Milner:
– En el incendio han muerto tres personas. De momento, suponemos que se trata de los dos propietarios del club y del encargado de la limpieza. Teniente, ¿usted sabe fabricar un cóctel Molotov?
Shipstad de nuevo:
– No estamos insinuando que fuera usted quien prendió fuego al Bido Lito's. Con franqueza, en el estado en que le recogimos creo que no habría sido capaz de encender ni un cigarrillo. Teniente, fíjese qué panorama: Hace dos noches, cinco personas murieron en un club de madrugada en Watts y una fuente bastante fiable nos ha dicho que Ed Exley y Bob Gallaudet ejercieron grandes presiones para mantener silenciados los detalles. Luego, a la mañana siguiente, su colega, el sargento George Stemmons, Jr., aparece muerto en el Bido Lito's. El jefe Exley ofrece a la prensa una comedia musical sobre ataques cardíacos, cuando nos hemos enterado de que la muerte fue, muy probablemente, por una sobredosis de heroína que él mismo se administró. Y ahora, cuarenta y tantas horas después, Bido Lito's se quema y usted aparece casi en el mismo momento, conduciendo en un estado que indica intoxicación por consumo de narcóticos. Teniente, ¿se da cuenta de la impresión que produce todo esto?
La mano de Kafesjian. Johnny D. chorreando sangre…
Milner:
– ¿Klein, está usted despierto?
– Sí.
– ¿Utiliza narcóticos habitualmente?
– No.
– ¿Ah, sólo esporádicamente?
– Nunca.
– ¿Qué le parecería someterse a un análisis de sangre?
– ¿Qué le parecería tener que soltarme por una orden judicial de prueba suficiente a primera vista?
– ¡Vaya, el tipo fue a la escuela de Derecho! -Milner.
– ¿De dónde venía cuando le recogimos? -Shipstad.
– Me niego a contestar.
– ¡Claro! Apelando al derecho a no autoincriminarse -Milner.
– No. Apelando al derecho de silenciar información no incriminadora, según detalla la sentencia del caso Indiana contra Harkness, Bodine y otros, 1943.
– ¡Sí, señor, el tipo se sabe las leyes! ¿Tienes algo más que añadir, listillo?
– Sí. Que tú eres un gordo pedazo de mierda y que a tu esposa se la folla Rin-Tin-Tin.
Milner, rojo cardíaco, gordo de mierda.
Shipstad:
– ¡Ya basta! ¿Dónde estaba usted, teniente?
– Me niego a responder.
– ¿Qué ha sucedido con su arma de servicio?
– Me niego a responder.
– ¿Tiene explicación para el estado lamentable en que le hemos encontrado?
– Me niego a responder.
– ¿Puede explicarnos qué es esa sangre de su camisa?
Johnny, suplicando…
– Me niego a responder.
– ¿Qué, no se te ocurre nada, listillo? -Milner.
– ¿Dónde ha estado, teniente? -Shipstad.
– Me niego a responder.
– ¿Ha sido usted quien ha incendiado el Bido Lito's?
– No.
– ¿Sabe quién ha sido?
– No.
– ¿Ha sido cosa del LAPD, en venganza por la muerte de Stemmons?
– ¿Está loco? ¡No!
– ¿Fue el inspector George Stemmons, Senior, quien ordenó prender fuego al local?
– Yo no… ¡No! ¡Qué locura!
– ¿Lo ha incendiado usted, para vengar la muerte de su compañero?
– No. -Con un ligero mareo.
Shipstad:
– ¿Estaba bajo el efecto de algún narcótico cuando fue encontrado?
– No.
– ¿Utiliza usted narcóticos?
El aparato de escucha de la pared, en funcionamiento. Alguien pendiente de la conversación en alguna parte.
– No.
– ¿Le han sido administrados narcóticos por la fuerza?
– No. -Una buena conjetura: EL COPROTAGONISTA DE JOHNNY. Se abrió la puerta y entró Welles Noonan.
Milner salió de la sala. Noonan:
– Buenos días, señor Klein.
Cabello a lo Jack Kennedy, apestando a laca.
– He dicho «buenos días».
JOHNNY, SUPLICANDO…
– ¿Klein? ¿Me oye usted?
– Le oigo.
– Bien. Tengo unas cuantas preguntas que hacerle antes de que le soltemos.
– Pregunte.
– Eso haré. Y tengo ganas de verme cara a cara con usted. Recuerdo ese precedente que le echó en cara al agente especial Milner, de modo que con esto espero que quedaremos a la par.
– ¿Cómo consigue que el cabello le quede así?
– No estoy aquí para compartir con usted mis secretos de peluquería. Y ahora voy a…
– ¡Cabrón! ¡No he olvidado que me escupió a la cara!
– Sí. Y yo no he olvidado que usted cometió, como mínimo, una negligencia criminal en el asunto de la muerte de Sanderline Johnson. Hasta aquí, estos son…
– Diez minutos, o llamo a Jerry Geisler para que presente un babeas corpas.
– No encontrará a ningún juez que…
– Diez minutos o contrato a Kanarek, Brown y Mattingly para que presenten querella por acoso policial, que conlleva la presentación inmediata ante el tribunal.
– Señor Klein, ¿usted ha…?
– Llámeme «teniente».
– Teniente, ¿hasta dónde conoce usted la historia del departamento de Policía de Los Angeles?
– Al grano, Noonan. No se vaya por las ramas.
– Está bien. ¿Quién empezó lo que, eufemísticamente, llamaré «acuerdo» entre el LAPD y el señor J.C. Kafesjian?
– ¿Qué «acuerdo»?
– ¡Vamos, teniente! ¡Pero si usted les desprecia tanto como yo, estoy seguro!
Despistarle, echarle un cebo.
– Creo que fue el jefe Davis, el anterior a Horrall. ¿Por qué?
– ¿Y eso fue alrededor del treinta y seis o treinta y siete?
– Sí, más o menos por esa época, creo. Yo me incorporé al departamento en el treinta y ocho.
– En efecto, y espero que el hecho de tener asegurada la pensión no le haya causado una falsa sensación de invulnerabilidad. Teniente, el capitán Dan Wilhite es el enlace entre la familia Kafesjian y la sección de Narcóticos, ¿verdad?
– Me niego a responder.
– Comprendo. Lealtad corporativa. ¿Ha sido Wilhite quien ha tratado con los Kafesjian desde el principio del «acuerdo»?
– A mi modo de ver, el jefe Davis hizo tratos con los Kafesjian y fue su contacto hasta que Horrall tomó posesión del cargo, a finales del treinta y nueve. Dan Wilhite no se incorporó al departamento hasta mediados del treinta y nueve, de modo que no pudo ser el primer contacto con la familia, si es que lo ha sido alguna vez…
Noonan, con un tonto aire aristocrático:
– ¡Oh, vamos, teniente! Usted sabe que Wilhite y los Kafesjian son aliados casi ancestrales.
– Me niego a comentar eso. Pero siga preguntando por los Kafesjian.
– Sí, he oído que han despertado su interés.
JOHNNY SUPLICANDO…
Shipstad:
– Tiene usted muy mala cara, Klein. ¿Quiere tomar algo?
Noonan:
– ¿Le dijo usted a Mickey Cohen que retirara sus máquinas expendedoras y tragaperras? Pues no le ha hecho mucho caso. Tenemos fotos de sus hombres encargados del mantenimiento y de la recaudación.
– Me niego a contestar.
– Hace poco hemos encontrado un testigo importante, ¿sabe?
No piqué.
– Un testigo importante -insistió.
– El reloj sigue corriendo.
– Es verdad. Will, ¿crees tú que el señor Klein prendió fuego al Bido Lito's?
– No, señor, no lo creo.
– Klein no puede o no quiere dar cuenta de sus movimientos.
– Señor, no estoy seguro de que él mismo lo sepa.
Me puse en pie. Casi me fallaron las piernas.