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– ¿Y más como un abogado?

– No, más como un tipo que trata de comprarse una salida.

– Cuida de ella.

– Escribe cuando puedas, consejero.

Una llamada a Homicidios desde una cabina. Noticias de mierda: ni rastro del expediente de Richie Herrick en Chino. Un mensaje: ver a Pete Bondurant; ocho de la mañana, el Smokehouse, Burbank.

El asunto Vecchio, cerniéndose amenazador.

Tiempo de sobras. Griffith Park, a tiro de piedra de Silverlake. Subí por la carretera este hasta el observatorio.

Un claro en la contaminación, una vista: Hollywood, los barrios al sur. Junto a la entrada, una batería de telescopios a monedas montados sobre plataformas giratorias.

Tiempo de sobras, algo de cambio en el bolsillo; enfoqué uno hacia el plato. Brillo de cristal, asfalto, colinas. Coches aparcados. Más arriba, ahí: la nave espacial.

Ajusto la lente, guiño el ojo. Gente.

Sid Frizell y Wylie Bullock charlando: quizá su habitual discusión sobre sangre y vísceras. Una imagen borrosa, corrijo la lente: vagabundos durmiendo entre los matorrales.

Más cosas:

Un abrazo a la puerta de un remolque: Touch y Rock Rockwell. A la derecha: más extras de Mickey C, discurseando. Un destello metálico: el remolque de Glenda. Glenda.

Sentada en la escalerilla con las piernas recogidas. El vestido de vampira, cada vez más ajado; descolorido, deshilachado.

El cabello un poco más oscuro debido al sudor.

Glenda, tocándose las cicatrices. Implícito en sus ojos: el horror me dio la voluntad… y no te contaré cómo.

Resol, fatiga visual. Enfoco en otra dirección: una pelea entre vagabundos; revolcándose por el suelo, agarrándose.

El visor se queda a oscuras con un chasquido; se había terminado el tiempo. Los ojos me escocían. Los cerré y me quedé quieto un momento.

Fuego graneado de imágenes:

Dave Klein, rompehuelgas: clavos en la punta del garrote.

Dave Klein, cobrador de apuestas: trabajo de bate de béisbol.

Dave Klein, asesino: resaca de cordita y hedor a sangre.

Meg Klein, sollozante: «No quiero que me quieras de esa manera.»

Joan Herrick: «Larga historia de locura en nuestras dos familias.» Por favor, que alguien me dé una última oportunidad de saber.

38

– …de modo que el señor Hughes está furioso. Un psicópata hizo pedazos a Harold Miciak y Hughes pensaba que la cosa estaba clara, pero ahora la policía de Malibú cree que no ha sido el Diablo de la Botella. Ahora dicen que alguien despedazó a Miciak y le estranguló para simular que era cosa del psicópata, y la ex esposa de Miciak no deja de incordiar al señor Hughes para que ponga algún sabueso a investigar, ¡como si él tuviera que gastarse dinero en el asunto! Luego, además de todo eso, Bradley Milteer descubre que estás liado con Glenda Bledsoe y que ella ha estado robando en las casas de citas de Hughes sin que tú le hayas pasado el informe correspondiente.

Hacia el Southside, en el coche de Pete. Bien provisto de herramientas: cachiporra, puños americanos para los nudillos.

– Yo te conseguí el trabajo de Glenda. El señor Hughes no me lo confió a mí porque sabe que estoy expuesto a que me detengan. Yo le dije, dele el trabajo al viejo Contundente, porque es un tipo bastante estoico en lo que se refiere a las mujeres.

Me estiré. Tortícolis, nervios crispados.

– Te pago siete de los grandes para esto.

– Sí, y me has invitado a un asado a la barbacoa y una cerveza, algo que, con franqueza, el señor Hughes no ha hecho

nunca. Lo que digo es que el señor Hughes está furioso contigo, y que podrías ahorrarte ese dolor de cabeza.

Normandie hacia el sur. Pete, fumando; entreabrí la ventanilla. Un recuerdo: mi llamada a Noonan, un rato antes.

– Usted ha quemado una posible prueba federal. Tiene suerte de que no haya revocado su inmunidad inmediatamente, y ahora me pide ese favor tan extraordinario.

– POR FAVOR.

– Ese temblor en la voz me gusta.

– POR FAVOR. Mañana, levante la vigilancia sobre los Kafesjian. Es mi último día completo antes de entrar en custodia y quiero ver si descubro unas cuantas cosas antes de entregarme.

– Supongo que esto tiene que ver con el tal Richie al que buscan los Kafesjian, y que podría ser Richard Herrick, el de ese caso de triple homicidio chapucero en el que usted trabaja.

– Tiene razón.

– Bien. Me gusta la sinceridad y haré lo que me pide si usted declara toda la información que posee de Richie durante las entrevistas previas a la presentación al gran jurado.

– De acuerdo. -Quedamos en eso, entonces. Vaya con Dios, hermano Klein. «Hermano» Klein. Chico del coro luterano; puños/porras/puños americanos…

Pete me dio un codazo suave.

– Chick se ha citado con Joan Crawford en el Lucky Nugget. Ella irá camuflada. Irán a jugar unas manos de póquer o algo así, sin grandes apuestas, y luego al picadero. Tengo que sacar unas fotos del encuentro; luego, Chick me hará la seña convenida. Les seguimos hasta el lugar, dejamos que se pongan a tono y terminamos el trabajo.

Aire frío, faros cabeceando. Un carteclass="underline" «El Dodger Stadium es tu sueño! ¡Apoya el proyecto Chavez Ravine!» Pete:

– Siete de los grandes por tus pensamientos.

– Estoy pensando que Chick debe de tener un montón de dinero en alguna parte.

– Si piensas quedártelo, significa que tendremos que cargárnoslo.

– Sólo era una idea.

– Y nada mala. ¡Dios!, tú y una actriz ex camarera… ¿De veras…?

– Sí, merece la pena.

– No era eso lo que iba a preguntarte.

– Ya lo sé.

– ¿Así están las cosas?

– Así están.

Directos al sur. Gardena. Pete, comentando rumores:

Fred Turentine, escuchas clandestinas para Hush-Hush: material escandaloso a cambio de dinero negro. Freddy, bebedor, desaparecido: de sus bares favoritos y de su trabajo de enseñanza en la cárcel. Presión federal, negros inquietos: no se podía distinguir a las buenas esposas de las chicas de la calle.

Gardena: latidos de neón en el barrio de los palacios del póquer. El Lucky Nugget: el Cadillac de Chick en el aparcamiento, con la capota puesta.

Nos detuvimos detrás, dispuestos para el seguimiento. Actividad en el asiento delantero: Joan Crawford y Chick besuqueándose con ardor.

– ¡Agáchate! ¡Van a verte!

Me agaché y escuché. Chasquido de las portezuelas del coche. Me incorporé de nuevo. Los tortolitos, camino del local.

Pete se apeó.

– Echa una cabezada, si quieres. No pongas la radio o me dejarás sin batería.

Les seguí con la vista: la actriz de cine, el bandido, el extorsionador. Moví el dial de la radio: noticias, basura religiosa, bop.

Un recuerdo: desplumando a los borrachos de Gardena, en tiempos del instituto. Del bop a las baladas, callejón de la memoria: ajustando la cremallera del vestido de promoción de Meg demasiado despacio…

A la mierda. Iba a gastar la batería: apagué la música y cerré los ojos.

Pete, abriendo su puerta:

– Despierta. Se marchan.

El Cadillac arrancó, al tiempo que subía la capota. Pete lo siguió, no demasiado cerca.

Este, norte: el aire fresco me despejó. Seguimiento fáciclass="underline" ambos coches, confabulados. Pete conducía muy relajado. Con un codo fuera de su ventanilla, ignorante de todo, Joan jodida Crawford.

Rumbo norte: Compton, LYNWOOD: terreno peligroso.

Chick, delante de nosotros: giro a la izquierda, giro a la derecha: Spindrift Drive.

4800, 4900: placas en las aceras latiendo extrañas/chifladas/extravagantes. 4980: Johnny D. «¿Por qué encontrarnos ahí?»

Me costaba respirar. Bajé el cristal de la ventanilla.

Giro a la izquierda, giro a la derecha.

Patios vacíos.