castaño medio, podría decirse.

Le enseñé el dibujo.

– ¿Se le parece?

– Demasiado joven. Aunque la barbilla me lo recuerda un poco.

Ruidos dentro. Susan dio otro respingo. Ojeada a sus revistas: Photoplay, Bride's.

– ¿Sabe qué son los álbumes de identificación?

– Ajá. De la tele. Fotos de criminales.

– ¿Querrá usted…?

– No. -Sacudidas de cabeza, rotundas-. Mire, señor, ese hombre no es ningún criminal. Podría pasarme mirando sus fotos hasta que este nuevo bebé mío cumpla los dieciséis, y no encontraría ahí su cara.

– ¿Mencionó si tenía un hijo llamado Richie?

– No hablamos mucho, pero en nuestra segunda cita, creo, dijo que su esposa acababa de intentar matarse. Al principio no le creí, porque muchos hombres le cuentan a una cosas tristes de su esposa para que una se compadezca y finja que lo pasa mejor.

– Dice que al principio no le creyó. ¿Qué fue lo que la convenció?

– Me contó que habían tenido una pelea hacía unas semanas, y que ella se había puesto a chillar y había agarrado un frasco de Dranos y había empezado a tomárselo. Él la había detenido y había ido a buscar a un vecino médico para no tener que llevarla al hospital. Créame, la historia era tan horrible que no podía haberla inventado, estoy segura.

– ¿Dijo si la mujer fue al hospital para seguir algún tratamiento?

– No. El médico vecino se ocupó de todo. Dijo que se alegraba de ello, porque así nadie sabría lo chiflada que estaba su esposa.

Un rastro agotado.

– ¿Le dijo el nombre de su esposa?

– No.

– ¿Y el de algún otro miembro de la familia?

– No. Seguro.

– ¿Mencionó a otras chicas que trabajaban para Doug Ancelet?

Gestos de asentimiento. Impacientes.

– Una de ellas tenía uno de esos apellidos extranjeros terminados en «ian». Me pareció que el hombre tenía…

– ¿Lacey Kartoonian?

– ¡Exacto!

– ¿Qué le dijo de ella?

– Que disfrutaba haciéndolo. Es una buena cosa para los clientes de un servicio de compañía. Cada fulano se cree el único capaz de lograr que una disfrute haciéndolo.

– Sea más concreta.

– Me dijo: «Hazlo como Lacey.» Yo le pregunté cómo lo hacía ella y él me contestó: «Disfruta haciéndolo.»

– ¿No mencionó que fuera esa Lacey quien le pasó la infección?

– No; eso fue todo lo que dijo. Y yo no llegué a conocer en persona a la chica, ni nadie me volvió a hablar de ella nunca más. Y si no fuera por ese nombre tan raro, no me habría acordado de ella en absoluto.

Conexiones cronológicas:

Navidades del 57: la madre del mirón, otra vez con el blues del suicida. Susan Glynn/Joseph Arden: citas en 9/56. La señora Arden, tomadora de Dranos; tratamiento privado. La policía daba carpetazo a los casos de suicidio. Arden, rico: si su mujer se suicidaba, cobraría por una cláusula legal extra.

Relación:

Cartas, cintas del mirón, Ancelet.

Frases:

Joseph Arden a Lucille: «esa infección que me pasaste.»

Mamá a Champ/mirón: «Tu padre me pasó lo que esa prostituta le había pasado a él.»

Conclusión:

El mirón había espiado a su propio padre follando con Lucille. Susan:

– Un centavo por sus pensamientos.

– No le gustarían.

– Hágame otra pregunta.

– Cuando trabajaba para la agencia, ¿conoció a una chica llamada Gloria Benson? Su verdadero nombre es Glenda Bledsoe.

Susan, con una sonrisa complacida:

– La recuerdo. Dejó a Doug para hacerse estrella de cine. Cuando leí que había firmado un contrato con Howard Hughes, me sentí muy contenta.

23

Comisaría de Wilshire. Espera, trabajo. Empolvé los sobres de las cartas mamá/mirón. Aparecieron dos huellas. Comprobé las de Jack Woods en los archivos. Coincidían: Jack había tocado la mercancía. Ninguna carta posterior a Navidad en el apartado de Correos; ¿por qué?