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Después, teléfonos públicos situados en el barrio negro: posiblemente, negocios de drogas, quizá conversaciones con Steve Wenzel. Una cabina telefónica en Olympic/La Brea: la casa de los Kafesjian, seis manzanas al sur. Junior, loco: ELLOS le habían dicho que no llamara a la casa.

12/11 a 16/11, sin llamadas. Junior CHIFLADO. 16/11: mi llamada nocturna a Glenda.

Lógico, pero:

Llamadas al teléfono público de Lynwood =????

Borracho de agotamiento, busqué huellas en el travesaño del cabezal de la cama. Mierda:

Indicios de manos entrelazadas; dedos entrecruzados asidos a la barra. Restos de sudor, huellas dactilares ocultas viables. Y no correspondían a Johnny. Impresiones claras de Junior entrelazadas con las desconocidas: algún chapero anónimo.

Borrarlas. Riiing… riiing: agarro el teléfono, cierro el dormitorio.

– ¿Exley?

– Soy Johnny Duhamel.

– ¿Qué…? ¿Cómo has sabido que estaba aquí?

– He oído una comunicación por radio acerca de Stemmons. Me he acercado por su casa y los patrulleros me han dicho que estabas dentro. Yo…, escucha, tengo que hablar contigo.

ADRENALINA. Un zumbido en la cabeza.

– ¿Dónde estás?

– No…, veámonos esta noche.

– ¡Vamos, hombre! ¡Ahora!

– No. Pongamos a las ocho en punto. Spindrift, 4980. En Lynwood.

– ¿Por qué allí?

– Pruebas.

– Johnny, dime…

Clic. Tono de marcar. Llevé el dedo al disco. Exley, deprisa…

NO.

No. Exley está cegado con Johnny (sólo quizá).

Llamada alternativa: marco MA 4-8630.

– Oficina del fiscal del Distrito.

– Con Bob Gallaudet, de parte de Dave Klein.

– Lo siento, señor. El señor Gallaudet está reunido.

– Dígale que es urgente.

Chasquidos de conexión y:

– Dave, ¿qué puedo hacer por ti?

– Un favor.

– Adelante. Tú me has hecho unos cuantos, últimamente.

– Necesito una ojeada a un archivo personal de Asuntos Internos.

– ¿Qué es esto, una innovación de Ed? Asuntos Internos es su guardia de élite.

– Sí, es cosa de Exley. Cuando alguien entra en la brigada de Detectives, Asuntos Internos realiza una investigación de antecedentes muy completa. Esta noche tengo que verme con alguien y necesito saber más cosas de él. Tiene que ver con el alboroto del barrio negro y tú podrías echar una ojeada al expediente sin que hayan preguntas.

– Estás haciendo esto a espaldas de Ed, ¿verdad?

– Sí, como esos informes sobre los Kafesjian que te hice llegar.

Una pausa. Segundos eternos.

– Touché, así que llámame dentro de unas horas. No puedo dejar la oficina, pero te prepararé una sinopsis. ¿Cómo se llama el tipo?

– John Duhamel.

– Johnny, «el Escolar». Perdí un buen fajo de billetes en su debut profesional. ¿Te importaría explicarme…?

– Cuando haya terminado, Bob. Gracias.

– Bien; de momento, favor por favor. Y la próxima vez que nos veamos, recuérdame que te cuente lo de la reunión que Ed y yo tuvimos con ese ministro negro. Extraños compañeros de cama, ¿eh?

La cama. Las manos entrelazadas.

– Extrañísimos, maldita sea.

28

Excedente de adrenalina. Me entono para ir a espiar a los Kafesjian.

Aceché la casa desde tres puertas más allá: no hubo espectáculo en la ventana del dormitorio. Nadie buscando mirones. Tres coches en el césped.

Pasatiempos del espía: la radio del coche.

Elegía por Junior. Capellán del LAPD, Dudley Smith: «Era un gran muchacho. Un esforzado luchador contra el crimen, y es un cruel capricho del destino que un hombre tan joven haya sufrido un fallo cardíaco durante la persecución de un vulgar ratero.»

Welles Noonan por la KNX: «…no digo que la sorprendente muerte de un joven policía supuestamente sano esté relacionada con las otras cinco muertes ocurridas durante las pasadas veinticuatro horas en los barrios de South Central Los Angeles, pero me parece curioso que el departamento de Policía de Los Angeles se haya dado tanta prisa en explicar los hechos y dar el asunto por terminado.»

Astuto, Noonan: la mierda atrae a las moscas.

Cuatro de la madrugada, graznidos de saxo de Tommy. La señal para marcharme. Animado por mi propia música: me estaba acercando a ALGO.

Primeras luces, nubes, lluvia. Parada junto a una cabina telefónica: Bob fuera, Riegle al aparato. Pocas novedades en la investigación de la comisaría: ningún suicidio que encajara con LA MADRE DEL MIRÓN.

Me acerco al plató, llueve fuerte, no hay filmación. Suerte: la luz del remolque, encendida. Una carrera hasta la puerta, saltando charcos.

Glenda estaba fumando, inquieta. Tendida en la cama. Sin prisas por tocarme. Fácil de adivinar por qué:

– ¿Miciak?

Ella asintió.

– Ha venido Bradley Milteer. Al parecer, él y Herman Gerstein se conocían aparte de su trabajo para Hughes. Dijo a Herman que habían encontrado el coche y el cuerpo de Miciak y que iban a ser investigados discretamente todos los actores y actrices contratados por Hughes. Mickey le oyó decirle a Herman que vendrían detectives de la policía local de Malibú para hablar conmigo.

– ¿Es todo lo que oíste?

– No. Mickey dijo que la policía lleva la investigación entre algodones para evitar poner en apuros a Howard.

– ¿Mencionó a la sección de Hollywood del LAPD? ¿Habló de un asesino apodado «el Diablo de la Botella»?

Glenda jugó a hacer anillos de humo.

– No. Yo pensaba… es decir, los dos pensábamos que Hughes se limitaría a esconder el asunto bajo la mesa.

– No. Eso fue lo que deseamos. Y no hay ninguna prueba de que Miciak muriese en…

– ¿…en el picadero donde Howard Hughes me follaba y donde ese hombre que maté quería follarme también?

Hacerla callar/hacerla pensar.

– Tú te lo buscaste, y ahora pagas por ello. Ahora, tienes que salir del apuro bien librada.

– Dirígeme. Dime algo para facilitar las cosas.

Tócame, dime cosas.

– Declara que esa noche estabas en casa, sola. No coquetees con los agentes ni trates de caerles bien. Deja caer sutilmente que Hughes es un libertino y apunta alguna prueba de ello. Utiliza eso que no me has querido contar nunca y que te trastorna tanto… ¡Oh, mierda, Glenda!

– Está bien.

Sólo eso: «Está bien.» La besé, chorreando agua de la lluvia.

– ¿Hay por aquí algún teléfono que pueda usar?

– Delante del remolque de Mickey. ¿Sabes una cosa? Si pudiera llorar en el momento oportuno, lo haría.

– No, por favor.

– ¿Te vas?

– Tengo que ver a un tipo.

– ¿Más tarde, entonces?

– Sí, me acercaré por tu casa.

– No espero gran cosa. Tienes aspecto de no haber dormido en una semana.

Llovía a cántaros cuando me refugié bajo el toldo del remolque de Mickey. El teléfono funcionaba y marqué el número de la línea privada de Gallaudet. Descolgó él en persona.

– ¿Diga?

– Soy yo, Bob.

– Hola, Dave. Favor cumplido. ¿Atento?

– Dispara.

– John Gerald Duhamel, veinticinco años. Por lo que respecta a los expedientes personales de Asuntos Internos, no había gran cosa, de modo que he revisado otros archivos para comparar los datos.

– ¿Y?

– Y, aparte de una interesante combinación de licenciatura cum laude en ingeniería y una carrera de boxeador aficionado, no hay mucho que destacar.

– ¿Familia?

– Hijo único. Parece que sus padres eran gente acomodada, pero murieron en un accidente de aviación que dejó arruinado al muchacho cuando aún estaba en la universidad; en cuanto a socios conocidos, tenemos a ese tramposo de Reuben Ruiz y a sus hermanos de manos largas. Pero Reuben, por supuesto, está ahora de nuestra parte. A lo que parece, Duhamel folla a diestro y siniestro sin ser demasiado exigente, igual que me sucedía a mí a su edad. Hubo rumores no confirmados de que amañó su primera y única pelea profesional. Y esas son todas las noticias de interés que he encontrado en los papeles.