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Phillip la creyó y entonces se le ocurrió algo y se apartó lentamente para observarla mejor.

– ¿Ni siquiera con Julian? -Ella negó con la cabeza y hubo en sus ojos algo que le indicó a Phillip que no se lo estaba diciendo todo-. ¿Ocurre algo malo? -preguntó esperanzado.

Pero ella se encogió de hombros y se abrazó tiernamente al hermano mayor de su marido. Sabía desde hacía tiempo que un lord no era un duque y que el hermano mayor no era el segundón. Le gustaba la idea de llegar a ser una duquesa y no simplemente una dama.

– No es…, no es lo mismo -dijo tristemente-. No sé. -Volvió a encogerse de hombros, con expresión apenada-. Quizá le suceda algo…, pero no tenemos vida sexual -susurró.

Phillip se la quedó mirando atónito, con una sonrisa de felicidad.

– ¿Es verdad eso? -Parecía tan complacido. Julian era un impostor. Su reputación no significaba nada. Todos aquellos años odiándole no habían representado nada-. Qué extraño.

– A mí me pareció que quizá… fuera homosexual -dijo ella con expresión avergonzada, y la extremada juventud de aquella mujer le conmovió-. Pero no creo que lo sea. Creo que, simplemente, no es nada.

Casi varios miles de mujeres se habrían echado a reír estentóreamente de haberla oído hablar así, pero ella era mejor actriz de lo que ninguno de ellos se imaginaba, y sobre todo el propio Phillip.

– Lo siento mucho.

Pero no, no lo sentía. Estaba encantado. Y le resultó difícil apartarse de ella y ponerse las ropas. Él sólo se había bajado la cremallera, pero tuvieron que buscar entre los rosales sus bragas de seda y, al descubrirlas, ambos se echaron a reír, preguntándose qué pensaría su madre si lo descubriera algún día.

– Me atrevería a decir que se imaginaría que el jardinero se había dedicado a divertirse un poco -dijo él con una mueca burlona.

Yvonne se echó a reír con tanta fuerza que volvió a dejarse caer sobre la hierba, rodando por ella, atrayéndole con sus largos y esbeltos muslos, y él volvió a poseerla sin vacilación.

– Creo que ahora deberíamos regresar -dijo él finalmente, con expresión apenada. Pero durante las dos últimas horas parecía haber cambiado toda su vida-. ¿Crees que podrías separarte de él esta noche, durante un rato? -preguntó, pensando por un momento a dónde podrían ir.

Quizás a un hotel cercano. Y entonces se le ocurrió una idea mejor. A los viejos barracones que había en el establo. Todavía se guardaban allí docenas de colchones y las mantas que utilizaban para los caballos. Pero no podía soportar la idea de pasar una noche sin ella, y lo arriesgado del encuentro hacía que éste fuera todavía más excitante.

– Puedo intentarlo -dijo ella insinuante.

Era lo más divertido que ella había hecho desde que contrajo matrimonio… lo más divertido… esta vez. Y ésa era su especialidad: «la doble entente extraordinaria». Le encantaba. Su primer esposo había tenido un hermano gemelo, y ella se había acostado con su hermano y con su padre antes de abandonarlo. Klaus había sido más complicado, pero muy divertido. Y Julian era tierno, pero tan ingenuo… Ella se aburría desde mayo. Y Phillip era lo mejor que le había sucedido durante todo el año… y posiblemente en toda su vida.

Regresaron al camino, uno al lado del otro, rozándose las manos, aparentemente enfrascados en una conversación normal, aunque en voz baja ella le decía lo mucho que lo amaba, lo bueno que había sido, lo húmeda que estaba y cómo apenas si podía esperar a que llegara la noche. Cuando llegaron a la casa ya había vuelto a ponerlo fuera de sí. Estaba sonrojado e ido cuando Julian llegó conduciendo el Jaguar.

– ¡Eh, hola! -gritó-. ¿Dónde os habíais metido?

– Estábamos admirando los rosales -contestó ella con dulzura.

– ¿Con este calor? Pues sí que tenéis ánimos.

Los jóvenes bajaron del coche y él observó lo acalorado y cansado que parecía su hermano, y casi se echó a reír, aunque no lo hizo.

– Pobre, ¿no te ha aburrido mortalmente? -le preguntó a Yvonne una vez que Phillip se hubo marchado-. Es muy propio de él arrastrarte por toda la finca para contemplar los jardines, en un día tan caluroso.

– Tenía buenas intenciones -dijo ella, y subieron a su habitación para hacer el amor antes de cenar.

Aquella noche, la cena fue muy alegre. Todos habían pasado un buen día y estaban muy animados. Cecily se las había arreglado para encontrar unas sillas militares alemanas en el cobertizo y estaba fascinada con su descubrimiento, hasta el punto que le preguntó a Sarah si podía llevarse una a Inglaterra. Sarah le contestó que podía llevarse lo que quisiera. Xavier había obtenido permiso para conducir el coche de Julian; los niños más pequeños se lo habían pasado muy bien e Isabelle parecía estar relajada y feliz, a pesar de la presencia de Lorenzo. Los recién casados también parecían muy animados, y Phillip se mostraba bastante amable, lo que era un tanto insólito en él. Hasta Sarah daba la impresión de haberse reconciliado, en el día de su cumpleaños, con lo que ella denominaba «esas cifras apabullantes». Pero también se sentía feliz de verlos a todos, hasta el punto de que el día del cumpleaños le parecía menos importante. Y lamentaba que todos tuvieran que marcharse a la tarde siguiente. Sus visitas siempre eran muy cortas pero al menos eran bastante agradables, sobre todo después del regreso de Isabelle al rebaño.

Aquella noche, permanecieron sentados en el salón durante largo rato, Julian haciendo preguntas sobre la ocupación alemana, fascinado con alguna de las historias que ella contaba. Cecily quiso saber cuántos caballos habían alojado allí, y de qué clase. Yvonne se había quedado de pie detrás de Julian, frotándole los hombros. Enzo cabeceaba en un cómodo sillón e Isabelle jugaba a las cartas con su hermano menor, mientras Phillip tomaba un coñac, fumaba un puro y miraba por la ventana hacia los establos.

Y entonces Julian comprendió en qué pensaba Yvonne y ambos desaparecieron discretamente en dirección a su habitación, después de darle un beso de despedida a su madre. Cecily fue la que se marchó a continuación. Dijo sentirse todavía muy cansada después del reciente viaje a Escocia. Al poco, Phillip también desapareció. Enzo continuó dormitando e Isabelle y Sarah charlaron durante largo rato, mientras que Xavier subía a acostarse. La casa quedó en silencio y había una Luna casi llena. Hacía una noche muy hermosa para el cumpleaños de Sarah. Habían comido pastel y tomado champaña y a ella le encantaba verse rodeada de sus hijos.

Mientras tanto, en una de las habitaciones, Yvonne utilizaba sus trucos más exóticos para dar placer a su marido. Había cosas que ella había aprendido en Alemania que le encantaba hacerle y que a él le enloquecían. Media hora más tarde estaba tan agotado y saciado que se quedó profundamente dormido, ante lo que ella se deslizó a hurtadillas fuera de la habitación, con una sonrisa. Se había puesto unos pantalones vaqueros y una vieja camiseta y echó a correr hacia los establos.

Para entonces, Cecily también se había quedado dormida. Había tomado pastillas para dormir, algo que le gustaba hacer para asegurarse una buena noche de sueño. Creía que valía la pena soportar la resaca momentánea que experimentaba por la mañana. Roncaba plácidamente cuando Phillip abandonó el dormitorio. Llevaba todavía las mismas ropas que se había puesto para la cena. Conocía bien los caminos posteriores de la casa, y sólo unas pocas ramitas crujieron bajo sus pies, pero no había nadie que pudiera oírlo. Entró en los establos por la puerta del fondo, tras detenerse un instante para adaptar su visión a la oscuridad.

Entonces la vio, a sólo unos pocos pasos de distancia, hermosa y temblorosamente pálida bajo la luz de la luna, como un fantasma, totalmente desnuda, sentada a horcajadas sobre una de las sillas alemanas. Se colocó de pie detrás de ella y la apretó contra sí, manteniéndose de ese modo durante un rato, sintiendo el tacto satinado de su carne y el aumento del deseo en su interior. Luego la levantó de la silla y la llevó hasta uno de los colchones que había en el establo. Allí era donde habían vivido los soldados alemanes y donde ahora le hacía el amor, penetrándola y rogándole que nunca le abandonara. Permanecieron juntos durante horas, y mientras la sostenía entre sus brazos, Phillip sabía que su vida ya no volvería a ser igual. No podía serlo. No podía dejarla marchar… Era tan extraordinaria, tan rara, tan poderosa…, como si fuera una nueva droga que ahora necesitaba para seguir existiendo.