– Yo no diría que abandonar Nueva York sea una idea tan mala, aunque vivir en una granja, a solas y a tu edad tampoco es lo que se dice la mejor forma de pasar el tiempo. ¿Y si sólo pasaras en esa granja los veranos, o los fines de semana?
Ella negó con un gesto de la cabeza y la misma expresión de determinación en sus ojos.
– No, quiero pasarme allí toda la vida. Quiero restaurar la casa.
– ¿Has hecho alguna vez algo así? -preguntó él, extrañado.
Era una criatura encantadora y le asombraba lo mucho que le atraía.
– No, pero sé que puedo hacerlo -contestó Sarah como si tratara de convencer a su padre.
– Y crees que tus padres te lo permitirán?
– Tendrán que hacerlo -contestó levantando ligeramente la barbilla, a la que él dio un ligero pellizco.
– Supongo que los tendrás muy ocupados. No es nada extraño que te hayan traído a Europa a conocer al príncipe azul. Y no creo que deba condenarlos por eso. Quizá debas dejarte seducir por uno de esos empalagosos jóvenes.
Ella le miró consternada, y luego le lanzó la servilleta, ante lo que William se defendió, y sin saber cómo se encontró de pronto muy cerca de ella. Por un momento de locura, deseó besarla, pero al mirarla observó algo tan triste en sus ojos, que se detuvo.
– Hay un secreto en tu vida, ¿verdad? Y no se trata de nada feliz, ¿tengo razón?
Antes de contestar, ella vaciló. Al hablar, lo hizo con precaución.
– No sé si debiera llamarlo así -dijo, aunque la expresión de su mirada revelaba una historia muy distinta.
– No tienes que contarme nada si no quieres, Sarah. No soy más que un extraño para ti, aunque debo decir que me gustas. Eres una gran mujer y si te ha ocurrido algo terrible, créeme que lo siento de veras.
– Gracias -dijo ella sonriendo.
Su aspecto era juicioso, estaba muy hermosa y parecía más atractiva que nunca.
– A veces, las cosas que nos duelen más son las que olvidamos con mayor rapidez. Nos hacen daño de una forma muy brutal durante un tiempo, hasta que la herida cura y todo vuelve a ser como antes.
No obstante, vio que la herida de Sarah no había curado todavía y mucho menos había pasado. Imaginó que habría sido engañada por alguien, o quizás el hombre al que amaba había muerto; sin duda alguna, se trataría de algo tierno, romántico e inocente y ella no tardaría en haberlo olvidado. Sus padres habían tenido razón al traerla de viaje a Europa. Era una verdadera belleza y una mujer brillante, y lo que le había ocurrido, fuera lo que fuese, no tardaría en quedar atrás, sobre todo si encontraba al hombre adecuado en Europa… ¿Quién sería el afortunado diablo?
Continuaron charlando durante largo rato, protegidos por la pérgola donde se habían refugiado, hasta que finalmente salieron de allí para reunirse con los demás invitados. Un momento más tarde se encontraron con su anfitriona, un tanto excéntrica, Belinda, la prima de William.
– Buen Dios, pero si estás ahí! Les he dicho a todos que habías regresado a casa. Dios mío, William, eres imposible. -Su expresión, sin embargo, era muy divertida. Miró a Sarah, que le acompañaba-. Estaba a punto de decirte que los Thompson están convencidos de que su hija se ha caído al foso. No la han vuelto a ver desde que llegaron. ¿Qué habéis estado haciendo?
– La rapté. Le he contado la historia de mi vida y ella ha sentido la repugnancia suficiente como para pedirme que al punto la devolviera junto a sus progenitores, así que eso era lo que me disponía a hacer, con el mayor de los remordimientos y mis más humildes disculpas.
Al decir esto, sonreía de oreja a oreja, lo mismo que Sarah, quien parecía sentirse muy a gusto a su lado.
– ¡Eres un ser absolutamente endemoniado! Y, lo que es peor, jamás has sentido el menor remordimiento en toda tu vida. -Se volvió hacia Sarah, con una expresión de divertida preocupación-. Querida, ¿te ha hecho algún daño? ¿Quieres que llame al policía?
– ¡Oh, sí! -exclamó en seguida William-. Hace mucho tiempo que no lo veo por aquí.
– Anda, cállate, monstruo. -Pero Sarah reía y Belinda sacudió la cabeza, con una burlona desesperación-. No volveré a invitarte, ¿sabes? Simplemente, no podré hacerlo. Te comportas demasiado mal como para permitir que te relaciones con la gente decente.
– Eso es lo que me dice todo el mundo -dijo él mirando a Sarah con fingida pena. Ella no se había sentido tan feliz desde hacía mucho tiempo -. ¿Me permites que me presente yo mismo ante tus padres?
– Será mejor que lo hagas así -gruñó Belinda, sin adivinar que ésa había sido la intención de William, que se giró para mirar a Sarah. No tenía ni la menor idea de quién era ella, pero sabía, sin el menor asomo de duda, que deseaba conocerla más íntimamente-. Te llevaré ante ellos -dijo Belinda, solícita.
Sarah y William la siguieron, sin dejar de reír y bromear, cuchicheando entre ellos, como dos niños traviesos. Pero los Thompson lejos de enojarse, se alegraron de volverla a ver. Sabían que debía de estar en algún rincón de la propiedad, a salvo, entre los demás invitados. Y se alegraron mucho al verla en compañía de William que les pareció un hombre agradable e inteligente, muy agraciado, de una edad razonable y que, además, no ocultaba el interés que su hija había despertado en él.
– Debo pedirles disculpas -explicó-. Nos detuvimos a charlar un rato en la granja y luego vinimos a comer. Temo haberles privado de la compañía de Sarah durante más tiempo del conveniente.
– No creáis una sola palabra de lo que os diga -intervino Belinda-. Estoy segura de que la ha tenido atada a un árbol o algo así, y encima se ha comido todo el almuerzo de ella, mientras le contaba historias abominables.
– ¿Cómo lo sabe? -dijo William siguiendo la broma y haciendo reír a los Thompson-, Sarah, creo que deberíamos intentar algo así la próxima vez.
Daba la impresión de sentirse sorprendentemente a gusto con Sarah, y ella con él. Charlaron un rato, hasta que George apareció, encantado de dar con él, e insistió en que le acompañara a los establos para ver su nuevo semental. A pesar de sus protestas, William se vio obligado a seguirle, y Belinda les acompañó, dirigiéndole una mirada de admiración a Sarah antes de marcharse.
– No debería decirlo, querida -le murmuró a Sarah mientras los hombres se alejaban-, pero creo que has atraído la atención del hombre más atractivo de toda Inglaterra, y posiblemente también del más seductor.
– Hemos pasado un rato muy agradable charlando.
Aunque «agradable» no era exactamente la palabra que le hubiera gustado utilizar, y no lo habría hecho si estuviera hablando con su hermana. Había sido un encuentro delicioso.
– Es un hombre demasiado listo para su edad. Nunca se ha casado, quizá porque es muy exigente -dijo Belinda dirigiendo una mirada de advertencia a los Thompson, como para darles a entender que no sería una presa fácil, aunque ellos aparentaron no oírlo-. Es un hombre bastante modesto, sin pretensiones. Pero una nunca sabe… -Se volvió de nuevo hacia Sarah-. Supongo que no te habrá dicho nada… Sabes que es el duque de Whitfield, ¿verdad? -preguntó abriendo mucho los ojos y Sarah se la quedó mirando, sorprendida.
– Yo…, bueno, se presentó él mismo como William Whitfield.
– Es lo que suele hacer. De hecho, ésa es una de las cosas que más me gustan de él. Ya he olvidado qué lugar ocupa y todo eso…, creo que es el decimotercero o decimocuarto en la línea de sucesión.
– ¿Al trono? -preguntó Sarah con un nudo en la garganta.
– Sí, claro. Aunque, claro está, no es nada probable que llegue a él. Pero esas cosas significan mucho para nosotros. Somos un poco estúpidos al respecto. Supongo que tiene que ver algo con la tradición. En cualquier caso, me alegro de que estés bien. Me sentí un poco preocupada al ver que no podíamos encontrarte.