– No tengo una pista de donde está y no lo he visto desde que dejo Kinshasa. Hablamos mucho, eso es todo.
– No es un hombre del que quieras estar alrededor, Briony -le advirtió Jebediah.
– Pensé que era tu amigo.
– Los hombres como Jack Norton no tienen amigos. Nos conocemos el uno al otro. Le respeto, pero es peligroso y no le quiero en ningún lugar cerca de ti.
– Nunca he entendido por qué usas esa palabra siempre que su nombre sale. ¿Significa esto que de repente estalla en ataques de rabia y dispara a la gente? Estoy embarazada; no es como si fuera a querer tener sexo alucinante conmigo.
Jebediah se estremeció.
– La última cosa que un hermano quiere escuchar es que su hermana esta teniendo sexo alucinante. Jesús, Bri -traspasó las puertas de la "ciudad" del circo y condujo directo hacia su trailer. Le indicó que se quedara y salió, dejando el coche en marcha mientras sondeaba el área alrededor-. Deslízate en el asiento del conductor y si no salgo de la casa en un minuto, sal. Vete de aquí, y llama a este número -garabateó un número de teléfono de los Estados Unidos en una servilleta rasgada-. No confíes en nadie más.
Briony asintió y se sentó detrás del volante, la ansiedad precipitándose por ella. Por una vez Jebediah la creyó, en vez de insistir en que estaba paranoica y sólo eso era claramente espantoso. Estaba aliviada cuando sacó la cabeza por la puerta del remolque y gesticuló para que entrase. En el momento en que estuvo en la casa, Jebediah cerró de golpe la puerta y le ordeno a Tyrel echar un vistazo fuera.
– Vendrán por ella -Jebediah le dijo a los hermanos-. Recoged ahora. Vamos a tener que salir rápido. Coged todo lo importante y abandonad el resto. Seth, saca el alijo de armas; vamos a necesitarlas. No digas nada más sobre esto. Briony, ponte en movimiento, cariño; no tenemos mucho tiempo.
– La lluvia está empezando a caer de verdad -dijo Ruben-. Esto nos ayudará si estamos en la carretera.
– ¿Qué les diremos a los demás? -preguntó Seth.
– Absolutamente nada. No queremos poner a nadie más en peligro -contestó Jebediah-. El bastardo grande empuña un arma. Nuestra gente aquí no podrá decirles nada si no saben nada.
– Su nombre es Luther -la mano de Briony revoloteó hasta su garganta-. ¿Crees que me va a disparar?
– No, cariño, va a dispararme a mí.
Los ojos de Briony se abrieron con sorpresa.
– Jeb, no puedes quedarte conmigo, ninguno de vosotros. Alguno podría salir herido, o peor, asesinados como Mamá y Papá.
– No te hagas la tonta con nosotros -dijo Ruben-. Quienquiera que sea esa gente, lo arreglaremos -lanzó los archivos en un petate y se lo tendió-. Mete algunas ropas aquí y vámonos.
– No puede llevar nada pesado -objetó Jebediah-. Está embarazada.
– ¿Cómo? -exigió Seth.
– ¿Quién? -rugió Ruben.
– Oh, por Dios. -Briony giró los ojos-. Cogeré mis ropas.
– Deprisa -urgió Jebediah.
Se apresuró a la habitación, ignorando a Ruben gritando preguntas detrás de ella. Mientras llenaba de ropa una bolsa pequeña, escuchó a sus hermanos discutiendo sobre dónde ir. La lluvia caía a un ritmo estable, añadiéndose al color gris oscuro de su mundo. Costase lo que costase, sus hermanos la protegerían, y tenía el terrible presentimiento de que si Whitney la quería de vuelta, no podría detenerlo hasta que la tuviese, aunque tuviera que pasar sobre cada miembro de su familia.
Los gritos perforaron la noche, y los tigres rugieron un desafío. Briony se pudo rígida, la adrenalina invadió su cuerpo. La lluvia caía con mucha fuerza y los tigres continuaron, un malestar constante, sus voces amenazadoras, llevándolas a través de la ciudad del circo.
Los gritos agudos aumentaron, la impulsaron a la acción. Corrió hacia la puerta.
Jebediah la detuvo.
– Quédate aquí. Vamos a averiguar que está pasando. Tyrel está haciendo un barrido alrededor de las casas.
Sus hermanos corrieron hacia las jaulas de los animales para ayudar con cualquier emergencia que hubiera. Tan pronto como estuvieron fuera de la vista, la puerta de atrás se estrelló abierta. Briony no esperó a ver que pasaba o quién estaba allí. Salió corriendo por el frente detrás de ellos. Briony se negó a gritar, esperando no poner a Tyrel en un posible peligro. Era muy rápida y tenía una buena oportunidad de alcanzar a Jebediah.
La lluvia cayó sobre ella, mojando su pelo y su ropa mientras se precipitaba hacia el sonido del desastre. Cuando pasó a toda velocidad por delante de los arbustos azotados por viento, un enorme hombre surgió de los arbustos, dirigiéndose hacia ella. Luther. Y no estaba solo.
Briony casi corre hacia el segundo hombre, cambiando de dirección para evitarlo, y se encontró atrapada entre el hombre y el siguiente trailer. Se detuvo y se giró para enfrentarlos, con resolución en su cara. Mantuvo los pies en línea con los hombros, manteniéndose de lado para presentar un objetivo más pequeño, una mano se mantenía flojamente sobre su cintura y la otra gesticulaba mientras hablaba.
– ¿Qué quieres Luther? -miró hacia sus manos. Estaban empezando a sacudirse y sentía su cabeza aplastada, como en un torno. El miedo era muy severo para ser sólo las emociones de los dos hombres, pero podía sentir la reacción violenta de la muchedumbre cerca de las jaulas de los tigres.
– A ti. Sólo ven con nosotros ahora y nadie más tiene que salir herido.
Había algo vagamente familiar en él, algo fuera de su alcance.
– ¿Qué has hecho? -su estómago se apretó y presionó la mano protectoramente sobre el bebé.
– Tu novio no se sentía demasiado bien cuando le dimos un lugar donde dormir -dijo Luther. Se frotó el hombro donde ella había clavado la aguja-. No va a ayudarte con el bebé, así que mejor te preparas mentalmente para venir con nosotros o no tendrás a ninguno de tus supuestos hermanos vivos tampoco.
Respiró profundamente y miró hacia las jaulas de los animales donde la multitud se había reunido.
– ¿Heriste a Tony? -tenían que haberlo hecho, o no estaría tan violentamente enferma. La sangre empezó a gotear por su oído derecho.
– Basura sin valor. Podrías haber elegido a una docena de hombres para el padre de tu hijo. Hombres que merecían algo. Por qué demonios escogiste a ese gigoló está más allá de mí -gritó como una chica.
La boca de Briony se secó.
– ¿Por qué lo heriste?
– No tenía derecho a tocarte.
– Él… -se calló bruscamente. No se atrevió a decirles que Jack Norton era el padre de su hijo. Podrían decidir matarlo-. Esto es una locura. No entiendo nada de esto -se limpió el pequeño trazo de sangre de su oído.
– Venga. No quieres a tus hermanos heridos -dijo el otro hombre, un vestigio de simpatía en su voz-. Sólo ven con nosotros y nadie más morirá. Te lo explicaremos todo. No puedes soportar mucho más esto. ¿Y si tienes un ataque? Eso heriría al bebé.
– No seas amable con ella, Ron, es una fiera -le advirtió Luther.
– ¿Está muerto? ¿Le matasteis? -Tony era un hombre generoso con una sonrisa lista que lanzaba sin queja donde se necesitase-. ¿Por qué haces esto? -se frotó la palpitante cabeza. Por supuesto que lo habían hecho, porque lo había nombrado como el padre de su bebé. Había apuntado a la cabeza de Tony con un arma por su declaración irreflexiva-. ¿Por qué Whitney quiere a mi bebé? -iba a enfermar en otro minuto si la presión de su cabeza no aflojaba. Su visión estaba empezando a enturbiarse.
Ron tendió una mano.
– Vamos. Sabes que no te van a dejar corretear suelta cuando eres tan valiosa para ellos.
Briony empujó hacia atrás su pelo alisado por la lluvia y se froto los ojos para tratar de aclarar su visión.
– Está bien. Soy valiosa. El bebé es valioso. Supongo que eso significa que no puedes usar la pistola conmigo.