Le despertó el sonido de gritos. El sonido a menudo le atormentaba en sus pesadillas, gritos y disparos, y la visión de la sangre corriendo en oscuras piscinas. Sus manos se apretaron alrededor del rifle, el dedo acariciando el gatillo incluso antes de que sus ojos se abrieran de golpe. Jack respiró lenta y profundamente. Fuegos intermitentes venían de la dirección del campamento. Varias de sus trampas habían sido detonadas y otra vez el caos reinaba en el campamento rebelde. Las balas chisporrotearon en la jungla, pasando a través de las hojas y rasgando la corteza de los árboles. El fantasma en la selva había golpeado una y otra vez, y el miedo tenía a los rebeldes por las gargantas.
De vez en cuando, durante las siguientes horas, algún desgraciado soldado activaba una trampa, probablemente tratando de deshacerse de ello, y el campamento estallaba en el alboroto, la confusión, y el pánico casi dirigiéndose a la rebelión. Los soldados querían dirigirse al campamento base y Biyoya se negaba, firme en que ellos recuperarían al preso. Era un tributo a su liderazgo, o crueldad, que fuera capaz de reunirlos después de cada ataque. No hubo sueño para nadie, y la niebla se arrastró por el bosque, cubriendo los árboles y mezclándose con el humo de los fuegos continuos.
A través de la niebla, Jack vio al campamento en movimiento, abandonando su posición. Biyoya gritaba a sus hombres y sacudió su puño en el campamento, la primera indicación real de que la larga noche se había tomado su precio. Había perdido más de la mitad de sus soldados, y fueron forzados a agruparse en un nudo apretado alrededor suyo para protegerle. No parecían muy felices, pero marcharon estoicamente a través de la selva por la carretera en mal estado y fangosa.
La lluvia empezó otra vez, una llovizna estable que agitó la vida en la selva. Los chimpancés reanudaron su comida y los pájaros revolotearon de árbol en árbol. Jack captó un jabalí moviéndose a través de los arbustos. Pasó una hora, empapando sus ropas y su piel. Nunca se movió, esperando con la paciencia nacida de una vida de supervivencia. Biyoya tendría a sus mejores rastreadores y a los mejores tiradores ocultos, esperarían que hiciera un movimiento. El mayor Biyoya no quería volver al General Ekabela y admitir que había perdido soldados expertos con su prisionero. Su prisionero fugado. Este tipo de cosas le haría perder al comandante su reputación duramente ganada como interrogador despiadado.
Los ojos de Jack eran diferentes, siempre habían sido diferentes, y después de que Whitney le hubiera realzado genéticamente, su visión se había hecho asombrosa. No entendió el funcionamiento, pero tenía la visión de un águila. No le preocupó de cómo fue hecho, pero podía ver distancias que otros no podían concebir. Por el rabillo del ojo, un movimiento a la izquierda de su posición captó su atención, el color de bandas en amarillo y rojo. El francotirador se movía cautelosamente, manteniéndose en el follaje pesado, por lo que Jack sólo captaba vistazos suyos. Su observador se mantenía a la izquierda, cubriendo cada paso que el tirador daba mientras examinaba el suelo y los árboles circundantes.
Jack empezó a moverse lentamente hacia una posición mejor, pero paro cuando oyó un grito femenino en la distancia seguido estrechamente por el grito asustado de un niño. Jack movió bruscamente la cabeza, su cuerpo se tensó, el sudor rompió en su frente y goteó hacia sus ojos. ¿Conocía Biyoya su disparador? ¿Su única debilidad? Eso era imposible. Su boca estaba seca y el corazón le golpeaba en el pecho, ¿qué sabía Biyoya de él? Ken había sido brutalmente torturado. No había una pulgada cuadrada del cuerpo de su gemelo que no hubiera sido cortada en finas rodajas o despellejada. ¿Podría haber roto el interrogatorio a Ken?
Jack sacudió la cabeza, negando el pensamiento, y se limpió el sudor de la cara, un movimiento lento y cuidadoso. Ken nunca lo traicionaría, torturado o no. El conocimiento era seguro, tan parte de él como su respiración. Sin embargo, había obtenido la información, Biyoya había puesto la trampa perfecta. Jack tenía que responder. Su pasado, enterrado profundamente donde nunca miraba, no le dejaría alejarse. Trampa o no, tenía que reaccionar, tomar contramedidas. Su estómago se anudó y sus pulmones ardían por aire. Juró por lo bajo y puso un ojo en la mira de nuevo, determinado a eliminar la escolta de Biyoya.
La mujer gritó de nuevo, esta vez el sonido doloroso en el temprano amanecer. Las tripas en su vientre se endurecieron en algo horroroso. Sí. Biyoya lo sabía, tenía información de él. Estaba clasificado, y la información de Biyoya poseía estaba en un archivo clasificado con un millón de banderas rojas. ¿Así que quién demonios me vendió? Jack se frotó los ojos para limpiarse el sudor. Alguien cercano a ellos les había tendido una trampa a los hermanos. No había otra explicación.
Los gritos aumentaron en fuerza y duración. El niño sollozaba, suplicando clemencia. Jack maldijo y sacudió bruscamente la cabeza, furioso consigo mismo, con su incapacidad para ignorarlo.
– Vas a morir aquí, Jack -susurró en voz alta-. Porque eres un maldito tonto -no importó. No podía dejarlo ir. El pasado era la bilis en su garganta, la puerta de su mente crujió abierta, los gritos creciendo más fuerte en su cabeza.
Saltó de la seguridad de su árbol a otro, usando la canopia para viajar, confiando en su piel y en la ropa para camuflarlo. Se movió deprisa, siguiendo el rastro de Biyoya en el interior oscurecido. Los jirones de carretera fluían debajo de él, cortando la espesa vegetación, picada, minada y pisoteada. Parecía más una franja de barro que una carretera actual. La siguió, usando los árboles y las vides, moviéndose rápido para coger al cuerpo principal de soldados.
Se deslizó en un árbol alto sobre las cabezas de los soldados, instalándose en el follaje, tumbándose plano a lo largo de la rama. En algún lugar detrás suyo el tirador estaba viniendo, pero Jack no había dejado un rastro sobre la tierra y le sería difícil verlo mezclándose como lo hacia con las hojas y la corteza. Una mujer yacía en el suelo, la ropa rasgada, un soldado se inclinó sobre ella, pateándola mientras lloraba desvalidamente. Un niño pequeño de unos diez años luchaba contra los hombres que lo empujaba una y otra vez entre ellos. Había terror en los ojos del niño.
No había duda en la mente de Jack que Biyoya había preparado una trampa, pero la mujer y el niño eran víctimas inocentes. Nadie podía falsificar esa clase de terror. Juró una y otra vez en su mente, tratando de forzarse a alejarse. Su primera obligación era escapar, pero esto, no podía abandonar a la mujer y al niño en las manos de un maestro torturador. Forzó su mente a ralentizarse para bloquear los gritos y las súplicas.
Biyoya era el objetivo y Jack tenía que encontrar un lugar para ocultarse. Jack inhaló bruscamente, confiando en su sentido realzado del olfato. Si su nariz tenía razón y casi siempre la tenía, el mayor estaba agachado detrás del jeep a la izquierda de la mujer y el niño, detrás de una pared de soldados. Jack los rodeó y levanto el rifle, tomó blanco sobre Biyoya, sabiendo que los soldados serían capaces de señalar su trayectoria.
La bala le dio a Biyoya detrás de cuello. Incluso mientras caía, Jack cambió su objetivo al hombre que daba patadas a la mujer y disparó una segunda vez. Con calma, dejó el rifle de francotirador y levantó el rifle de asalto, estableciendo un fuego de cobertura que les dio a la mujer y al niño la oportunidad de escapar. Los soldados dispararon de vuelta, las balas golpeaban los árboles a su alrededor. Jack sabía que no podían verlo, pero el destello de la boca y el humo eran delatores. La mujer cogió al niño y entró en la selva tropical. Jack les dio una ventaja tan larga como se atrevió antes de moverse deslizándose de vuelta al espeso follaje y saltando de rama en rama para usar la canopia como una carretera.