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Jodido tipo listo.

Habría apostado a que me ocultaba información. Mi gran temor, aquellos seguimientos de los federales después de lo de Johnson. Conjetura aventurada, difícil de quitarme de la cabeza: Abe Voldrich, eliminado; visto en las inmediaciones, un Pontiac azul. Jack Woods -nueve muertos por encargo, como mínimo-, mi asesino favorito. Jack Woods, orgulloso propietario de un Pontiac del 56, verdeazulado.

Al centro: el puente de la calle 3, Boyle Height. Al este, hacia Wabash: Cerrajería Brownell.

La tienda: una caseta en mitad de un aparcamiento.

Cuatro llaves -tres de ellas, numeradas-; quizá sacara algún dato de valor.

Detuve el coche ante la caseta y toqué el claxon. Apareció un hombre con una sonrisa profesional.

– ¿En qué puedo ayudarle?

Le mostré la placa y el juego de llaves.

– Llaves 158-32, 159-32, 160-32 y una sin numeración. ¿Para quién las hizo?

– Ni siquiera tengo que mirar los archivos, porque el código 32 es ese almacén -consigna para el que hago todas las llaves de las taquillas.

– ¿De modo que no sabe quién alquiló esas taquillas, en concreto?

– No, señor. La llave sin numeración es de la puerta del local. Las numeradas corresponden a cada taquilla. Y no hago duplicados a menos que el encargado del negocio me dé el visto bueno.

– ¿Dónde está el local?

– En North Echo Park Boulevard 1750. Está abierto las veinticuatro horas, por si no lo sabía.

– Es usted muy rápido con sus respuestas, amigo. Y le noto algo irritado.

– Bueno…

– Vamos, cuénteme.

– Bueno…

– Nada de «bueno…». Soy agente de policía.

Con voz entre el gimoteo y el halago:

– Bueno, lamento tener que decirlo, porque el tipo me cayó bastante bien.

– ¿Qué tipo?

– No recuerdo su nombre, pero es ese pequeño boxeador mexicano de los gallos que siempre pelea en el Olympic.

– ¿Reuben Ruiz?

– Exacto. Vino ayer y me dijo que quería un duplicado de las llaves numeradas, como si hubiera visto las llaves pero no hubiese podido echar los guantes a los dos juegos originales que entregué. «De ninguna manera -le dije-. Ni que fuera el mismísimo Rocky Marciano.»

– ¿De modo que hizo dos juegos de llaves para el local?

– Un original para el encargado, otro para el cliente. El encargado mandó a alguien para hacer un segundo juego para el cliente, porque la gente que había alquilado las taquillas quería un duplicado.

Juego número uno: Junior. Juego número dos: tal vez Johnny D., el colega de Reuben.

– Verá, agente, las cerraduras y las llaves se cambian continuamente para evitar robos. Si habla usted con Bob, el encargado, ¿querrá decirle que estoy cumpliendo con mi parte para mantener las cosas…?

Apreté el acelerador. El cerrajero engulló los gases del tubo de escape.

Echo Park, junto a Sunset. Un almacén de grandes dimensiones. Un aparcamiento, sin vigilante en la puerta. Abrí con la llave que traía.

Un local enorme: una red de pasillos entrecruzados, con taquillas a ambos lados. A la entrada, un plano con números y códigos.

La zona del código 32 llevaba una anotación: «Jumbo.» Sigo el plano: dos pasillos más allá, vuelta a la izquierda.

Tres contenedores de dos metros de ancho, desde el suelo hasta el techo.

Llenos de raspaduras: marcas de ganzúa en la cerradura.

Introduzco las llaves. Las puertas chirrían:

158-32: abrigos de visón, colgados de perchas. Tres metros de fondo por dos de ancho.

Siete colgadores, vacíos.

159-32: estolas y otras pieles, amontonadas en una pila hasta la altura de los hombros.

160-32: abrigos de zorro/visón/mapache. En gran cantidad, colgados/apilados/doblados/arrojados de cualquier manera.

Johnny/Junior/Reuben.

Dudley Smith, jefe de la investigación del robo de pieles, burlado/engañado/vendido.

Exley y Duhamel, manipulando ¿A QUIÉN?

Visón. El tacto, el olor. Los colgadores vacíos, ¿el striptease de Lucille con el abrigo de pieles? ¿Johnny intentando vender el alijo de pieles a Mickey Cohen?

Reuben Ruiz: ex ladrón/hermanos ladrones.

Su intento directo de hacerse con las llaves, sin éxito.

Marcas de ganzúa/local sin vigilancia, abierto las veinticuatro horas.

Clic, la llave/clic, la cerradura/clic, el cerebro. Saqué la pluma y el bloc de notas. Tres taquillas; dejé tres notas idénticas en su interior:

Quiero hablar sobre Johnny Duhamel, Junior Stemmons y quienquiera más que esté relacionado con esto. Es un asunto de dinero, independiente de Ed Exley.

D. Klein

Cerré las puertas -clic, la cerradura/clic, el cerebro- y busqué un teléfono. Encontré una cabina en la otra acera de Sunset y llamé a la oficina.

– Riegle.

– Sid, soy yo.

– Es decir, eres tú y quieres algo.

– Exacto.

– Bien, dime lo que sea, pero te adelanto que este trabajo de Homicidios me está dejando agotado.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que Richie Herrick no aparece por ninguna parte. Primero, Exley emite una orden de busca y captura; luego, la anula, pero ni aun así podemos localizar a un hombre blanco soltero de quien se sabe que frecuenta los barrios negros.

– Ya lo sé, y nuestra mejor baza es dejar que Tommy Kafesjian lo encuentre por nosotros.

– Lo cual no parece muy probable, con esos camellos armenios enclaustrados en su casa y vigilados de cerca por los federales.

– Sid, toma nota de esto.

– Vale, te escucho.

– El almacén de North Echo Park 1750.

– Está bien, he tomado nota. Y ahora, ¿qué?

– Ahora coges tu coche particular y te dedicas a vigilar la entrada y el aparcamiento. Anota el número de matrícula de cualquiera que entre. Cada cinco o seis horas, comunica los datos a la central de Tráfico. Mantén la vigilancia hasta mañana por la mañana y llámame entonces.

Gruñidos teatrales.

– ¿Me lo explicarás todo entonces?

– Ajá.

– ¿Es el asunto Herrick? -Es todo junto, maldita sea.

36

Reuben Ruiz: convencerle con palabras o por la fuerza. Lo que fuera preciso. Investigaciones me facilitó su dirección: South Loma, 229. Bastante cerca. Llegué enseguida; su hermano Ramón, en el porche.

– Reuben está en Chavez, haciendo de puto para la ciudad de Los Angeles.

Otra vez al coche: Chavez Ravine.

Muy concurrido, ahora; desahucios inminentes. «Aparcamiento Policía»: un solar de tierra. Coches policiales apretujados morro contra cola: de la oficina del sheriff, del LAPD, de los federales. Frente a la calle principal, unas colinas; chiquillos mexicanos arrojando piedras desde ellas. Coches patrulla abollados y llenos de arañazos.

Un camino de acceso, estrecho y polvoriento. Lo recorrí hasta llegar a la cumbre. Desde allí, observé el panorama:

Provocadores cargando contra la línea de contención de los uniformados. La calle principal, acordonada. Chabolas flanqueando calles/laderas/barrancos; todo lleno de notificaciones de desahucio. Equipos de cámaras filmando puerta a puerta: federales y un sombrero de ala ancha agitado en alto.

Y un montón de chabolistas apretujados en torno al sombrero. Bajé la ladera hacia allí; unos patrulleros me franquearon el paso en el control policial. Contemplé el panorama: Shipstad, Milner, Ruiz vestido de torero.

Reuben:

Repartiendo dinero, envuelto por los pachucos.

– ¡Dinero!

– ¡El jefe Ruiz!

Algarabía de gritos en mexicano. Incomprensibles.