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– Dios mío, si casi no puedo ni moverme -se quejó ella, dirigiéndole una sonrisa.

Fue una cena maravillosa y una velada encantadora. William le habló de su madre, de lo mucho que significaba para él y de lo abatida que se sintió varios años atrás, al ver que él no mostraba el menor interés por casarse.

– Me temo que, al menos en ese aspecto, he sido una gran desilusión para ella -sentenció con expresión impenitente-. Pero me niego a casarme con la mujer equivocada sólo para complacer a mi familia, y mucho menos a tener hijos. Creo que el hecho de que mis padres me tuvieran tan tarde me ha dado la impresión de que podía dedicarme a cualquier cosa que deseara, y que siempre podría recuperar el tiempo perdido más adelante.

– Y puedes hacerlo. Tienes mucha razón al no permitir que te induzcan a cometer un error.

Y en cuanto hubo dicho estas palabras, él observó en seguida aquella misteriosa tristeza, que volvía a aparecer en su rostro.

– ¿Y tú, Sarah? ¿Te presionan para que te cases?

Ella ya le había hablado de su hermana Jane, de Peter y de los niños.

– Desde hace un tiempo. Mis padres se han mostrado muy comprensivos conmigo.

Así era, en efecto. Habían comprendido sus errores, sus desastres, su desgracia. Al decírselo, apartó la mirada. En ese momento, William extendió la mano y unos fuertes dedos envolvieron los de ella.

– ¿Por qué nunca me hablas de lo que te causó tanto dolor el año pasado?

A ambos les resultaba difícil recordar que sólo se conocían desde hacía dos días. Tenían la impresión de conocerse desde hacía siglos.

– ¿Y qué te hace pensar que he sufrido algún dolor? -replicó ella, tratando de desviar su atención, lo que él no permitió, como demostró con la firme pero suave presión de los dedos sobre su mano.

– Porque creo que me estás ocultando algo. No lo entiendo con claridad, pero sé que está agazapado ahí, como un fantasma, entre las sombras, siempre dispuesto a acosarte. ¿Es algo tan terrible como para que no puedas compartirlo conmigo?

No supo qué contestarle. No se atrevía a decirle la verdad y en sus ojos apareció el brillo de una lágrima al oírle hacer la pregunta.

– Yo…, lo siento. -Liberó la mano con suavidad, y se limpió los ojos con la servilleta. El camarero desapareció discretamente-. Sólo es… Se trata de algo horrible. Si te lo cuento, no volverás a sentir lo mismo por mí. No he conocido a nadie desde que… ocurrió.

– Santo Dios, ¿de qué se trata? ¿Acaso asesinaste a alguien? ¿Has matado a un pariente, a algún amigo? Incluso en tal caso tiene que haber sido un accidente. Sarah, no debes hacerte eso a ti misma. -La tomó por ambas manos, apretándolas con fuerza entre las suyas, para que se sintiera protegida-. Lo siento mucho. No tengo la intención de entrometerme en tus cosas, pero me duele verte sufrir.

– ¿Cómo puede ser? -replicó ella, incrédula, sonriendo a través de las lágrimas-. Ni siquiera me conoces.

Era cierto y, no obstante, ambos sabían que no era toda la verdad. Después de dos días se conocían mucho mejor que otras muchas personas después de haber pasado toda una vida juntas.

– Hice algo terrible -admitió finalmente Sarah, sujetándose con firmeza a sus manos. William ni se arredró, ni las retiró.

– No lo creo. Más bien pienso que a ti te pareció algo terrible, pero apostaría cualquier cosa a que nadie más que tú piensa de ese modo.

– En eso te equivocas -repuso ella con tristeza. Suspiró y se volvió a mirarle, pero esta vez retiró las manos-. Me casé hace dos años. Cometí un tremendo error, y traté de vivir con eso. Lo intenté todo. Estaba decidida a permanecer toda la vida con él, y estaba dispuesta a morir en el intento.

William no pareció sentirse afectado por la noticia, a pesar de que ella había esperado causarle una conmoción.

– ¿Y sigues casada con él? -se limitó a preguntar con voz serena, con las manos todavía extendidas, como ofreciéndoselas por si deseaba tomarlas entre las suyas.

Pero Sarah no lo hizo. Sabía que en estos momentos no podía hacerlo. Una vez que él estuviera enterado de todo, ya no querría saber nada más de ellos. Pero le debía una explicación. Tenía que contárselo todo.

– Estamos separados desde hace más de un año. El divorcio será efectivo a partir de noviembre – confesó, como si pronunciara una sentencia por asesinato.

– Lo siento mucho -dijo él con seriedad-. Lo siento por ti, Sarah. No puedo evitar imaginarme lo difícil que ha tenido que ser para ti, y lo desgraciada que has debido sentirte durante este último año.

Se preguntó si su esposo la había abandonado por otra mujer, o qué habría ocurrido entre ellos.

– ¿Le amabas mucho? -preguntó con cierta vacilación, sin querer inmiscuirse, pero con el deseo de saberlo.

Necesitaba saber si el dolor que ella había experimentado se debía al anhelo que sentía por aquel hombre, o sólo se trataba del pesar por lo ocurrido. Ante su pregunta, ella negó con un gesto de la cabeza.

– Si quieres que sea sincera contigo, ni siquiera estoy segura de haberle amado alguna vez. Lo conocía desde muy pequeña y casarme con él me pareció lo correcto en aquel entonces. Me gustaba, aunque, en realidad, no le conocía bien. En cuanto regresamos de la luna de miel, todo pareció desmoronarse y sólo entonces me di cuenta del tremendo error que había cometido. Él sólo quería estar fuera de casa toda la noche, jugando con sus amigos, dedicándose a perseguir a otras mujeres y entregándose a la bebida.

El tono de lamentación que percibió en la voz de Sarah le dijo muchas cosas. Ella no le habló del hijo que había perdido, ni de las prostitutas que él había traído a la fiesta de aniversario en casa de sus padres. Pero William no necesitó saber nada de todo eso para ver en sus ojos lo mucho que había sufrido. Sarah apartó la mirada y él le volvió a rozar las manos, y esperó a que ella volviera a mirarle. Cuando lo hizo, la mirada de Sarah parecía estar llena de recuerdos y preguntas.

– Lo siento, Sarah -susurró William-. Tiene que haber sido un completo idiota. -Sarah sonrió aliviada al oír ese comentario, pero eso no fue suficiente para tranquilizarla. Sabía que siempre se sentiría culpable por haberse divorciado, pero continuar la vida con Freddie habría terminado por destruirla, y ella lo sabía-. ¿Y ése es el terrible pecado que me has ocultado todo este tiempo? -Ella asintió y William esbozó una sonrisa-. ¿Cómo puedes ser tan tonta? Ya no estamos en el siglo pasado. Otras muchas personas se han divorciado. ¿Habrías preferido permanecer toda la vida con él, sufriendo esa tortura?

– No, pero me he sentido muy culpable por mis padres. Fue todo tan incómodo para ellos. Nadie de nuestra familia se había divorciado hasta ahora. Y ellos han sido tan increíblemente comprensivos… Sé que tienen que haberse avergonzado hasta cierto punto, pero nunca me han hecho la menor crítica.

– ¿Se opusieron al principio? -preguntó él con franqueza.

– No, en absoluto -contestó ella sacudiendo la cabeza-. En realidad, me animaron a dar ese paso. -Recordó la reunión familiar mantenida en Southampton, la mañana después de la desastrosa fiesta de aniversario-. De hecho, mi padre se encargó de todo. Se portaron admirablemente conmigo, pero para ellos tuvo que ser angustioso tener que explicárselo a sus amigos, en Nueva York.