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– Quizá no salgamos de ésta -dijo ella.

– Tú, sí -respondí.

– Estás cansado -insistió ella-. Tú quieres confesar.

IV LA JUNGLA DEL DINERO

***

35

– Bien, la autorización judicial parece en orden, pero, ¿qué es ese sello al pie?

– Es una estampilla de Correos. El fiscal de aquí envió los papeles a un juez del Este.

– ¿Por alguna razón en especial?

Para esquivar a los juristas amigos de Exley. Abre la caja fuerte, tipejo entrometido.

– No; sencillamente, el señor Noonan sabía que el juez federal de este distrito estaba demasiado ocupado para atender peticiones de registro.

– Entiendo. Bien, supongo…

Le corté al instante:

– El documento es válido, así que vamos de una vez.

– No es preciso ser tan brusco. Por aquí, caballeros.

Ventanillas de caja, cabina del vigilante, entrada a la caja fuerte. La puerta, abierta: una Pinkerton en formación de revista. Henstelclass="underline"

– Antes de entrar, quiero que repasemos las instrucciones del señor Noonan.

– Le escucho.

– Uno, puede quedarse todo el dinero que encontremos. Dos, solamente puede inspeccionar los papeles personales que encuentre, y hacerlo en una dependencia del banco. Una vez los haya estudiado, me los entregará para marcarlos y tomar nota de ellos como pruebas federales. Tres, me entregará inmediatamente cualquier artículo de contrabando que pueda encontrar, como narcóticos o armas de fuego, para identificarlo como prueba.

«Armas de fuego»: escalofrío helado.

– De acuerdo.

– Muy bien, entonces. Señor Welborn, usted primero.

A paso ligero, detrás de Welborn. Pasillos de metal gris; cajas de depósito de seguridad apiladas de suelo a techo. Giro a la izquierda, giro a la izquierda, alto.

Welborn, con las llaves oscilando en sus dedos:

– 5290 y 5291. Detrás de esa esquina encontrarán una salita para examinar el contenido.

– Ahora, nos dejará usted a solas al agente Henstell y a mí.

– Como desee.

Dos cajas, altas hasta las rodillas; cuatro cerraduras. Hormigueo al introducir mis llaves.

Welborn: las llaves maestras. Chasquidos simultáneos.

En las mangas de mi chaqueta, sendos pañuelos.

Welborn, remolón:

– Buenos días, agentes.

Ahora, deprisa… Henstell mirándose las uñas, aburrido…

Abrí unos centímetros las tapas: ambas cajas, rebosantes de papeles apilados. Y JUSTO AHÍ, encima de los papeles:

Un revólver. Prueba material robada. Huellas dactilares visibles en la empuñadura y en el tambor de la munición. Envuelto en un plástico protector.

Henstell hurgándose la nariz.

Deprisa:

Quitar el plástico, enterrarlo entre la pila de papeles.

Henstelclass="underline"

– ¿Qué tenemos ahí?

– De momento, carpetas y papeles.

– Noonan lo quiere todo, y no me importaría estar fuera de aquí a la hora del almuerzo.

Bajé las manos; los pañuelos cayeron de las mangas. Tapé el ángulo de visión del federal, limpié el arma…

Tres veces, para asegurarme. Glenda…

Le entregué el revólver.

– Henstell, échele un vistazo a esto.

El federal hizo girar el arma en el dedo y jugó a desenfundar rápido. Un mal espectáculo, nada original.

– Cachas de nácar… Ese Stemmons debía de ser un nostálgico de los vaqueros. Y, fíjese, sin números en el cañón.

Saqué las cajas de sus nichos.

– ¿Quiere inspeccionarlas para ver si hay droga?

– No, pero Noonan lo quiere todo cuando usted termine de examinarlo. También me dijo que le cacheara antes de salir del banco, pero no es mi estilo hacer tal cosa.

– Gracias.

– Le va a encantar la custodia federal. Noonan encarga buenos filetes para el almuerzo todos los días.

Jadeos fingidos:

– ¿Quiere echarme una mano con esto?

– Vamos, teniente, no pueden pesar tanto.

Buena pantomima. Transporté las cajas a un cubículo situado en un rincón y abrí la puerta. Una mesa, una silla; la puerta, sin cerrojo por dentro. Coloqué el respaldo de la silla bajo el pomo.

Volqué las cajas e inspeccioné el contenido:

Carpetas, fotos, papeles sueltos: lo apilé todo sobre la mesa.

Cuatro llaves en una bolsita con una inscripción: «Cerrajería Brownell, Wabash Ave. 4024, Los Angeles Este.»

Recortes de prensa sueltos. Los desdoblé por los pliegues.

Adelante: una ojeada al conjunto del material.

Declaraciones mecanografiadas: Asesinato número uno (Glenda Bledsoe/Dwight Gilette). Mi intervención para eliminar pruebas, explicada en detalle por Junior de su puño y letra.

La declaración de George Ainge: original mecanografiado y cinco copias.

Ampliaciones fotográficas: huellas dactilares sacadas de la ficha juvenil de Glenda e impresiones digitales halladas en el arma. Un informe del análisis de las huellas: Fotos con los puntos de comparación señalados.

Informe sobre la situación del testigo:

«El señor Ainge vive actualmente en un lugar indeterminado de la zona de San Francisco, bajo nombre supuesto. Tengo acceso a él por teléfono y le he facilitado dinero para que pueda ocultarse y escapar a las posibles represalias del teniente David D. Klein. Permanezco en contacto con él por si fuera llamado como testigo en el proceso del Condado de Los Angeles contra Glenda Louise Bledsoe.»

Mi detector de mentiras interno lanzó la alarma: Hubiera apostado cualquier cosa a que Ainge se había esfumado por su cuenta, sin la ayuda de nadie.

Páginas escritas a mano. Garabatos, jeroglíficos apenas legibles, caligrafía descuidada:

(Ilegible)/«He encontrado una pista en los papeles»/(ilegible)/«Ha gastado una fortuna hasta el momento»/(ilegible)/borrones de tinta. «De modo que ha gastado una fortuna en manipular al agente John Duhamel»/borrones. «Pero, por supuesto, él es un policía chico rico cuyo padre murió (abril de 1958) dejándole millones.»

Garabatos/dibujos de penes: Junior, homosexual drogado hasta las orejas. El «chico rico» -fácil deducción- era Exley; que protegiera a Johnny D. no era una gran sorpresa. Más garabatos/dibujos de penes/galimatías indescifrable. «Manipular a ese tipo cuya historia nadie creería.» Manchas de café/borrones/dibujos de pollas/«Ver el expediente marcado como Prueba Uno.»

Rebusco entre la pila de papeles. Ahí está. Una carpeta:

Recortes de periódico de mediados de abril de 1958. Una historia lacrimógena de interés humano.

Johnny Duhamel se pasa a profesional; sus padres «ricos» murieron sin un centavo y la universidad del Estado de California le reclama el pago de la matrícula. Johnny asiste a clases y trabaja en tres sitios, sin planes para dedicarse al boxeo profesional. Pero la Universidad se muestra inflexible: o liquida la deuda pendiente, o abandona la institución.

La historia, en el L.A. Times del 18/4/58. Tres resúmenes en Herald/Examiner/Mirror: 24/4, 2/5, 3/5.