Выбрать главу

Isabelle fue a acostarse después de la una, tras haber despertado a Lorenzo, que seguía durmiendo en el salón, y que se disculpó, mientras subía la escalera, soñoliento, y Sarah se quedaba a solas, preguntándose qué iba a hacer con él.

No podían seguir así para siempre. Tarde o temprano tendría que aceptar que ella lo abandonara. La tenía como rehén, y Sarah no tenía la intención de permitirle seguir haciéndolo durante mucho tiempo. Se enfurecía sólo de pensarlo. Isabelle era una mujer muy hermosa y tenía derecho a esperar de la vida algo más de lo que él le ofrecía. Había sido para ella tan malo como todos habían temido, e incluso peor.

Sumida en estos pensamientos, Sarah salió al patio, bajo la luz de la luna. Le recordó algunas de las noches de verano, durante la guerra, cuando Joachim todavía estaba allí y habían hablado hasta últimas horas de la noche de Rilke, Schiller y Thomas Mann, tratando de no pensar en la guerra, en los heridos o en si William vivía o había muerto. Al recordar ahora todo aquello empezó a caminar instintivamente hacia la casa del guarda. Ya no vivía nadie en ella y permanecía sin utilizar desde hacía tiempo. Ahora se había construido una nueva casita cerca de la verja de entrada, bastante más moderna. Pero había conservado la antigua por sentimentalismo. Allí habían vivido ella y William al principio de llegar, mientras trabajaban en el château, y Lizzie había nacido y muerto allí.

Todavía estaba pensando en aquella época, mientras daba un pequeño paseo antes de irse a dormir, cuando oyó un ruido al pasar junto a los establos. Fue un gemido, y por un momento se preguntó si algún animal se habría hecho daño. Conservaban allí media docena de caballos, por si alguien quería montar, aunque la mayoría eran viejos y no invitaban a montar. Abrió la puerta sin hacer ruido y parecía que no había nadie allí. Los animales daban la impresión de estar tranquilos. Entonces percibió de nuevo un sonido, procedente de los antiguos barracones. Parecían sonidos extraños y no podía imaginarse de qué se trataba. Avanzó lentamente hacia el lugar de donde procedían. Ni siquiera se le ocurrió tener miedo, o coger una horca o algo con lo que protegerse por si se trataba de un intruso o de un animal rabioso. Simplemente, entró en el establo de donde procedían, encendió la luz y se encontró con los cuerpos entrelazados de Phillip e Yvonne, ambos completamente desnudos, sin dejar el menor lugar a dudas sobre lo que estaban haciendo. Los miró fijamente, muda por un instante y vio la mirada de horror en el rostro de Phillip, antes de volverse, dándoles tiempo para que se vistieran, pero luego se giró de nuevo hacia ellos hecha una furia.

Primero se dirigió a Yvonne, sin la menor vacilación.

– ¿Cómo te atreves a hacerle esto a Julian? ¿Cómo te atreves, furcia, con su propio hermano, en su propia casa, bajo mi techo? ¿Cómo has osado?

Pero Yvonne se limitó a echarse hacia atrás el cabello largo y se quedó donde estaba. Ni siquiera se había molestado en vestirse de nuevo, y permaneció allí, sin vergüenza, con toda su desnuda belleza.

– ¡Y tú! -exclamó Sarah volviéndose entonces hacia Phillip -. Siempre moviéndote a hurtadillas, siempre engañando a tu esposa, consumido de celos por tu hermano. Me das náuseas. Me avergüenzo de ti, Phillip. -Luego los miró a los dos, temblando de ira, por Julian, por sí misma, por lo que hacían con sus vidas y su falta de respeto por todos aquellos que les rodeaban-. Si descubro que esto continúa, que vuelve a suceder, en cualquier parte, se lo diré inmediatamente a Cecily y a Julian. Y mientras tanto os habré hecho seguir.

No tenía la intención de hacerlo así, pero tampoco quería pasar por alto sus infidelidades, y mucho menos en su propia casa y a expensas de Julian, que no se lo merecía.

– Madre…, lo siento mucho -dijo Phillip, que se las había arreglado para cubrirse con una manta de caballo y se sentía mortificado por haber sido descubierto-. Fue una de esas cosas insólitas… No sé lo que ocurrió -balbuceó a punto de echarse a llorar.

– Ella sí lo sabe -dijo Sarah brutalmente, mirándola directamente a los ojos-. No se te ocurra hacerlo de nuevo -añadió observándola intensamente-. Te lo advierto.

Luego se dio medía vuelta y se marchó. Y en cuanto se hubo alejado un poco, ya en el exterior, tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol y se echó a llorar, de dolor, de vergüenza y de desconcierto por ellos y por sí misma. Pero mientras regresaba lentamente hacia el château no podía dejar de pensar en Julian y en el dolor que le esperaba. Qué estúpidos eran sus hijos. ¿Y por qué ella nunca había podido ayudarles?

29

Durante el trayecto de regreso a casa, desde el château, Yvonne se mostró insólitamente tranquila con Julian. No parecía alterada, pero no habló mucho. El día que se marcharon pareció existir un ambiente tenso, casi como antes de una tormenta, como le comentó inocentemente Xavier a su madre antes de que se fueran. Pero el tiempo era muy caluroso e implacablemente soleado. Sarah no había comentado nada con nadie sobre lo que había visto, pero Phillip e Yvonne lo sabían. Eso fue suficiente. Los demás se adaptaron al ambiente, ignorantes de lo sucedido la noche anterior en los establos, y era conveniente que fuera así. Todos se habrían quedado estupefactos, excepto quizá Lorenzo, que se habría divertido, y Julian que se habría sentido destrozado.

Al llegar a París, Julian le preguntó en un aparte a Yvonne si había ocurrido algo que la inquietara.

– No -contestó ella encogiéndose de hombros-. Sólo estaba aburrida.

Pero esa noche, cuando intentó hacer el amor con ella, se resistió.

– ¿Qué ocurre? -insistió en preguntarle.

Se había mostrado tan entusiasmada la noche anterior y ahora, de pronto, parecía tan fría. Siempre era impredecible y muy mercurial, aunque eso le gustaba. A veces, incluso le gustaba más cuando se resistía, lo que contribuía a hacerlo más excitante. Ahora reaccionó ante ella de esa manera, pero en esta ocasión su esposa no estaba jugando.

– Ya basta… Estoy cansada… Tengo dolor de cabeza.

Nunca había utilizado antes esa excusa, pero todavía se sentía muy molesta por lo ocurrido la noche anterior, con Sarah actuando como si fuera la dueña del mundo entero, amenazándoles, y Phillip comportándose ante ella como un niño. Se había enojado tanto que más tarde le dio un bofetón, ante lo que él se sintió tan excitado que volvieron a hacer el amor. No abandonaron los establos hasta las seis de aquella misma mañana. Ahora, estaba harta y molesta por el hecho de que todos ellos se sintieran tan afectados por su madre.

– Déjame sola -le repitió a Julian.

No eran más que hijos de mamá, incluida la condenada esnob de su hermana. Sabía que ninguno de ellos la había admitido a ella, pero eso no le importaba. Estaba consiguiendo lo que quería, y ahora quizás obtendría más si Phillip hacía lo que le había prometido y acudía a verla desde Londres. Todavía podía utilizar el viejo estudio que poseía en la Île Saint Louis, o verse en el hotel donde él se alojara, o hacer el amor con él aquí mismo, en la cama de Julian, sin que le importara nada de lo que había dicho aquella vieja bruja. Pero ahora no se sentía con ánimos para soportar a ninguno de ellos, y mucho menos a su propio esposo.