Vanó no tuvo tiempo de terminar la frase, porque Anatoli, tirando la briqueta (estaba encendiendo el horno) y saltando hacia él, gritó histéricamente:
– ¡Cállate! ¿Me oyes?
– Estás loco -afirmó Vanó.
– Bien, estoy loco, ¿y qué? ¿Crees que soy el único loco? Ustedes están locos también. ¡Todos están locos! Aquí no hubo nadie, a excepción de mí. Y nadie se duplicó. ¡Han perdido la razón!
– ¡Basta, Diachuk! -le detuvo Zernov-. ¡Condúzcase con más decencia! Usted es un hombre de ciencia y no un payaso. Si no es capaz de dominar sus nervios, no debió haber venido en la expedición.
– Me iré de aquí -afirmó Anatoli en un tono más bajo: las palabras de Zernov le calmaron un tanto-. Yo no soy Scott ni Amundsen. Me bastan esos sueños blancos y no deseo ir a parar a un manicomio.
– ¿Qué le sucede? -me preguntó Martin. Cuando se lo expliqué me dijo:
– Yo también habría abandonado este lugar, si hubiera tenido combustible. Aquí hay demasiados milagros.
Capítulo 7 – Sinfonía de hielo
No supimos lo que le sucedió a Anatoli, pero por lo visto fue más cómico que extraño. Vanó se negó a contárnoslo y afirmó:
– Si él no quiere relatarlo, no le pregunten nada. Ambos nos aterramos por lo sucedido… pero yo no soy chismoso. -Él no se burlaba de Anatoli, sin embargo, éste quería discutir:
– Tienes la dicción parecida al sonido de una máquina de escribir -dijo con rabia.
Vanó sólo se sonrió y calló: estaba trabajando.
Martin y yo, bajo la dirección de Vanó, cambiábamos el vidrio abollado de la escotilla. Vanó no podía hacerlo solo porque le molestaba el brazo vendado. Se decidió que Martin y yo le ayudaríamos por turno a conducir el aparato. Ya nada nos detenía aquí. Zernov consideraba concluida la expedición y se apresuraba por llegar a Mirni. Yo creo que él simplemente quería huir de su doble, ya que era el único que había logrado escapar de ese encuentro. A poco de instalarnos en la cabina del aparato, Zernov, violando el estricto régimen de trabajo y descanso que él mismo había impuesto, no durmió en toda la noche. Me desperté más de una vez y cuantas veces lo hacía, tantas veces veía la lucecita de su lámpara en el compartimiento superior: estaba leyendo algo y se ponía a temblar al oír susurros sospechosos.
No hablamos más sobre los dobles. Y por la mañana, después del desayuno, cuando emprendimos ya el camino rumbo a Mirni, el rostro de Zernov dibujó una expresión de alivio. Martin conducía el aparato, mientras Vanó, sentado a su lado en una sillita plegable, le daba instrucciones por medio de señas. Yo envié un radiograma a Mirni y cambié algunas bromas con Nikolái Samóilov que se encontraba de servicio en la estación de radio; además, hice unas anotaciones relacionadas con el boletín meteorológico. El tiempo favorecía nuestro retorno: claro, apenas sin viento y con temperatura de dos o tres grados bajo cero en la escala de Celsius.
El silencio de la cabina pesaba tanto como el disgusto de un pleito, y sin poder contenerme dije:
– Boris Arkádievich, quisiera hacerle una pregunta. ¿Por qué no enviamos un radiograma informando detalladamente de todo lo ocurrido?
– ¿Qué desearía usted informar?
– Todo. Lo que le ocurrió a Vanó y lo que me sucedió a mí; lo que hemos averiguado sobre las "nubes" rosadas y lo que filmé con la cámara.
– ¿Y de qué modo se debería transmitir una historia como ésa? -inquirió Zernov-. ¿Con matices psicológicos, con un análisis de las sensaciones, con insinuaciones e intríngulis? Desafortunadamente no tengo talento para ello; no soy escritor. Por lo demás, no creo que usted lo lograría, pese a que tiene una imaginación frondosa y una gran viveza en la exposición de hipótesis. Si lográsemos poner todo lo sucedido en un código telegráfico, resultaría "el diario de un loco".
– Podríamos explicarlo científicamente -insistí.
– ¿A base de qué dato experimental? ¿Qué tenemos nosotros como prueba, a no ser las observaciones visuales? ¿Su película? Esta aún no ha sido revelada.
– Pero, podríamos suponer algo.
– Bien, ¿qué supone usted? ¿Qué es, a su juicio, la "nube" rosada?
– Un organismo.
– ¿Vivo?
– Indudablemente. Un organismo vivo, pensante, con una estructura físico-química desconocida por nosotros. Un tipo de biosuspensión o de biogas. El académico Kolmogórov postuló la posibilidad de que exista un moho pensante. Podríamos suponer, con el mismo grado de probabilidad, que exista un gas pensante, un coloide pensante o un plasma pensante. El cambio de color que notamos, podría ser una reacción de defensa o la manifestación de emociones: sorpresa, interés, furia. El cambio de forma sugiere una reacción motora, la capacidad de maniobrar en el espacio aéreo. Guando una persona camina, mueve sus brazos, dobla su cuerpo y flexiona las piernas. La "nube" alarga su cuerpo, dobla sus bordes y toma la forma de campana.
– ¿De qué están hablando? -quiso saber Martin.
Le traduje y él agregó:
– Esta, además, burbujea al respirar y saca tentáculos cuando ataca.
– Entonces es una bestia, ¿no es así? -inquirió Zernov.
– Sí, es una bestia -afirmó Martin. Zernov no hacía preguntas inútiles, sino que cada una de sus palabras iba dirigida a un objetivo determinado que no estaba claro para mí. Me parecía que nos examinaba y se examinaba a sí mismo, sin apresurarse en sus conclusiones.
– Bien -dijo-, contésteme entonces, ¿cómo esa bestia duplica los hombres y las máquinas? ¿Para qué lo hace? ¿Y por qué destruye la copia después de comprobarla en las personas?
– Lo ignoro -reconocí sincero-. Está claro que la "nube" sintetiza cualesquiera estructuras atómicas, pero lo misterioso es para qué las crea y por qué las destruye.
Anatoli, que se había mantenido con una indiferencia inexplicable para nosotros, se entrometió en la conversación.
– A mi juicio es ilógico el propio planteamiento de las preguntas de cómo y por qué crea a los dobles. La "nube" no duplica nada. Esto es simplemente una ilusión de las percepciones sensoriales que debe ser objeto de estudio no de la física, sino de la psiquiatría.
– ¿Y la herida mía? ¿Es también una ilusión? -prorrumpió Vanó ofendido.
– Te heriste tú mismo, el resto es una ilusión. En realidad no sé por qué Anojin desistió de su hipótesis original. Es indudable que esa "nube" es un arma. No quisiera decir de quién -continuó, y miró a Martin-, pero no se puede negar que es un arma; un arma superperfecta y, lo que es más importante, un arma orientada hacia un objetivo. Ondas psíquicas que desdoblan la conciencia.
– ¿Y el hielo? -le pregunté.
– ¿Qué tiene que ver el hielo con esto?
– Te hago esa pregunta, porque el hielo debió ser partido para poder sacar la "Jarkovchanka".
– ¡Miren a la derecha! -gritó Vanó.