– No lo creo. Más bien me parece que algo ha cruzado por tu mente. Algo que te ha inquietado otra vez.
– ¿Cómo puedes decir una cosa así? -¿Cómo era posible que la conociera tan bien, después de tan poco tiempo? Eso le extrañaba mucho-. Eso no es cierto.
– Está bien. Sólo lo decía porque eres una persona que suele preocuparse mucho, a pesar de que la mayoría de tus preocupaciones no son más que memeces. Si te pasaras más tiempo pensando en las cosas buenas que están sucediendo ahora mismo, y menos en las malas que podrían ocurrir, ahora o más tarde, y que a buen seguro nunca llegarán a suceder, te prometo que vivirías mucho más tiempo y serías más feliz.
Le dijo esas palabras como si fuera un padre, y ella hizo un mohín de desagrado.
– Gracias, Su Gracia.
– No hay de qué, señorita Thompson.
Llegaron ante el hotel y William descendió del coche, le abrió la portezuela y la ayudó a bajar. Sarah se preguntó qué haría a continuación, si intentaría acompañarla hasta su habitación. En su fuero interno ya había decidido que no se lo permitiría.
– ¿Crees que tus padres nos permitirán volver a hacer lo que hemos hecho esta noche? -le preguntó respetuosamente-. ¿No te parece que nos dejarían repetirlo mañana por la noche si le explico a tu padre que necesitas mejorar tu estilo de bailar el tango?
Ella le miró con ternura. William era un hombre mucho más decente de lo que ella había imaginado, y eso que esta noche habían progresado mucho. Aunque no sucediera nada más, sabía que a partir de ahora serían por lo menos buenos amigos, y esperaba que esa amistad se mantuviera.
– Es posible. ¿Quieres acompañarnos mañana a visitar la abadía de Westminster?
– No -espetó él con toda la franqueza del mundo-, pero lo haré con el mayor de los placeres. -Deseaba verla a ella, no visitar una iglesia. Pero visitar la abadía sería el pequeño precio a pagar por estar en su compañía-. Y quizás este fin de semana podamos salir a dar un paseo por el campo.
– Eso me gustaría -asintió ella sonriendo.
William la miró, acercó los labios hacia los suyos, y le dio un sosegado beso. La rodeó con unos brazos sorprendentemente fuertes, pero no tanto como para que ella se sintiera amenazada de algún modo, o incluso asustada. Al apartarse, los dos respiraban entrecortadamente.
– Creo que existe la clara posibilidad de que ya no tengamos edad para esto -dijo él en un susurro-, pero la verdad es que me encanta.
Le agradaba la ternura del momento, la promesa que contenía para más tarde.
La acompañó hasta el ascensor y sintió deseos de volver a besarla, pero se lo pensó mejor. No quería atraer la atención del empleado de recepción.
– Te veré por la mañana -le musitó.
Sarah hizo un gesto de asentimiento y William se inclinó hacia ella. Sarah levantó la mirada para encontrarse con la suya, sin saber qué le diría él a continuación. Al escuchar sus palabras, el corazón pareció detenérsele en el pecho. Apenas si fueron algo más que un leve susurro, y las pronunció demasiado pronto. Pero él no pudo hacer nada para evitarlas.
– Te amo, Sarah.
Hubiera querido decirle que ella también le amaba, pero ella se había retirado, y las puertas del ascensor se cerraron entre ellos dos.
7
Al día siguiente, tal y como habían planeado, fueron a la abadía de Westminster, y los padres de Sarah adivinaron que algo sucedía entre su hija y William. Sarah parecía comportarse de modo mucho más dócil, y William la miraba de otra manera, un tanto más posesiva. Mientras caminaban, alejándose de ellos, Victoria Thompson le susurró a su esposo:
– ¿Crees que ocurre algo malo? Sarah parece hoy algo alterada – dijo con un tono de preocupación.
– No tengo ni la menor idea -contestó Edward fríamente.
William regresó a su lado, para indicarles algunos detalles arquitectónicos. Tal y como había hecho durante su visita a la Torre, les ofreció toda clase de historias privadas y detalles interesantes sobre los diversos monarcas. Se refirió a la coronación que había tenido lugar el año anterior e hizo un par de comentarios benevolentes sobre su primo Bertie. Bertie, a pesar de todas sus protestas, se había convertido ahora en el rey. Como quiera que nunca se había preparado para desempeñar ese papel, se sintió horrorizado cuando su hermano David abdicó como rey Eduardo.
Más tarde, caminaron entre las tumbas y la madre de Sarah volvió a pensar que su hija parecía sentirse inusualmente serena. Los Thompson se quedaron un poco rezagados y dejaron a los dos jóvenes a solas. Al alejarse, vieron que Sarah y William se hallaban enfrascados en lo que les pareció una conversación seria.
– Te sientes inquieta, ¿verdad? -preguntó William, con aspecto preocupado, tomándole las manos entre las suyas-. No debería haber dicho nada anoche, ¿verdad? -Pero nunca se había sentido como ahora, con nadie; nunca había experimentado un sentimiento tan fuerte y, desde luego, tan fulgurante. Ahora se sentía como un muchacho, perdidamente enamorado de ella, y no podía evitar las palabras-. Lo siento, Sarah…, pero lo cierto es que te amo. Sé que puede parecerte una locura, y quizá pensarás que he perdido la cabeza. Pero es cierto. Amo todo lo que tú eres, piensas y deseas. -La miró entonces, con una verdadera expresión de preocupación, antes de añadir-: Y no quiero perderte.
Ella volvió hacia él unos ojos angustiados, y por la forma en que le miró dejó ver que también le amaba, pero también daba a entender que no deseaba que eso sucediera.
– ¿Cómo puedes decir eso? Me refiero a lo de perderme… En realidad, nunca podrás tenerme. Recuerda que soy una mujer divorciada, y que tú ocupas un puesto en la línea de sucesión al trono. Todo lo que sacaremos de nuestra relación es una buena amistad, o una aventura casual.
Por un momento, él se balanceó sobre los talones, sin dejar de mirarla y, al hacerlo, apareció en su rostro el atisbo de una sonrisa.
– Mi querida jovencita, si a esto le llamas tú casual, me gustaría que me explicaras qué consideras como serio. Nunca he sido más serio con nadie en toda mi vida, a pesar de que sólo acabamos de conocernos. Y esto, querida, no se corresponde con lo que pudiera considerar como una «aventura».
– Está bien, está bien -dijo ella sonriendo a su pesar, con un aspecto más hermoso que nunca-. Ya sabes lo que quiero decir. Esto no puede conducir a ninguna parte. ¿Por qué nos torturamos de este modo? Deberíamos limitarnos a ser buenos amigos. Yo me marcharé pronto, y tú tienes tu vida aquí.
– ¿Y tú? ¿A qué clase de vida vas a regresar tú? -Parecía sentirse muy enojado ante lo que ella había dicho -. ¿A esa granja miserable donde vivirás tu vida como una anciana? ¡No seas absurda!
– ¡William, soy una mujer divorciada! O lo seré pronto. Eres un tonto por haber llevado esto tan lejos -exclamó con evidente angustia.
– Quiero que sepas que no me importa nada lo de tu divorcio -replicó él con vehemencia-. Eso no significa absolutamente nada para mí, como tampoco lo significa la condenada línea de sucesión que tanto parece preocuparte. Porque todas tus preocupaciones se reducen a eso, ¿verdad? Has vuelto a dejarte confundir por esa que se casó con David.
Se refería, claro está, a la duquesa de Windsor, y ambos lo sabían. Y, además, tenía toda la razón. Sarah se había dejado confundir nuevamente por ella, pero era extremadamente obstinada en sus opiniones.
– Eso es algo que tiene que ver con la tradición y la responsabilidad. No puedes echarlo a rodar. No puedes ignorarlo o fingir que no existe. Y yo tampoco puedo. Es como conducir por una carretera cuesta abajo a toda velocidad y fingir que no hay ningún muro al final del camino. Está ahí, William, tanto si lo quieres ver como si no. Y tarde o temprano nos va a hacer mucho daño si no nos detenemos a tiempo, antes de que sea demasiado tarde.