– ¿Y tú, Yuri, qué crees? ¿Ha llegado la hora de partir?
"¿Por qué me pregunta de esta forma? ¿Será posible que haya comprendido?".
– Sí, hace ya tiempo que ha comprendido, y tú ya sabes que él lo comprendió. No finjas. Dile que sí, que podéis partir. Dile que Anojin-segundo está preparado para la partida.
– No me tortures.
– Te estoy hablando en serio. Es ya hora. Por el momento, tendré que partir. Yo estoy lejos, y ellos están cerca.
De pronto, sentí una pesadez horrorosa, como si se me hiciera un nudo en la garganta y no pudiera respirar. No veía ahora a nadie, sólo al compañero solitario parado en el campo blanco.
– Entonces, adiós.
– No te digo adiós, te digo hasta el próximo encuentro.
– ¿Y tendrá lugar?
– Sin duda alguna.
– ¿Aquí o allá?
– Lo ignoro, Yuri. Lo que no sé, no lo sé. Así pues, no nos encontraremos solamente tú y yo, sino dos mundos: nosotros, los hombres, y ellos. ¿Recuerdas las palabras finales del escritor de ciencia-ficción en el Congreso? El dijo:
– …y si regresaran, entonces volverían ya comprendiéndonos, enriquecidos por esa comprensión de que supieron tomar algo de nosotros y con el conocimiento seguro de lo que nos deben dar, a fin de marchar juntos por la senda del progreso". ¡Esas fueron palabras inmortales!
De repente, sentí una libertad absoluta de pensamiento.
– Sí, Zernov, podemos partir -le dije con un ligero temblor de voz y tratando de que él no lo notara.
– ¿Y por qué es Yuri el que decide? -inquirió intrigado Anatoli.
Zernov respondió, porque yo me sentí completamente exhausto:
– Porque de los tres mil millones de habitantes de la Tierra, solo uno, Anojin, está en contacto con la civilización extraterreste; tal vez con una civilización extragaláctica. Siendo así, Yuri, ¿qué le diremos a la humanidad? ¿Habrá contacto y por cuánto tiempo?
– Por los siglos de los siglos -respondí.