Llamé a Sid Riegle: comprueba suicidio/intentos de suicidio, mujer blanca, desde Navidad del 57. Supón que hay informe de conclusiones del forense; pregunta en la comisaría, brigada por brigada. Policía local y del condado. Buscar: marido, acomodado, edad mediana/hijo/hijas. Sid: te ayudaré en los ratos libres, nunca apareces por aquí, estoy llevando la sección por ausencia.
Llamé a las granjas Arden, un tiro a ciegas a ese alias de Joseph Arden. Intento nulo: ningún propietario/empleado apellidado Arden; el fundador, muerto, sin herederos.
Llamé a la comisaría de University (cuatro de la madrugada: en plena reunión del turno de noche). En comunicación abierta vía radio:
¿Alguien conocía a un tal Joseph Arden, cliente de prostitutas, varón blanco, nombre supuesto?
Un patrullero: «creo que fiché ese alias.» No recordaba el nombre real, el vehículo ni la descripción.
Joseph Arden, muerto de momento.
Un repaso al teletipo: ningún 187 de Topanga Canyon. Miciak, el alfiletero, descomponiéndose.
Cena: barras de dulce de una máquina expendedora. Ocupo una sala de sudar, espero.
Echo la silla hacia atrás y me invade una oleada de sueño. Medio dormido: el señor Tercera Persona dice hola.
El Red Arrow Inn. El mirón apalanca la puerta de Lucille. Las marcas de palanca en la puerta del mirón no correspondían.
El 459 de Kafesjian: perros guardianes degollados y cegados; los ojos, embutidos en la garganta.
El mirón sollozando, escuchando:
A Lucille con varios clientes… y con el padre del mirón.
El mirón, visiblemente pasivo.
El ladrón, visiblemente brutal.
La vajilla de plata robada, encontrada: la cama del mirón rasgada y acuchillada. Presunto autor: el propio mirón. Mi nuevo instinto: tercera persona/apalancador de la puerta = ladrón/destrozacamas =
Un loco distinto.
Medio soñando: gárgolas locas de sexo persiguiéndome. Medio despierto:
– Dos a la vez, teniente.
Un agente de paisano desconocido, haciendo entrar en la sala de interrogatorio a dos tipejos, uno blanco, otro moreno. El agente los esposó a las sillas, con las manos pegadas al asiento.
– El rubio es Patrick Orchard y el negro es Leroy Carpenter. Mi compañero y yo fuimos a casa de Stephen Wenzel y parece que la ha abandonado precipitadamente.
Orchard: enjuto, con granos. Carpenter: traje púrpura, la facha de moda entre los morenos.
– Gracias, agente.
– Encantado de servirle -una sonrisa-. Encantado de ganar unos cuantos puntos ante el jefe Exley.
– ¿Se les busca por algo?
– Desde luego. Leroy, por abandono infantil. Y Pat ha violado la libertad condicional en Kern.
– Si colaboran, les dejaré libres.
– Claro que sí. -El agente me guiñó un ojo.
Le devolví el guiño:
– Mire mañana en la lista de detenidos, si no me cree.
Orchard sonrió. Leroy dijo, «¡Vamos, hombre!» El agente de paisano, «¿Uh?» y se marchó, encogiéndose de hombros.
La hora del espectáculo.
Tanteé debajo de la mesa. Bingo: una porra sujeta con cinta adhesiva.
– Lo digo en serio, y esto no tiene nada que ver con vosotros. Tiene que ver con un policía llamado George Stemmons, Jr. Le vieron mientras os apretaba las tuercas a vosotros dos y a un tipo llamado Stephen Wenzel, y lo único que quiero de vosotros es que me habléis del asunto.
Orchard: labios secos, impaciente por cantar. Leroy:
– ¡A la mierda, blanquito hijo de puta! ¡Conozco mis derechos!
Le aticé con la porra -brazos, piernas- y volqué la silla.
Dio contra el suelo de costado, sin gemidos, sin gañidos; buenas piedras.
Orchard, frenesí chivato:
– ¡Eh, yo conozco a ese Junior!
– ¿Y?
– ¡Y me chantajeó y se quedó con mi pasta!
– ¿Y?
– Y me robó mi… mis…
– Y te robó tus narcóticos ilegales. ¿Y?
– ¡Y ese tipo estaba drogado hasta las cejas!
– ¿Y?
– ¡Y soltaba no sé qué tonterías de «soy un genio criminal»!
– ¡Y se tomó lo mío! ¡Se tomó todas mis papelinas allí mismo, delante del club Alabam!
Confirmado por Tilly Hopewell.
– ¿Y?
– Y… y…
Golpeé su silla con la porra:
– ¿¿¿Y…???
– Y… Y conozco a Steve Wenzel. ¡Steve me dijo que Junior también le había ido con esa misma mierda!
También confirmado por Tilly. Observé a Leroy (demasiado callado), me fijé en sus dedos…
Hurgando en el cinturón, furtivos.
Levanté su silla y tiré del cinturón. Varias papelinas de caballo saltaron de sus pantalones. Improvisé:
– Mira, Pat, esto no se lo he encontrado al señor Carpen-ter, sino a ti. Y ahora, ¿tienes algo más que decir sobre Junior Stemmons, Steve Wenzel o tú mismo?
Leroy:
– ¡Estás loco, detective!
– ¿Y, señor Orchard?
– Y Steve dijo que había hecho un trato con ese loco. Junior prometió a Steve un montón de pasta para comprar ese montón de caballo. Hace un par de días, Steve me dijo que Junior necesitaba veinticuatro horas para conseguir el dinero.
– ¡Blandengue, chivato, hijo de puta! -Leroy.
Junior, chiflaaado. JACK, MÁTALE. Volteando la porra:
– Posesión de heroína con intención de vender. Conspiración para distribuir narcóticos. Agresión a un agente de policía, porque me acabas de dar un puñetazo. Y ADEMÁS, señor Orch…
– ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Está bien!
Descargué un cachiporrazo sobre la mesa:
– ¿¿¿Y…???
– Y ese loco de Junior me obligó a ir con él al club Alabam. ¿Usted… usted conoce a ese policía boxeador?
– ¿Johnny Duhamel?
– Eso es. El que ganó los Guantes de Oro. Junior empezó a incordiar al… al…
La lengua trabada de mala manera. Le quito las esposas, dejo que se tranquilice. Leroy:
– ¿Qué, señor policía, le da miedo soltarme las manos a mí también?
– ¡Joder, así está mucho mejor! -Orchard.
– ¿¿¿Y…???
– Y Junior estaba espiando con micrófonos ocultos a ese chico de los Guantes de Oro.
– ¿Qué hacía Duhamel en el club Alabam?
– Parecía estar vigilando a los tipos reunidos en esa trastienda cerrada con cortinas que tienen en ese local.
– ¿Qué tipos? ¿Qué hacían allí?
– Parecían anotar cifras de esas máquinas tragaperras.
– ¿Y?
– Oiga, ¿no sabe decir otra cosa?
Di otro porrazo sobre la mesa. Fuerte. La hice saltar del suelo.
– ¿Y por qué te llevó Junior Stemmons al club Alabam?
Orchard, con las manos alzadas, suplicante:
– Está bien, está bien, está bien. Junior como se llame estaba hasta las cejas de polvos. Estuvo charlando con el hombre de los Guantes de Oro y le contó esa loca fantasía de que yo tenía un montón de pasta con la que comprar abrigos de visón. El policía boxeador casi se volvió loco tratando de hacer callar a Junior. Estuvieron a punto de llegar a las manos.
También vi a esos otros dos policías que conozco de vista, observando toda la escena con mucho interés.
– Describe a esos otros dos policías.
– Un aspecto poco recomendable, mierda. Un tipo rubio y corpulento y su compañero, delgado y con gafas.
Breuning y Carlisle: seguir desde allí:
Duhamel espiando la actividad con las máquinas tragaperras: ¿de servicio para la brigada Antibandas? Matones espiándole a éclass="underline" ¿como sospechoso del robo de pieles?
Orchard:
– Mire, ya no tengo más «y esto, y lo otro…» para usted. A partir de aquí me puede amenazar con lo que quiera, pero todo cuanto le diga serán bobadas.
Presionar al otro tipejo:
– Canta, Leroy.
– «Canta», una mierda. Yo no soy ningún soplón.