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Ahora estaba sirviendo coches: patines, disfraz de ranchera. Fugitiva de los federales, ¡mierda!, le derramó encima una malta al fiscal de Distrito de Fresno… y. al tipo le gustó. Buenas propinas, cada vez más experta patinadora, salsas excelentes. Glenda, elegante; Glenda, fuerte. Cuéntame ALGO.

Su locuacidad se redujo; su cháchara de chica dura dio paso a otra voz más ronca. Glenda, asustada: encadenando cigarrillos para templar los nervios.

Yo le dije:

Me asustaste.

Me separaste de esa mujer a la que no tengo por qué querer.

46

Mercado de Hollywood Ranch, Fountain y Vine. Entrada al aire libre, el aparcamiento. Coches, compradores, mozos empujando carritos.

8.02: plantado en la acera, sudoroso, agobiado. El chaleco antibalas, muy ajustado.

Breuning, avanzando hacia mí. Atravesando el aparcamiento en diagonal.

Portando un maletín.

Gordo y orondo. Su chaleco a prueba de balas le hacía un bulto en las caderas.

Luces de aparcamiento: bajo ellas, vulgares compradores. Nada de agentes encubiertos merodeando.

Avancé al encuentro de Breuning. Él agarró con fuerza el maletín. Cuello gordo de sapo asqueroso.

– Enséñame el dinero.

– Dud ha dicho que primero me entregues a Vecchio.

– Enséñamelo nada más.

Abrió el maletín, sólo un par de dedos. Fajos de billetes. Cincuenta de los grandes, fácil.

– ¿Satisfecho?

Un mozo del mercado se acercó dando un rodeo, con las manos en el delantal. Un tupé, familiar…

Breuning se volvió hacia éclass="underline" ¿Pasa algo?

Familiar, en blanco y negro brillante: la foto de la vigilancia de las máquinas tragaperras…

Breuning echó mano a su arma.

El maletín cayó al suelo.

Mi 45 se atascó con el chaleco.

El mozo del mercado disparó a través del delantal con ambas manos. Breuning recibió dos impactos limpios en la cabeza.

Gritos.

Un soplo de brisa, dinero volando.

Liberé por fin mi revólver; el mozo se volvió hacia mí, con ambas manos a la vista.

Blanco directo: tres balazos impactaron en mi chaleco y me arrojaron hacia atrás. Humo del cañón en sus ojos. Disparé a través de él.

A quemarropa. Imposible fallar. Un tupé ensangrentado, limpiamente amputado, hostia santa…

Gritos.

Compradores agarrando billetes.

Breuning y el mozo, muertos. Hechos un ovillo.

Otro «mozo» del mercado: apoyado en el capó de un coche, apuntándome.

Gente corriendo/arremolinándose/apretujándose/devorando el pavimento.

Me arrojé al suelo, boca abajo. Disparos. De fusil, muy sonoros.

Francotiradores en los tejados.

El segundo mozo, alejándose bajo la protección de un permanente escudo humano de gente yendo y viniendo.

Francotiradores. Exley me había echado una mano.

Disparando contra el mozo. Fallando por mucho. Una orden por un altavoz:

– ¡Alto el fuego! ¡Rehenes!

Me incorporé. «Rehenes»: el mozo, arrastrando a una viejecita en su retirada.

La anciana agitaba los codos, le clavaba las uñas, ofreciendo una rabiosa resistencia.

El destello de una hoja afilada y el tipo le rebanó la garganta hasta segarle la tráquea.

Rugido del altavoz:

– ¡Cogedle!

Una ráfaga de fusil ametralló a la anciana. El mozo alcanzó la acera arrastrando un peso muerto.

Eché a correr.

Justo en diagonal, por su lado ciego. Alguien, en alguna parte:

– ¡NO DISPAREN! ¡ES DE LOS NUESTROS!

Le sorprendí con el escudo levantado: la anciana era un guiñapo con la boca abierta y el cuello abierto de oreja a oreja. Disparé a través de aquel rostro y los dos cuerpos se separaron. Identifiqué al hombre como uno más de los fotografiados por los federales.

47

«Prosigue la oleada de crímenes que tiene desconcertadas a las autoridades. Hace una hora escasa, cuatro personas resultaron muertas a tiros en el pintoresco mercado de Hollywood Ranch, dos de ellas identificadas como criminales con base en el Medio Oeste, disfrazados de empleados del mercado. También resultó muerto un agente del LAPD, así como una mujer inocente tomada como rehén por uno de los criminales. En el revuelo consiguiente, quedaron esparcidos por el lugar miles de dólares caídos de un maletín y, si se suma a este suceso el ajuste de cuentas entre bandas acaecido horas antes en Watts, que también ha dejado un saldo de cuatro muertos, la ciudad de Los Angeles empieza a parecer la ciudad de los Demonios.»

Noticias por televisión, en mi habitación del motel. La verdad de lo sucedido:

Respaldo de Exley, objetivos de Smith: Breuning y yo. La charada de Dudley: un ajuste de cuentas entre policías deshonestos, dinero de sobornos descubierto. Mi película con Johnny, guardada para entonces: mi reputación, aún más ensuciable postmortem.

«…el jefe de Detectives del LAPD, Edmund J. Exley, habló para los reporteros en el escenario de los hechos.»

Recapitulación.

Mi llamada de control a Newton:

– Tommy y Lucille siguen recorriendo Lincoln Heights, y siguen sin encontrarse. ¡Ah, señor…, otra cosa…! Su compañero, el agente Riegle, llamó para decir que…, esto, señor…, dijo que le hiciera saber que el jefe Exley ha lanzado una orden de busca y captura contra usted porque ha dejado el escenario del tiroteo sin avisar a nadie.

Exley ante las cámaras:

«En este momento retenemos la identidad de las víctimas por razones legales. No confirmaré ni negaré las especulaciones de una cadena de televisión rival sobre la identidad del policía que ha resultado muerto y, en estos momentos, sólo puedo afirmar que ha caído en el cumplimiento de su deber, mientras intentaba atrapar a un criminal con un cebo de dinero marcado del LAPD.»

Un recuerdo instantáneo: el tipo de las tragaperras tragándose los sesos de la anciana.

Llamé a El Segundo. Ring, ring…

Pete Bondurant:

– ¿Sí? ¿Quién es?

– Soy yo.

– ¿Eh, estabas en el mercado de Hollywood Ranch? Por las noticias han dicho que Mike Breuning había muerto y otro policía se había largado del lugar de los hechos.

– ¿Chick sabe lo de Breuning?

– Sí, y la noticia le ha dejado acojonado. Vamos, Dave, ¿estabas allí, sí o no?

– Dentro de una hora estaré ahí y te lo contaré. ¿Está Turentine con vosotros?

– Aquí lo tengo.

– Dile que prepare una grabadora y pregúntale si ha traído el equipo para rastrear llamadas policiales. Dile que quiero una escucha clandestina de la banda 7 de la comisaría de Newton Street.

– ¿Y si no tiene el equipo?

– Entonces, dile que vaya a buscarlo.

48

El piso franco, en mi edificio de renta baja.

Pete, Freddy T.; Chick Vecchio, esposado a una tubería de la calefacción.

Una grabadora y un receptor de onda corta sintonizado en la banda 7.

Unidades móviles informando a Newton. Base emitiendo a los coches: Exley en persona.

Informaciones:

Tommy y Lucille, cada cual en su coche, recorriendo Lincoln Heights, Chinatown, en dirección sur.

El hombre apostado junto a la casa de los K.

– Lo he oído por el micrófono exterior. Me ha parecido como si J.C. le pegara una buena paliza a Madge. Además, he visto pasar coches federales con suma discreción cada hora, más o menos.

Unidad 3-B71:

– Lucille anda por Chinatown haciendo preguntas. Parece bastante nerviosa y el último tugurio donde ha entrado, el Kowloon, me ha olido a un garito de drogas.