Rompí el papel, lo arrojé al inodoro y tiré de la cadena.
«A salvo»/«envuelto»/huellas = el revólver guardado en la caja de seguridad.
Tanteé las paredes: no noté huecos.
Destripé cojines: ratoneras cebadas con matarratas saltaron al tocarlas.
Tiré de una tabla floja del piso: en un tablero electrificado se iluminó Jesucristo, brillante y tornasolado.
Solté una carcajada.
Junior, 99% LOOOCO – 1% cuerdo. Evidencia de cordura: conducta metódica, lógica, concisa, sucinta, plausible. Di por sentado que había tomado disposiciones para el caso de' muerte: poner aquellas pruebas concisas, lógicas, plausibles y sucintas en manos de su heredero más lógico, de su más posible reivindicador: Howard Jodido Hughes.
Más carcajadas, hasta casi no poder respirar. Arroz inflado crepitando en el suelo. Voces en la puerta de al lado. ¿A qué vendrán esas LOOOCAS carcajadas del agradable y educado señor Stemmons?
Agarré el teléfono, lo moví torpemente, marqué.
– ¿Hola? ¿Dav…?
– Sí, soy yo.
– ¿Dónde estás? ¿Qué sucedió con Doug?
Ancelet. Distorsión del tiempo: asunto ya viejo.
– Te contaré cuando nos veamos.
– Entonces, ven ahora.
– No puedo.
– ¿Por qué?
– Estoy en un sitio, esperando. Es posible que el tipo que vive aquí aparezca pronto.
– Entonces, déjale una nota diciéndole que te llame a mi casa.
Reprimiendo la risa:
– No puedo.
– Te noto muy raro.
– Te contaré cuando nos veamos.
Silencio, crepitaciones en la línea. Flotaba en el aire lo de Miciak.
– ¿David, tú…?
– No digas su nombre. Y si no ha salido en los periódicos o en televisión, imagino que no.
– Y cuando sea que sí, ya sé lo que tengo que hacer.
– Tú siempre sabes qué tienes que hacer.
– Y tú siempre intentas sonsacarme cómo puedo saberlo.
– Soy detective.
– No, tú eres el hombre que ejecuta las cosas. Y no puedo explicarte todas mis cosas.
– Pero yo…
– Pero tú no dejas nunca de intentarlo, así que ven ahora y prueba otra vez.
– No puedo. Glenda, dime cosas. Distráeme.
La oigo: enciende una cerilla, exhala:
– Bueno, Herman Gerstein ha venido hoy por el plató y ha tenido una agarrada con Mickey. Parece que ha visto algunas secuencias y teme que Sid Frizell esté metiendo demasiada sangre en la película. También, cito sus palabras, «Esa historia de incesto con vampiros puede meternos en el culo a esa maldita Legión de la Decencia cristiana», fin de la cita. Encima, Touch me ha dicho que Rock le ha pasado las ladillas. Y Sid ha estado ofreciendo proyecciones privadas de esa película porno que está filmando en Lynwood. Los actores no son los más atractivos, pero el equipo parecía pasárselo en grande.
– ¿Esta noche, pues?
– Te llamaré.
– Ten cuidado.
– Siempre.
Colgué, cogí una silla y viajé a alguna parte. Allí había vampiros: Tommy, papá persiguiendo a Meg con la bragueta abierta. Sueño en blanco, unas manos me sacuden:
– Sí, es el jefe de Subdirección Administrativa.
– Despierte, teniente.
Arriba, con movimientos violentos.
Dos hombres prototipo de Asuntos Internos, las armas en la mano.
– Señor, Junior Stemmons ha muerto.
26
Código 3 a Bido Lito's: dos coches. Sin explicaciones. Mosqueo: Jack había dicho que se desharía del cuerpo. Calles secundarias, allí:
Reporteros, coches patrulla, varios Plymouth. Federales tomando fotos con zoom. Civiles arremolinándose; aún no había barrera policial.
Aparqué y seguí a una brigada del depósito de cadáveres. Federales charlando; a hurtadillas, escucho:
– …y no tenemos sus fotos en los archivos. Eran desconocidos; lo más probable, tipos de fuera de la ciudad encargados del mantenimiento de las máquinas tragaperras aquí y en una docena de sitios parecidos del Southside.
– Frank…
– Tú escucha, haz el favor. Ayer, Noonan recibió un soplo anónimo sobre un garaje de ahí abajo. Fuimos y encontramos tragaperras a capazos. Pero… era un garaje aislado en una callejuela sucia y no podemos identificar al propietario ni que nos maten.
Intriga de tragaperras. Al carajo.
Corrí adentro. Mucho jefazo: Exley, Dudley Smith, inspector George Stemmons, Senior. Hombres de Laboratorio pululando, Dick Carlisle, Mike Breuning.
Las miradas de vudú me traspasaron: el salvador de Lester Lake. Los dedos rígidos se abrieron a tirones con gesto furtivo; Breuning besó los suyos.
Los auxiliares del depósito entraron una camilla. Les seguí, dejé atrás la tarima del escenario, unos pasillos traseros. Una sala de máquinas tragaperras.
MIERDA…
Junior, muerto: en postura fetal, en el suelo.
Con el lazo del yonqui: torniquete en un brazo, cinturón entre los dientes, sujeto por el rigor mortis.
Una aguja colgando de una vena; ojos desorbitados. Mangas cortas: a la vista, carreras de aguja y cicatrices en venas.
Un agente de uniforme, abstraído:
– He buscado en los bolsillos. Llevaba encima una llave de la puerta principal.
Un hombre de Laboratorio:
– El portero llegó temprano y le encontró. ¡Cómo, una cosa así en medio de la movida de los federales!
El forense, lector de mentes:
– Puede ser una sobredosis auténtica, o un homicidio muy hábil. Esas marcas demuestran que el hombre era un adicto. ¡Dios mío, un oficial de la Policía de Los Angeles!
Jack Woods: nunca.
Ray Pinker me tocó en el codo.
– Dave, el jefe Exley quiere verte. Ahí fuera, detrás.
Salí a toda prisa al aparcamiento. Exley estaba junto al coche de Junior.
– Interprete esto.
– Interprete, mierda. O es verdad, o han sido los Kafesjian.
– Asuntos Internos dice que le encontraron dormido en el apartamento de Stemmons.
– Es verdad.
– ¿Qué hacía allí?
– Me acerqué a la casa de Steve Wenzel y vi el coche de J.C. aparcado frente a la puerta. La casa de Junior no estaba lejos y pensé que tal vez aparecería. ¿Cómo terminó lo de Watts?
– Cinco muertos, sin testigos presenciales. Cuando Tommy Kafesjian disparó no había luz, ¿verdad?
– Ajá. Hizo que uno de los negros apagara la luz. ¿Jefe, ha…?
– Wenzel era la única víctima blanca y el estado del cuerpo impedía una identificación rápida. Al parecer, los disparos provocaron la reacción de diversos individuos también armados presentes en el club. Bob Gallaudet y yo bajamos allí y apaciguamos a la prensa. Contamos que todas las víctimas eran negras y les prometimos pases para los desahucios de Chavez Ravine si suavizaban la historia. Naturalmente, todos dijeron que sí.
– Sí, pero puede apostar a que los federales controlaban nuestras llamadas por la radio.
– Estaban allí también, tomando fotos, pero hasta donde ellos saben el asunto no fue más que un altercado entre negros, aunque de proporciones insólitas.