Ingmar esbozó una sonrisa.
– Viejo zorro, siempre te sales con la tuya -le dijo.
– Es esa loca de Gunhild, la hija del concejal Lars Clementsson.
– No tiene nada de loca -terció Ingmar.
– Llámalo como quieras, pero la cuestión es que ella estaba presente en Ingmarsgården cuando se fundó la secta. Nada más llegar a su casa, les dijo a sus padres que había adoptado la única y verdadera religión y que debía abandonar su hogar e ir a vivir con los Ingmarsson. Como es natural, los padres le preguntaron por qué quería mudarse. «Pues para poder llevar una vida cristiana», contestó ella. Le respondieron que eso también podía hacerlo en su propia casa. «Ah, no, eso no se puede hacer viviendo con gente que no es de tu misma fe.» «¿Quieres decir que todos van a mudarse a la finca de los Ingmarsson?», le preguntó el vocal Clementsson. No, sólo ella. Los otros ya vivían con verdaderos cristianos. El concejal Clementsson es un buen hombre, y tanto él como su esposa intentaron disuadir a Gunhild por las buenas; pero la chica se empecinó y exasperó a su padre hasta tal punto de que Clementsson acabó por encerrarla en la alcoba y le dijo que allí se quedaría hasta que entrara en razón.
– Pensaba que ibas a hablarme de Gertrud -repuso Ingmar.
– Todo llegará, si tienes paciencia. Aunque igual me da empezar por el finaclass="underline" al día siguiente, cuando Gertrud y la señora Stina estaban hilando en la cocina llegó la señora del concejal Clementsson. Al verla se asustaron. La señora Clementsson, normalmente una mujer muy risueña, tenía la cara hinchada de tanto llorar. «¿Qué pasa, qué ha ocurrido y por qué pone usted esa cara tan triste?» Entonces, la señora Clementsson dijo: «¿Qué cara va a poner una cuando ha perdido a quien más quería?» Cómo me gustaría abofetearles -rezongó el viejo.
– ¿A quién? -preguntó Ingmar.
– Pues a Hellgum y Anna Lisa -dijo Stark Ingmar-. Resulta que habían ido a casa de los Clementsson durante la noche para raptar a Gunhild. -Ingmar soltó una exclamación-. ¡Quién iba a creer que mi hija se casaría con un granuja! -dijo el viejo-. En plena noche la llamaron golpeando los cristales de la alcoba y le preguntaron que por qué no se había mudado a casa de los Ingmarsson. Ella les explicó que sus padres la habían encerrado con llave. «Esa idea está inspirada por el diablo», sentenció Hellgum. Los padres lo oyeron todo.
– ¿Lo oyeron?
– Sí, estaban acostados en la alcoba contigua con la puerta entreabierta y oyeron todo lo que dijo Hellgum para convencer a su hija.
– Pero podrían haberle echado de allí, ¿no?
– No, porque creyeron que Gunhild debía escoger por sí misma, jamás se les ocurrió que pudiera elegir marcharse de casa con lo buenos que siempre han sido con ella. Estaban allí acostados esperando oírla decir que nunca abandonaría a sus ancianos padres.
– ¿Y al final se fue?
– Sí, Hellgum no dejó de insistir hasta que ella aceptó irse con él. Y cuando el concejal y su señora oyeron que su hija no podía resistirse la dejaron marchar. Hay gente que es así. Sin embargo, por la mañana la madre se había arrepentido y le pidió a su marido que subiera hasta Ingmarsgården para traerla de vuelta a casa. «Ni hablar», repuso él, «no la iré a buscar ni quiero verla más, a menos que vuelva ella voluntariamente». Entonces la señora Clementsson fue corriendo a casa del maestro a rogarle a Gertrud que hablara con Gunhild.
– ¿Y Gertrud fue?
– Sí, fue hasta allí y habló con Gunhild, pero Gunhild no le hizo el menor caso.
– Pues yo no he visto a Gunhild por casa -dijo Ingmar, pensativo.
– No, ahora ya está en casa de sus padres otra vez. Lo que pasó es que cuando Gertrud salía de hablar con Gunhild vio a Hellgum.
«He aquí el causante de tanta desgracia», pensó ella. Así que se fue directa hacia él y empezaron a discutir. Por poco le pone la mano encima.
– Gertrud sabe colocar los puntos sobre las íes -dijo Ingmar con admiración.
– Le dijo a Hellgum que al raptar a una doncella en medio de la noche se comportaba como un bárbaro y no como un maestro cristiano.
– ¿Y Hellgum qué respondió?
– Se quedó callado escuchando, y al cabo de un rato dijo muy dócilmente que tenía razón y que reconocía que se había excedido. Así que por la tarde devolvió a Gunhild a la casa de sus padres y todo se arregló.
Al finalizar Stark Ingmar su relato, Ingmar alzó la vista sonriendo.
– Gertrud es estupenda -dijo-, y Hellgum también es una gran persona, aunque sea un poco alocado.
– Vaya, así que te lo tomas de ese modo -dijo el viejo-. Pensaba que te preguntarías que por qué Hellgum se muestra tan condescendiente para con Gertrud. -A lo cual Ingmar no respondió.
Stark Ingmar también permaneció callado un rato, hasta que cargó de nuevo:
– Mucha gente del pueblo me pregunta por ti, quieren saber de qué parte estás.
– ¿Y qué importa eso?
– Deja que te diga una cosa -repuso el viejo-: la gente de este pueblo está acostumbrada a que alguien mande y decida por ellos. Pero ahora don Ingmar no está, y el maestro ha perdido su poder, y el párroco nunca ha sido diestro en eso de gobernar. Por eso, mientras tú te mantengas al margen, ellos seguirán a Hellgum.
Ingmar, con aspecto atormentado, dejó caer las manos.
– Pero si yo no sé quién tiene razón.
– La gente está esperando que les liberes de Hellgum. Puedes estar seguro de que nos hemos ahorrado mucho sufrimiento estando fuera este invierno. Creo que lo más doloroso se dio al principio, antes de que la gente se acostumbrara a esta fiebre de conversiones religiosas y a que se les dijera que eran unos endemoniados y unos perros del infierno. Lo peor ha sido que hasta los niños conversos se pusieran a predicar.
– ¿Dices que hasta los niños predicaban? -repitió Ingmar incrédulo.
– Sí, Hellgum les había dicho que debían servir al Señor en vez de jugar, y entonces ellos se dedicaron a convertir a los mayores. Se emboscaban por los caminos y se le echaban encima a todo aquel que pasara, gritando a coro: «¿No vas a plantarle cara al diablo? ¿Quieres seguir viviendo en pecado?»
Ingmar, extremadamente reacio, se negaba a dar crédito a lo que le contaba el viejo amigo de su padre.
– Seguro que todo esto son patrañas que te ha contado ese Fält y tú te las has creído -dijo.
– Precisamente quería hablarte de eso -repuso Stark Ingmar-. Fält está acabado. Cuando me pongo a pensar que todo esto ha salido de Ingmarsgården, siento vergüenza de mirar a la gente a la cara.
– ¿Le han hecho algún mal a Fält? -preguntó Ingmar.
– Bah, fueron esos niños. Una tarde que no tenían nada que hacer, se les ocurrió que podrían llegarse hasta casa de Fält y convertirle. Por supuesto que habían oído que Fält era un gran pecador.
– Pero si antes todos los niños temían más a Fält que al hombre del saco -repuso Ingmar.
– Sí, éstos también le tenían miedo, pero supongo que su plan consistía en hacer algo verdaderamente heroico. Llegaron a su cabaña al anochecer, mientras Fält cocía las gachas para su cena. Abrieron la puerta y al ver a Fält ahí sentado con su bigote hirsuto, su nariz hendida y su mirada de tuerto clavada en el fuego, todos se asustaron y un par de los chiquillos más pequeños se fueron corriendo; pero una docena se atrevió a entrar y se arrodilló alrededor del viejo y empezó a entonar cánticos y rezar.
– ¿Y él no los echó? -preguntó Ingmar.
– Ojalá lo hubiera hecho -se lamentó Stark Ingmar-, no sé qué mosca le picó. Debía estar pensando en lo solo y abandonado que se encontraba en su vejez, el pobre. Aparte de que fueran niños los que vinieron. Debió conmoverle el hecho de que siempre le hubiesen tenido miedo y de pronto ver todos esos ojitos anegados en lágrimas mirándolo. Los niños no esperaban otra cosa que se levantara de golpe y empezara a darles de palos. Cantaban y rezaban, pero preparados para echar a correr al menor gesto del viejo. Entonces un par de ellos percibió un tic en el rostro de Fält. «Ahora, ahora», pensaron, y se levantaron de un salto dispuestos a huir. Sin embargo, mi viejo compadre sólo guiñó el ojo sano para dar paso a una lágrima. Los niños se pusieron a clamar aleluyas, y ahora Fält, como te decía, ya no es lo que era. No hace más que ir de reunión en reunión y se pasa todo el día ayunando y rezando y escuchando la voz de Dios.