Выбрать главу

Manos sudorosas. Colgué el teléfono.

Vaya vaya:

Ed Exley contra Dudley Smith.

40

Busqué en el escritorio: TELÉFONOS DE EMERGENCIA DE LOS MANDOS. Jefe de Detectives (Domicilio). Marqué. Exley. La una de la madrugada, despierto: -¿Sí? ¿Quién es?

– Klein. Acabo de descubrir que usted maneja a Dudley Smith. -Venga a verme ahora. La dirección es South McCadden, 432.

Una casa Tudor con enrejados. Luces encendidas, la puerta entreabierta. Entré sin que nadie me invitara.

Un salón ostentoso, sacado de un catálogo. Exley, con traje y corbata perfectamente anudada. ¡A las dos de la madrugada, maldita sea!

– ¿Cómo lo ha descubierto?

– Conseguí antes que usted la autorización judicial y abrí las cajas de seguridad de Junior Stemmons. Tenía pruebas de que usted manejaba a Duhamel, y Reuben Ruiz acabó de llenar algunos puntos oscuros sobre el robo de las pieles. Descubrí que ese Dudley y Phillip Herrick compartieron cierta propiedad en el año treinta y siete. Herrick y J.C. Kafesjian llegaron a Los Angeles unos cuantos años antes y apostaría a que Dudley fue el que puso en contacto a J.C. y el LAPD.

Exley, allí plantado, con los brazos cruzados:

– Continúe.

– Todo encaja. Me robaron los expedientes sobre Kafesjian y Herrick y los registros carcelarios de Richie han desaparecido. Dudley podría haber cogido ambas cosas fácilmente. Le encanta fomentar protegidos, de modo que usted le pasó por las narices a Johnny Duhamel.

– Continúe.

Ahora, un buen sobresalto:

– Yo maté a Johnny. Dudley me drogó, me provocó y lo filmó. ¡Hay una maldita película del asunto! Creo que está esperando para utilizarme en alguna cosa.

El «sobresalto» de Exley: una vibración en una vena del cuello.

– Cuando me dijo que Duhamel estaba muerto, supe que tenía que ser Dudley. Pero ese asunto de la película me sorprende.

– El sorprendido soy yo. Cuénteme lo que sepa del asunto.

Exley acercó un par de sillas.

– ¿Cuál es su opinión sobre Dudley Smith?

– Inteligente y obsesionado con el orden. Cruel. Más de una vez se me ha ocurrido que es capaz de cualquier cosa.

– Más allá de su imaginación más desbordada, Klein…

Pelos de punta.

– ¿Y?

– Y ha estado tratando de hacerse con el control del crimen organizado en Los Angeles desde hace años.

– Y, en mil novecientos cincuenta, adquirió una cantidad de heroína robada de una reunión para una tregua entre Mickey Cohen y Jack Dragna. Contrató a un químico que pasó años desarrollando compuestos con ella, para encontrar el modo de producir la droga más barata. Su intención era aumentar los beneficios con la venta, utilizarla para mantener sedados a los elementos criminales negros y, a continuación, introducirse en otros negocios. Su objetivo final era controlar una especie de crimen organizado «contenido». Quería perpetuar las empresas ilegales con zonas específicas de actuación, sobre todo en el Southside.

– Sea más concreto.

Exley, lentamente, provocándome:

– En el cincuenta y tres, Dudley participó en un intento de apoderarse de un negocio de pornografía. Se concertó una cita en una cafetería, la Nite Owl, y Dudley envió a tres hombres armados. Los pistoleros fingieron un atraco y murieron seis personas. Dudley contribuyó a intentar cargar los asesinatos a tres delincuentes negros, pero éstos escaparon de la cárcel y, como usted sabe, yo me los cargué a los tres y al hombre que los escondía.

La estancia dio vueltas a mi alrededor.

– El caso se dio por cerrado pero, como usted sabe también, más tarde se presentó un tipo con una coartada válida para los negros que me había cargado por lo de la Nite Owl, lo cual provocó la reapertura del caso. Ya sé que está al corriente de la historia, Klein, pero bastará con insistir en dos hechos: que los pistoleros de verdad fueron muertos durante la investigación reabierta, y que no dejaron el menor rastro que pudiera conducir a Dudley Liam Smith.

La habitación, un torbellino. Mi cabeza, tratando de atar cabos:

Dudley, ¿interesado por la pornografía? LA PELÍCULA. Sid Frizell filmando películas guarras en el apartamento de Lynwood; sin relación con Smith.

– Y, ahora, Dudley tiene en marcha nuevos planes de dominio. En el barrio negro, estrictamente.

– Bravo, teniente.

– Dudley manipula a Mickey Cohen, ¿verdad?

– Continúe.

– Mickey Cohen ha tenido un comportamiento muy raro desde que empezó el asunto de los federales. En lo que va de año, cuatro de sus hombres han desaparecido; Dudley los ha despachado. Lo único que tiene en marcha Mickey es esa estúpida película de horror que está financiando, y que no creo que tenga relación con nada de esto.

– Continúe.

– Mickey se ha comportado de un modo extraño desde que empezó el asunto de los federales. No ha querido deshacerse del negocio de las tragaperras en el Southside, y eso que le he avisado media docena de veces. Ha traído a gente de fuera de la ciudad para ocuparse de las recaudaciones a plena luz, con los federales presentes y tomando fotos. Comenté el asunto con Chick Vecchio y éste intentó venderme no sé qué estupidez de que Mickey estaba devolviendo un préstamo del sindicato con sus porcentajes del negocio de las monedas. Chick está con Dudley. Dudley se cargó a los cuatro tipos de Mickey e hizo un trato con Chick. Chick es el contacto entre Dudley y Mickey. Eso de seguir con las tragaperras ante las narices de los federales es una especie de maniobra de distracción.

Exley, el muy jodido, sonrió.

– Todo eso es exactamente lo que yo pienso.

– Hablemos de Johnny. Cuénteme cómo le utilizaba.

– No; antes, hábleme de sus averiguaciones sobre Stemmons.

Yo insistí en lo mío:

– Sé lo de esas cuentas bancarias que usted abrió. Sé que pagó a esos periodistas para que escribieran historias sobre Johnny. Sé que usted se ocupó de sus deudas, que le obligó a amañar aquel combate y que le metió en la Academia. Usted proyectó personalmente el robo de las pieles; por tanto, creo que también arregló las pistas de modo que Dudley se convenciera de que el golpe era cosa de Johnny. Usted sabía que a Dudley le encanta fomentar «protegidos», de modo que le puso ante las narices una maldita perita en dulce.

– Continúe.

– Breuning y Carlisle también están con Dudley.

– En efecto.

– Usted le consiguió a Johnny ese trabajo clandestino mientras estaba en la Academia.

– Sea más explícito en eso.

Exley sugiriéndome/apremiándome/elogiándome. Aquel cobarde manipulador…

– Aleccionó a Johnny para que se pasara de la raya. A Dudley le gustan los tipos duros, de modo que usted se aseguró de que Duhamel se creara cierta fama de matón.

– Bravo, teniente.

A otro perro con ese hueso, pensé.

– Jefe, a usted le gusta manipular a la gente tanto como a Dudley. Y tengo que decirle que él es mejor en eso.

– ¿Está seguro, teniente?

– No, no lo estoy. Pero estoy convencido de que cada vez que se mira en el espejo, ve a Dudley.

Exley, «enfurecido»; una ligera sonrisa, una mueca tensa.

– Continúe.

– No. Siga usted con la cronología de los hechos. Dudley picó el anzuelo e hizo que asignaran a Johnny a la brigada Antibandas. Dudley es el oficial al mando de la sección de Robos, de modo que le tocó la investigación del caso Hurwitz. Usted colocó pistas que condujeran a Dudley hasta Johnny. ¿Qué sucedió luego?

– Luego, Johnny se convirtió oficialmente en matón de la brigada Antibandas. Un trabajo brutal, teniente. Siempre he pensado que estaba usted muy dotado para desempeñarlo.

Los puños, apretados; me dolían los nudillos.

– Reuben Ruiz dijo que Johnny estaba haciendo algunas «cosas muy malas». Dudley empezó a manipularle entonces, ¿verdad? Creyó que el golpe era cosa de Johnny y le gustó el estilo. Le impresionó tanto, que confió sus planes a Johnny.