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Clic-clic, ruido de carrete. Algo en mi mano derecha, pesado y reluciente: MI ESPADA JAPONESA.

Me volví, enfoqué la vista:

Johnny Duhamel, desnudo, empuñando MI PISTOLA.

Quemado: calor/frío en el cuello, en las manos.

Quemado en carne viva. Johnny arrodillándose con ojos vidriosos, con una mueca burlona.

Quemado, ardor en el rostro. Johnny, la sonrisa burlona, los ojos azules rasgados.

Atacarlo, herirlo: espadazos furiosos, fallidos.

Johnny, tambaleándose. Con más firmeza, descargo mandobles.

Tocado, fallo, tocado: piel pálida cortada, tatuajes bañados en sangre. Tocado de nuevo, corte, corte: un brazo desprendido, un chorro de sangre en el muñón del hombro. Johnny farfullando una cantinela japonesa, los ojos azules rasgados…

Fallo, fallo: Johnny el japonés, tendido boca abajo, retorciéndose terriblemente. El tatuaje del pecho, a la vista: romperlo, rasgarlo.

Fallo, fallo: papel encerado rasgándose.

Acierto. Estocada hacia abajo: la columna se quiebra, la hoja se hunde. Al sacarla, roja POR TODAS PARTES.

Un jadeo. Me cuesta respirar. Sangre en la boca.

Alguien me volvió a pinchar. De nuevo, hormigueo/calor interno/estremecimientos ingles arriba.

Perdiendo el conocimiento: el lanzallamas arde con un calor agradable; el japonés se rinde.

Flotando en una negrura cálida. Tic tac. Un reloj en alguna parte. Conté los segundos. Seis mil… Adormilado: diez mil cuatrocientos…

Aviones japoneses planeando. Voces:

Meg: Papá no me tocó nunca, David, no le hagas daño. El mirón: Papá, papá. Lucille: él es mi papá.

Aviones japoneses ametrallando el barrio negro. Tic tac. Catorce mil y pico.

Negrura cálida.

Visión borrosa: pared con dibujos en punto de espina grises, zapatos.

Espejos de las paredes en desorden; los aviones japoneses. Probé a mover los brazos. Inúticlass="underline" los tenía sujetos con esparadrapo.

Una silla. Atado firmemente a ella.

El chasquido de un proyector»

Luz blanca, una pantalla blanca. Sesión de cine. ¿Papá y Meg? No toleraría que la manoseara. Me debatí. Imposible: el esparadrapo se adhería, no cedía.

Una pantalla en blanco.

Corte a:

Johnny Duhamel, desnudo.

Corte a:

David Klein empuñando una espada.

Zoom a la empuñadura de la espada: Sgto. D.D. Klein, Cuerpo de Marines, Saipan, 24/7/43.

Corte a:

Johnny suplicando, «¡Por favor!», con el sonido mudo.

Corte a:

David Klein revolviéndose, descargando mandobles, fallando golpes.

Corte a:

Un brazo cortado moviéndose aún espasmódicamente sobre el papel encerado del suelo.

Corte a:

David Klein hurgando con la espada; Johnny D., destripado entre estertores.

Corte a:

La lente del objetivo, bañada en rojo; un dedo apartando de ella fragmentos de hueso de la columna.

Solté un grito.

Un nuevo pinchazo me dejó callado de golpe.

Recobrando el conocimiento: Movimiento, noche, imagen borrosa tras el parabrisas.

Barrio negro, South Central.

Dolor en el pecho, dolor en el cuello. Barba incipiente, sin la funda de la pistola.

Un desvío brusco.

Sirenas: uuua uuua.

Escozor en las quemaduras.

Hedor a desinfectante; alguien me mojó.

Dónde/qué/cómo: Johnny Duhamel, suplicando.

No.

No era verdad.

ELLOS me habían obligado a hacerlo.

Por favor… no me gustó.

Sirenas. Llamaradas ante mí.

30

Coches de bomberos, patrulleros de la policía. Mal afeitado; barba de un día, más o menos. Humo, fuego: Bido Lito's en llamas.

Una barrera policial. Giro brusco a la derecha, saltando el bordillo. Justo allí, hombres de traje gris con cámaras: monstruos. Crujido del parachoques, un rótulo: «La autodeterminación es tuya con el profeta Mahoma.»

Ahora, descansando: el tablero de instrumentos, blando y agradable. Mientras pierdo la conciencia:

– Es Klein. Cógelo.

– Creo que tiene una contusión.

– A mí me parece que está drogado.

– No creo que esto sea legal.

– Es irregular, pero legal. Le hemos encontrado sin sentido cerca de la escena de un incendio provocado con homicidio y es el principal sospechoso de nuestra investigación general. El señor Noonan tiene un informador en la oficina del forense y le ha dicho que el compañero de ese Klein murió de una sobredosis de heroína; ahora, fíjate en el estado de este hombre.

– Jim, para el registro escrito, por si esto llega a algún tribunal.

– Dispara.

– De acuerdo. Son las 3.40 de, la madrugada del diecinueve de noviembre de 1958 y soy el agente especial Willis Shipstad. Conmigo están los agentes especiales James Genstell y William Milner. Nos encontramos en el edificio de la Administración Federal en el centro de la ciudad, con el teniente David Klein del departamento de Policía de Los Angeles. El teniente Klein fue recogido hace una hora en un estado de acusada desorientación en la esquina de la calle Sesenta y siete y Central Avenue, en Los Angeles Sur. Se encontraba inconsciente y ofrecía un aspecto de gran desaliño. Le hemos traído aquí para asegurarnos de que recibe la atención médica adecuada.

– Eso es muy gracioso.

– Jim, elimina el comentario de Bill. En resumen, el teniente Klein, quien según nuestros informes tiene cuarenta y dos años, ha recibido posibles lesiones en la cabeza. Presenta quemaduras en manos y cuello, con características que concuerdan científicamente con las causadas por hielo seco. Tiene manchas de sangre en la camisa y restos de esparadrapo adheridos a la chaqueta. Está desarmado. Hemos dejado su coche, un vehículo policial Plymouth del 57, aparcado correctamente en la intersección donde le encontramos. Antes del interrogatorio, se proporcionará al teniente Klein atención médica.

Sentado en una silla de respaldo alto.

Federales.

– Jim, que pasen esto a máquina y ocúpate de que llegue una copia al señor Noonan.

Una sauna de interrogatorios. Will Shipstad, dos agentes federales. Una mesa, sillas, una máquina de taquigrafía. Shipstad:

– Ya está despertando. Jim, llama al señor Noonan.

Un federal salió. Me desperecé: dolores y agujetas de pies a cabeza. Shipstad:

– Ya nos conocemos, teniente. Nos vimos en el hotel Embassy.

– Lo recuerdo.

– Éste es mi compañero, el agente especial Milner. ¿Sabe usted dónde está?

Mi espada japonesa: pantalla grande/color.

– ¿Quiere que le vea un médico?

– No.

Milner (gordo, colonia barata):

– ¿Está seguro? Tiene un aspecto un poco descompuesto.

– No.

Shipstad:

– Bill, eres testigo de que el señor Klein ha rechazado los cuidados de un médico. ¿Qué me dice de un abogado? Usted mismo lo es, de modo que conoce el derecho que le asiste a que un abogado esté presente en el interrogatorio.

– Renuncio.

– ¿Está seguro?

Dios Santo, Johnny…

– Sí, estoy seguro.

– Bill, eres testigo de que he advertido al señor Klein de su derecho a consejo legal, y que lo ha rechazado.

– ¿Por qué estoy aquí?

– Mírese -Milner-. La pregunta debería ser dónde ha estado usted.

Shipstad:

– Le recogimos en la Sesenta y siete y Central. Un rato antes, alguien prendió fuego al club Bido Lito's. Teníamos algunos agentes cerca de la casa, en misión de vigilancia general, y uno de ellos oyó a un testigo que hablaba con los detectives del LAPD. Ese testigo declaró que pasaba junto al Bido Lito's poco después del cierre nocturno del local y vio una ventana rota en la parte delantera. Segundos después, el edificio se incendió. Desde luego, para mí tiene todo el aspecto de un suceso provocado.