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– ¿Y bien? -preguntó con expresión feliz una vez que Yvonne desapareció para empolvarse la nariz, después de cenar-. ¿No te parece fantástica? ¿No te gusta?

Estaba tan ciego que ella se exasperaba. Todos ellos lo estaban. Le dio unas palmaditas en la mano y le dijo que era una mujer muy hermosa, lo que era cierto. Al día siguiente, cuando él acudió a recoger algunos documentos a su despacho, trató de hablar del tema con discreción.

– Creo que el matrimonio es algo muy serio -empezó a decir con la sensación de tener cuatrocientos años y sentirse muy estúpida.

– Yo también lo creo -asintió él, extrañado de que su madre se mostrara tan pedante. Eso no era propio de ella. Por lo general se mostraba muy directa, pero ahora temía serlo. Ya había aprendido esa lección una vez, por mucha razón que hubiera tenido, y no quería perderlo. Pero con Julian sabía que era diferente. Isabelle se había comportado como una joven ardiente, y Julian adoraba a su madre y era menos probable que la rechazara por completo-. Creo que vamos a ser muy felices -dijo con gran optimismo, lo que ofreció a Sarah la ocasión que necesitaba.

– Yo no estoy tan segura. Yvonne es una mujer insólita, Julian. Ha demostrado tener un carácter marcado por frecuentes alteraciones, y lleva diez años cuidando de sí misma. – Según había explicado, abandonó la escuela para dedicarse a trabajar como modelo-. Es una luchadora. Sabe cuidar de sí misma, incluso puede que mucho más que tú. No estoy segura de que busque lo mismo que tú en el matrimonio.

– ¿Qué significa eso? ¿Crees que anda detrás de mi dinero?

– Es posible.

– Te equivocas -dijo Julian, mirándola enojado. Tratándose de él, no tenía razón para decirle aquello. Pero pensó que se lo decía porque era su madre-. Acababa de recibir medio millón de dólares de su esposo, en Berlín.

– Qué bien -dijo Sarah con frialdad-. ¿Y durante cuánto tiempo estuvieron casados?

– Ocho meses. Y lo abandonó porque él la obligó a abortar.

– ¿Estás seguro? Los periódicos dijeron que lo hizo por irse con el hijo de un armador griego, que luego la dejó a su vez por una jovencita francesa. El grupo de gente con el que te relacionas es un tanto complicado.

– Ella es una mujer decente, y lo pasó mal. Nunca ha tenido a nadie que se ocupe de ella. Su madre era una prostituta, y nunca llegó a saber quién fue su padre, que las abandonó antes de que ella naciera. Su madre se despreocupó totalmente de ella cuando apenas tenía trece años. ¿Cómo puedes esperar que en una situación así fuera a algún internado para señoritas, como mi hermana?

A pesar de eso, su hermana también había cometidos errores. Esta joven, en cambio, no estaba cometiendo ningún error, sino que tomaba decisiones inteligentes y calculadas. Y Julian era una de ellas. Podía verse con toda claridad.

– Espero que tengas razón, pero no quisiera verte desgraciado.

– Tienes que dejarnos nevar nuestras propias vidas -dijo él enojado-. No puedes decirnos lo que tenemos que hacer.

– Intento no decirlo.

– Lo sé -reconoció Julian haciendo un esfuerzo por calmarse. No deseaba enfrentarse con su madre, pero le entristecía que no se hubiera sentido más impresionada con Yvonne. Se había vuelto loco por ella desde que la conoció-. Lo que sucede es que siempre creíste saber lo que era bueno para nosotros, y a veces te equivocaste -añadió, aun admitiendo para sus adentros que eso no había sucedido con frecuencia, a pesar de lo cual él tenía el derecho de hacer lo que quisiera.

– Confío en equivocarme esta vez -dijo ella con tristeza.

– ¿Nos darás tu consentimiento?

Eso significaba mucho para él. Siempre la había adorado.

– Si la quieres… -Se inclinó hacia él y lo besó, con lágrimas en los ojos-. Te amo tanto…, no quiero verte sufrir nunca.

– No lo permitiré -dijo él con una expresión radiante.

Se marchó entonces, y Sarah se quedó a solas en su apartamento durante largo rato, pensando en William, en sus hijos, y preguntándose por qué todos ellos eran tan estúpidos.

28

Julian e Yvonne contrajeron matrimonio en una ceremonia civil que se llevó a cabo en la mairie de La Marolle, en Navidad. Luego, todos regresaron al château y participaron en un almuerzo suntuoso. Hubo unos cuarenta invitados y Julian parecía muy feliz. Yvonne lucía un corto vestido de encaje beige de Givenchy, que a Sarah le recordó un poco el que llevó el día de su boda con William. Pero las similitudes terminaban ahí. Aquella mujer irradiaba una dureza y una frialdad que asustaban a Sarah.

Eso también fue igualmente evidente para Emanuelle, y las dos mujeres permanecieron juntas, riéndose y hablando en un rincón tranquilo.

– ¿Por qué nos sucede siempre lo mismo? -preguntó Sarah sacudiendo la cabeza ante su amiga, que posó una mano sobre su hombro.

– Ya te lo dije…, cada vez que te miro agradezco a mi buena estrella el hecho de no tener hijos.

Pero eso no era cierto del todo. Había momentos en que la envidiaba, sobre todo ahora que empezaba a sentirse vieja.

– A veces me dejan asombrada. No lo comprendo. Ella es como el hielo, pero él está convencido de que lo adora.

– Confío en que nunca se vea obligado a ver la verdad -dijo Emanuelle serenamente, sin decirle a Sarah que le había comprado para la boda una sortija con un diamante amarillo de treinta kilates, y que también había pedido dos brazaletes a juego.

Ya había conseguido mucho, y Emanuelle estaba convencida de que eso no era más que el principio.

Isabelle también acudió a la boda, esta vez sin Lorenzo, y tenía muchas cosas que contar de la joyería en Roma. Todo funcionaba de forma brillante y sólo le fastidiaba que tuvieran que gastar tanto dinero en seguridad. La situación en Italia hacía las cosas difíciles, con los terroristas, las Brigadas Rojas. Pero el negocio iba muy bien. Phillip tuvo incluso la gentileza de admitir que se había equivocado, pero no el ánimo suficiente para acudir a la boda de su hermano, algo que, por otra parte, a Julian no le importó. Lo único que veía, lo único que sabía y deseaba era a Yvonne. Y ahora ya era suya.

Iban a pasar la luna de miel en Tahití. Yvonne dijo que nunca había estado allí y siempre había querido hacer ese viaje. En el viaje de vuelta a casa pasarían por Beverly Hills para ver a tía Jane, a quien Sarah no había visto desde hacía años, pero con quien se mantenía en estrecho contacto, y Julian siempre había tenido espíritu familiar. Y además, Yvonne también quería ir a Beverly Hills.

Sarah les vio partir, junto con el resto de los invitados. Isabelle se quedó en el château hasta Año Nuevo, lo que agradó a Sarah. Celebraron el decimosexto cumpleaños de Xavier con él, e Isabelle comentó que resultaba difícil creer lo crecido que estaba. Todavía lo recordaba cuando era un crío, lo que hizo reír a Sarah.

– Pues imagínate lo que debo sentir yo cuando os miro a ti, a Julian y a Phillip. Parece como si fuera ayer cuando erais pequeños.

Sus pensamientos parecieron volar por un momento, pensando en William y en todos aquellos años. Habían sido tan felices…

– Todavía lo echas mucho de menos, ¿verdad? -preguntó Isabelle con suavidad, y Sarah asintió.