– Estaba pensando en ese curso de lógica al que asistimos en la universidad. Ya sabes, causa y efecto.
– ¿Sí?
– Yo… en fin, los periódicos traen un delincuente muerto,
y yo recibo un regalo…
Osciló de mala manera.
– Déjalo.
– Trombino y Brancato, luego Jack Dregna. Cariño, puedo vivir de recuerdos.
– Tú no me quieres como yo a ti.
4
Reporteros ante mi puerta, engullendo comida preparada.
Aparqué lejos, me acerqué por la parte de atrás, forcé una ventana del dormitorio. Ruido. Periodistas charlando de mi historia. Luces apagadas, abro la ventana. Hablo para desactivar la bomba Meg.
Sincero: soy alemán, no judío; en Ellis Island se comieron letras del apellido del viejo. Departamento de Policía de Los Angeles en el 38; en el 42, los marines. Servicio en el Pacífico y vuelta al departamento en el 45. El jefe Horrall deja el cargo; le sustituye William Worton (un general de división del cuerpo de Marines de una integridad chirriante). Semper Fidelis: Worton forma una brigada de matones ex marines. Esprit de Corps: rompemos huelgas, apaleamos a los tipos que quebrantan la libertad provisional antes de encerrarlos otra vez.
Escuela de Leyes, trabajos eventuales: la paga de desmovilización no cubre la Universidad. Recuperador de coches, cobrador de Jack Woods: Mi apodo, «el Contundente». Trabajo para Mickey C. arreglando disputas sindicales por la fuerza.
Hollywood me llama: soy alto y guapo. No sale nada, pero eso proporciona trabajo de verdad. Soluciono una extorsión a Liberace: dos aficionados, chantaje con fotografías. Estoy en buenas relaciones con Hollywood y con Mickey C. Entro en la Brigada, llego a sargento. Cruzo la raya, llego a teniente.
Todo cierto.
Liquidé a mi número veinte el mes pasado: cierto. Con mis ganancias como «el Contundente» compré bloques de pisos en los barrios bajos: cierto. Conviví con Anita Ekberg y la pelirroja del programa de Spade Cooley: falso.
Después, empezaron las estupideces; la conversación derivó hacia el asunto de Chavez Ravine. Cerré la ventana y traté de dormir.
No hubo forma.
Abro la ventana: ningún reportero. Televisión: sólo cartas de ajuste. Apago, me largo: MEG.
Siempre resultaba incómodamente equívoco… y nos tocamos durante demasiado rato para decirlo. Yo impedía que los puños del viejo la tocasen; ella impedía que yo lo matara. Juntos en la universidad, la guerra, cartas. Otros hombres y otras mujeres llegaron y se fueron.
Turbulentos años de posguerra: «el Contundente». Meg: colega, la compinche del matón. Una aventura con Jack Woods; no intervine. Los estudios ocupaban todo mi tiempo y Meg se movía por su cuenta. Conoció a dos rufianes: Tony Trombino, Tony Brancato.
Junio del cincuenta y uno: nuestros padres mueren en un accidente de coche.
Los restos, el testamento…
Una habitación de motel, Franz y Hilda Klein recién enterrados. Nos desnudamos sólo por ver. Uno encima del otro: cada caricia, medio escalofrío de rechazo.
Meg se aparta de pronto, sin acabar. Revuelve la habitación: nuestras ropas, palabras, las luces apagadas.
Yo aún lo deseaba.
Ella, no.
Se echó en brazos de Trombino y Brancato.
Los jodidos se entrometieron en algún asunto de Jack Dragna, el número uno de la Organización en Los Angeles. Jack me enseñó una foto: Meg. Contusiones, marcas. Trombino/Brancato. Comprobado.
Comprobado: habían atracado una partida de dados de la banda.
Jack dijo: cinco de los grandes y los quitas de en medio. Asentí.
Preparé el cebo: un buen golpe, «Vamos a limpiar ese local de apuestas». El 6 de agosto, frente al 1648 de North Odgen: los dos Tonys en un Dodge del cuarenta y nueve. Me colé en el asiento de atrás y les volé los sesos.
Titulares: «Guerra de bandas.» El principal pistolero de Dragna reaccionó enseguida. Su coartada, el párroco de Jack D. El mundo del hampa, revuelto: que los jodidos italianos se mataran entre ellos.
Cobré lo convenido, más un plus sorpresa: un hombre descargando su rabia sobre la escoria que había hecho daño a su hermana. La voz de Dragna, desconcertada. La mía: «Los mataré, me cago en ellos. Los mataré gratis.»
Me llamó Mickey Cohen. Jack decía que ahora, yo estaba en deuda con la Organización: saldaría la deuda con unos cuantos favores. Jack me llamaría, me pagaría los trabajos; simples negocios.
Colgué.
Llamó:
2 de junio del cincuenta y tres: me cargué a un químico que preparaba droga en Las Vegas.
26 de marzo del cincuenta y cinco: maté a dos tipos que habían violado a la mujer de un tipo de la Organización.
Septiembre del cincuenta y siete, un rumor: Jack D., enfermo del corazón. Grave.
Le llamé.
– Ven a verme -dijo Jack.
Nos encontramos en un motel de playa, su picadero privado. Paraíso para ítalos: bebida, revistas obscenas, putas en la sala contigua.
Le supliqué: cancela mi deuda.
– Las putas trabajan menos -respondió Jack.
Le asfixié con una de las almohadas.
Veredicto del forense/consenso entre los hampones: ataque cardíaco.
Sam Giancana, mi nuevo patrón. El intermediario no cambió: Mickey C; favores policiales, trabajos sucios.
Meg notó algo. Me callé lo que tenía relación con ella, asumí toda la responsabilidad. Dormí inquieto, bañado en sudor.
El teléfono. Descuelgo:
– ¿Sí?
– ¿Dave? Dan Wilhite.
Narcóticos: el jefe.
– ¿Qué sucede, capitán?
– Sucede… Mierda, ¿conoces a J.C. Kafesjian?
– Sé quién es. Sé qué representa para el departamento.
Wilhite, en voz baja:
– Estoy en la escena del crimen. No puedo hablar con libertad y no tengo a nadie a quien enviar, de modo que te he llamado.
Encendí las luces.
– Dame detalles. Iré enseguida.
– Es… Mierda, es un robo en casa de Kafesjian.
– ¿La dirección?
– South Tremaine, 1684. Está pasado el…
– Sé dónde está. Alguien llamó a los sabuesos de Wilshire antes de que te llegara la noticia, ¿no es eso?
– Exacto. La mujer de J.C. Toda la familia había salido a una fiesta, pero Madge, la mujer de Kafesjian, volvió a casa antes que los demás. Encontró la casa revuelta y llamó a la comisaría de Wilshire. J.C. y los chicos, Tommy y Lucille, llegaron más tarde y encontraron la casa llena de detectives que no sabían nada de nuestro… hum… de nuestro acuerdo con la familia. Al parecer, se trata de un simple y estúpido robo con escalo y los tipos de Wilshire se están poniendo muy pelmazos. J.C. ha llamado a mi esposa y ella se ha encargado de localizarme. Dave…
– Voy para allá.
– Bien. Trae a alguien contigo y apúntate una en la cuenta.
Colgué e hice unas llamadas para encontrar quien me acompañara. Riegle, Jensen: no respondían. Mierda de suerte. Junior Stemmons:
– ¿Hola?
– Soy yo. Te necesito para un recado.
– ¿Asunto particular?
– No, es un trabajo para Dan Wilhite. Se trata de tranquilizar a J.C. Kafesjian.
Junior soltó un silbido.
– He oído que su chico es un auténtico psicópata.
– South Tremaine, 1684. Espérame fuera y te pondré al corriente.
– Allí estaré. Oye, ¿has visto las últimas noticias? Bob Gallaudet nos ha llamado «policías ejemplares», pero Welles Noonan ha dicho que éramos «parásitos incompetentes». Ha dicho que pedir licores para nuestros testigos al servicio de habitaciones contribuyó al suicidio de Johnson y que…
– Ponte en marcha.
Código 3, respaldar a Wilhite: ayudar al traficante protegido por el LAPD. Narcóticos/J.C. Kafesjian: veinte años de relaciones. Lo introdujo el viejo jefe Davis. Hierba, píldoras, H.: la escoria de Darktown por clientela. A cambio de soplos, J.C. consiguió la franquicia de la droga. Wilhite actuó de perro guardián; J.C. Kafesjian delataba a los traficantes rivales, siguiendo nuestra política: mantener los estupefacientes aislados al sur de Slauson. Su trabajo legaclass="underline" una cadena de lavado en seco. El de su hijo: rey de los matones.