– Sí, y lo único que hago ahora es acudir a fiestas y bailar tangos. Resulta aleccionador comprobar lo útil que puede llegar a ser una buena educación.
Pero Sarah ya sabía que hacía algo más que eso. Dirigía sus propiedades, la granja, que por lo visto era muy provechosa, y participaba en los debates de la Cámara de los Lores; viajaba, era un hombre muy bien informado y seguía con interés la política. Se trataba de un hombre muy interesante y, aún a su pesar, Sarah tuvo que admitir que le gustaba todo lo que se relacionaba con él. Incluso le gustó su madre, quien también pareció quedar complacida con Sarah.
Después de almorzar, los tres dieron un largo paseo por los jardines, y Annabelle Whitfield le habló a Sarah de su niñez, que había pasado en Cornualles, así como de las visitas a sus abuelos, en Francia, y de los veranos pasados en Deauville.
– A veces, hecho de menos todo eso -confesó con una sonrisa nostálgica.
– Nosotros estuvimos allí en el mes de julio. Sigue siendo un lugar de embeleso -dijo Sarah, devolviéndole la sonrisa.
– Me alegra saberlo. No he ido por allí desde hace por lo menos cincuenta años. -Se volvió y le sonrió a su hijo-. Una vez que llegó William, me quedé en casa. Quería estar con él en todo momento, cuidarlo, atenta a cada palabra y sonido que dijese. Casi me sentí morir cuando el pobre muchacho tuvo que marcharse a Eton. Intenté convencer a George para que lo dejara aquí, conmigo, con un tutor, pero él insistió y supongo que tenía razón. Para William habría resultado muy aburrido quedarse en casa, con su vieja madre.
Le miró amorosamente, y él la besó en la mejilla.
– Nunca me he aburrido en casa contigo, mamá, y tú lo sabes. Te adoraba, y sigo adorándote.
– Bobo -dijo la anciana sonriendo, pero feliz de oír aquellas palabras.
Abandonaron Whitfield a últimas horas de la tarde, y la duquesa le pidió a Sarah que regresara a verla de nuevo antes de marcharse de Inglaterra.
– Quizá después de su viaje a Italia, querida. Me encantaría que me lo contara todo sobre ese viaje cuando vuelva a Londres.
– Me gustará volver a verla -afirmó Sarah con una sonrisa.
Había pasado una tarde muy agradable y ella y William charlaron durante el viaje a Londres.
– Es una mujer maravillosa -dijo Sarah sonriéndole, pensando en las cosas que la anciana le había contado.
La había recibido cariñosa y cálidamente y había mostrado cierto afecto por Sarah.
– ¿Verdad que es maravillosa? No hay nada mezquino en ella. Jamás la he visto enfadada con nadie, excepto quizá conmigo. – Se echó a reír ante los recuerdos-. Nunca se ha mostrado descortés con nadie, ni ha levantado la voz en el calor de una discusión. Y adoraba a mi padre, tanto como él a ella. Es una pena que no hayas podido conocerlo, pero me alegra mucho que hayas tenido tiempo para venir a conocerla.
La mirada de sus ojos le decía algo más, pero Sarah aparentó ignorarla No se atrevía a permitirse a sí misma sentirse más cerca de él de lo que ya estaba.
– Me alegra que me hayas traído -dijo Sarah con suavidad- A ella también le ha encantado. Le has caído muy bien -aseguró, volviéndose a mirarla, conmovido por lo asustada que ella parecía.
– También le habría encantado saber que soy una mujer divorciada, ¿verdad? -preguntó Sarah, implacable al tiempo que él tomaba una curva pronunciada de la carretera, conduciendo el Bugatti con habilidad.
– En realidad, no creo que eso le hubiera importado gran cosa -dijo sin faltar a la verdad.
– Bueno, en cualquier caso, me alegra que no hayas decidido ponerla a prueba -dijo aliviada.
William, sin embargo, no pudo resistir la oportunidad de burlarse un poco.
– Creía que ibas a decírselo tú misma durante el almuerzo.
– Se me olvidó. Lo haré la próxima vez, te lo prometo -replicó ella, devolviéndole la broma.
– Estupendo. Seguro que se sentirá muy excitada al enterarse
Ambos se echaron a reír y disfrutaron de la compañía mutua durante el resto del trayecto hasta el hotel, donde él la dejó apenado por tener que separarse. Aquella noche, Sarah tenía previsto cenar con sus padres y unos amigos. Pero William insistió en verla al día siguiente, a primera hora de la mañana.
– ¿No tienes ninguna otra cosa que hacer? -preguntó Sarah volviendo a burlarse cuando él se lo pidió, junto a la entrada del Claridge.
Ambos ofrecían el aspecto de dos amantes jóvenes y felices
– Esta semana no. Quiero pasar contigo todo el tiempo que pueda, hasta que te marches a Roma, siempre y cuando no tengas inconveniente, claro.
Por un momento, Sarah pensó que debía plantear algunas objeciones, incluso en consideración hacia él, pero en realidad no deseaba hacerlo. William era ideal, y sus atractivos demasiado fuertes como para resistirlos.
– ¿Nos vemos en Hyde Park mañana por la mañana? Luego iremos a la Galería Nacional, y más tarde haremos un corto viaje a Richmond, para pasear por los Jardines Kew. Y almorzaremos en el hotel Berkeley.
Por lo visto, ya lo había planeado todo, ante lo que ella se echó a reír. No le importaba saber a dónde irían, siempre y cuando pudiera estar con él. Se dejaba arrastrar y, a pesar del constante temor de implicarse excesivamente en la relación, se dejaba llevar por la excitación de hallarse a su lado. Era un hombre difícil de resistir, pero, de todos modos, ella no tardaría en marcharse, y entonces tendría que hacer considerables esfuerzos por olvidarlo. Pero ¿qué daño podía hacer el disfrutar de un poco de felicidad durante unos días? ¿Por qué no, después de todo el tiempo que había pasado sola durante el año anterior, y la época miserable que había vivido?
Durante el resto de su estancia en Londres, William les acompañó casi a todas partes. De vez en cuando tenía que asistir a alguna reunión que no podía aplazar, pero la mayor parte del tiempo se puso a su más entera disposición. El último día que pasaron en la ciudad, él y Edward Thompson comieron en White's, el club de William.
– ¿Te lo has pasado bien? -le preguntó Sarah a su padre cuando éste vino de almorzar.
– William ha sido muy amable. Y pertenece a un club estupendo. -Pero no era el ambiente o la comida lo que más le había gustado, sino el hombre y lo que éste le había dicho-. Nos invita a cenar esta noche, y luego te llevará a bailar. Supongo que Italia te parecerá terriblemente aburrida sin él, después de todo esto -dijo seriamente, ávido por observar su expresión al contestar.
– Bueno, también me acostumbraré a eso, ¿no crees? -replicó ella con firmeza-. Todo esto ha sido muy divertido, y William ha sido muy amable, pero no puedo continuar así de forma indefinida.
Se encogió de hombros y abandonó la estancia. Aquella noche todos salieron a cenar al Savoy Grill. William fue una compañía encantadora, como era habitual, y Sarah también se encontraba de buen humor. Después de cenar, dejaron a sus padres en el hotel y se marcharon al Four Hundred Club a bailar.
Pero esta noche, ella se mostró muy distante entre sus brazos, a pesar de todos los intentos que había hecho hasta entonces por actuar con alegría. Resultaba fácil observar la tristeza que sentía y finalmente, al regresar a su mesa, se cogieron de las manos, y estuvieron hablando el resto de la noche.
– La semana que viene ¿será tan dura para ti como sin duda lo será para mí? -preguntó él obteniendo un gesto de asentimiento por parte de ella-. No sé qué voy a hacer sin tí, Sarah.