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Pete hizo crujir los nudillos. Un ruido seco, como el chasquido del martillo del revólver. Chick, revolviendo las mantas:

– Voldrich dijo que los federales tenían muchas ganas de presentarte como testigo. Dijo que había oído a Welles Noonan y a ese tipo del FBI, Shipstad. Comentaban que habían puesto micrófonos en tu casa y que tenían una cinta en la que hablabas de forma vaga sobre tus trabajos de matón, y en la que también salía Glenda Bledsoe diciendo que se había cargado a un chulo negro llamado Dwight Gilette. Imagina, Dave: Noonan le dijo a Shipstad que iba a ofrecerte inmunidad, a sacarte un montón de información y, luego, a violar el acuerdo a menos que declares contra Glenda por el cargo de asesinato. Shipstad intentó convencer a Noonan de que no jugara sucio contigo, pero Noonan te odia tanto que no quiso saber nada.

La cama daba vueltas.

La habitación daba vueltas.

El revólver daba vueltas…

– ¿Quiénes son ELLOS?

– Dave, por favor. Lo que acabo de contarte es la pura verdad.

– Hay algo que no encaja. Tú no eres el tipo que mandarían los Kafesjian para encargarse de Abe Voldrich. Vamos, Chick, ¿quién me tendió la trampa para que matara a Johnny Duhamel?

– ¡Dave, por favor…!

Todo daba vueltas…

– ¡Por favor, Dave…!

Le aticé. Golpes con la culata del arma. Las mantas amortiguaron el impacto. Tiré de ellas, le golpeé en las costillas. La cama dio vueltas.

– ¿Quién me preparó la encerrona?

Sin respuesta.

– ¿Estás de parte de los Kafesjian? ¿Eres íntimo de esos armenios? ¡Me vas a decir de una jodida vez lo que sepas de Tommy y ese tipo del que anda detrás, ese Richie Herrick!

Sin respuesta. Volví a trabajarle las costillas. Las cachas del revólver se resquebrajaron. Pete me hizo una señaclass="underline" CALMA.

Hice girar el tambor otra vez.

– ¿Sid Frizell está filmando películas porno aquí?

Sin respuesta.

Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.

Chick se hizo un ovillo, temblando…

Apreté el gatillo. Clic. Cámara vacía.

Tembloroso, con ojos que suplicaban delatar:

– Ellos dijeron que necesitaban un lugar para trabajarse un poco a alguien, así que les hablé de este lugar. Sid y su gente estaban montando las secuencias porno, así que el sitio estaba vacío.

– ¿Te dijeron que iban a filmar su propia película?

– ¡No! ¡Dijeron «trabajarse a un tipo»! ¡Eso fue lo que dijeron!

– ¿Quién reveló la película? ¿Colaboró alguien del equipo de filmación de Mickey?

– ¡No! ¡Frizell y sus chicos son unos jodidos payasos! ¡No conocen a nadie, excepto a mí!

– ¿Quién te da las órdenes?

– ¡No, Dave, por favor!

Apoyé el revólver en el colchón, junto a su cabeza.

– ¿Quiénes son?

– ¡NO! ¡NO PUEDO! ¡NO QUIERO!

Apreté el gatillo. Clic/clic/rugido. El fogonazo del cañón le prendió el pelo.

El grito.

La mano enorme apagando las llamas. La mano, extendiéndose enorme para acallar el grito.

Un susurro:

– Lo esconderemos en uno de tus edificios. Haz lo que tengas que hacer y yo le vigilaré. Probaremos a sonsacarle algo sobre el dinero y tarde o temprano se irá de la lengua.

Humo. Lluvia de restos de colchón.

Chick, medio calvo, chamuscado.

TODO DABA VUELTAS.

39

De vuelta a L.Á. A solas en el coche de Pete; paradas en teléfonos públicos de la ruta.

Se lo conté a Glenda: te van a detener por lo de Dwight Gilette. Ella soltó una maldición y trazó un plan: coger un autobús hasta Fresno, ocultarse en casa de una antigua compañera de trabajo del autorrestaurante. Me asaltó el miedo a que tuviera el teléfono intervenido y la instruí para que lo comprobara. Glenda sacó cables y comprobó diodos: no había micrófonos ocultos en su aparato.

Su despedida:

– Somos demasiado guapos para perder.

Jack Woods, tres llamadas sin respuesta; Meg, lo mismo. Una cabina frente a la oficina; suerte: Jack acababa de llegar. Le conté que los federales me tenían jodido: coge a Meg, coge el dinero, LARGAOS.

– Está bien, Dave.

Ningún adiós. Corrí a la oficina. Una nota del escribiente sobre mi mesa: «Llame a Meg. Importante.»

La cesta de Entradas, la de Salidas: ningún informe nuevo sobre Herrick.

Miré en el escritorio: el expediente del caso Kafesjian/He-rrick había desaparecido.

Sonó el teléfono.

– Diga?

– Jefe, soy Riegle.

– ¿Sí?

– Vamos, usted me asignó una vigilancia, ¿recuerda? Ese local de la consigna; usted me dijo…

– Sí, lo recuerdo. ¿Es una llamada de rutina o algo interesante?

Riegle, disgustado:

– Tengo para usted doce horas de visitantes normales, certificados por Tráfico, y un asunto interesante.

– Y bien, dime…

– Y bien, un tipo entró y volvió a aparecer enseguida, corriendo a su coche con cara de susto. Y bien, tomé la matrícula y la comprobé, y el tipo ya me parecía algo familiar. Y bien, era Richard Carlisle, ¿sabe quién le digo? Es un hombre del LAPD y creo que trabaja para Dudley Smith.

Pistas, inconsistentes.

– ¿Jefe, está usted…?

Colgué el teléfono; las pistas inconsistentes, pero algo tomando forma:

Dick Carlisle, detective del trabajo de las pieles.

Dick Carlisle, compañero de Mike Breuning.

11/51: Breuning cierra una investigación de un robo con escalo. Evidentes autores: Tommy K. y Richie Herrick, menores de edad.

Mi expediente del caso Kafesjian/Herrick, desaparecido.

Bajé a Personal. Volantes de petición de expedientes sobre el mostrador del archivero: sólo para jefes con mando de sección.

Convencí al encargado:

Michael Breuning, Richard Carlisle, déjeme ver los expedientes.

– Sí, señor. -Diez minutos, vuelve con las carpetas-: No puede sacarlas del archivo.

Carlisle, empleos anteriores: nada de interés.

Breuning. Una relación con las películas: técnico de revelado de Wilshire Film Processing, del 37 al 39, antes del LAPD.

Una pista; inconsistente, circunstancial.

Una de la madrugada, de vuelta en la oficina. Pensamientos dispersos: Pete, vigilando a Chick en mi casa vacía de El Segundo.

Chick:

«ELLOS»

Asustado de decir «los Kafesjian».

Asustado de dar el soplo. Ellos… ELLOS, ¿quiénes?

La nota de mi mesa: «Llame a Meg. Importante.»

Circunstancial. Carne de gallina hasta mis cortos cabellos.

Meg, en casa de Jack: merecía la pena intentarlo. Tres zumbidos. Jack, nervioso:

– ¿Sí?

– Soy yo.

Ruido de fondo: tacones finos deambulando. Jack:

– Ella está aquí. Se lo está tomando bastante bien; quizá sólo un poco nerviosa.

– ¿Os marcháis mañana?

– Sí. Iremos a los bancos a primera hora, sacaremos el metálico y nos llevaremos letras bancarias. Después, nos marcharemos a Del Mar, abriremos nuevas cuentas y buscaremos alojamiento. ¿Quieres hablar con ella?

Tac tac, Meg caminando. Los tacones altos hacían que las costuras de sus medias se arrugaran.

– Dile que sólo es adiós por ahora y pregúntale qué quería.

Tac tac, voces bajas. Pisadas, Jack:

– Meg dice que ha encontrado un rastro parcial sobre ese edificio de Lynwood.

– ¿Y?

– Ha encontrado algunos informes de tasación de la propiedad en ese archivo del sótano del edificio del Ayuntamiento. Y lo que ha encontrado es un informe de 1937 en el que aparecen Phillip Herrick y un tal Dudley L. Smith como licitadores por el 4980 de Spindrift. ¿Oye, crees que puede ser ése Dudley Smith?