Ekabela no iba a dejar pasar esto, Jack tendría a cada rebelde en el Congo persiguiéndolo todo el camino hasta Kinshasa.
Capítulo 2
Briony Jenkins se acuclilló en la esquina más oscura de la habitación, las manos sobre los oídos, los ojos cerrados con fuerza, desesperada por dejar fuera el asalto de miles de personas y su sufrimiento. Había sido un error coger el trabajo. Le había intentado decir a Jebediah que no podía hacerlo, pero significaba mucho dinero tanto para la familia como para el circo, el cual necesitaba ser solvente. ¿Cómo iba alguna vez en la vida llevarlo a cabo? Apenas podía ver, con el dolor haciéndole pedazos la cabeza y con las manchas bailando delante de los ojos. No había ninguna medicina que pudiera tomar, ningún alivio para el sufrimiento y la violencia en este lugar.
– ¿Briony? -se agachó Jebediah a su lado.
Ella negó con la cabeza, presionando más sus manos sobre los oídos, como si esto pudiera impedir que pensamientos y emociones inundaran su mente.
– Te dije que no podía venir a un lugar como este. Voy a enfermar otra vez -no podía mirarlo, no se atrevía a abrir los ojos y ver la luz. Su cuerpo se sacudía de un modo incontrolable y diminutas gotas de sudor se deslizaban por la cara-. Tengo otra hemorragia nasal.
Jebediah mojó un paño en agua fría y se lo entregó a su hermana más joven.
– No tenía ni idea de que sería tan malo. Pensaba que hacías todos aquellos ejercicios para ayudar a protegerte de lo que ocasiona esto.
Briony se mordió una réplica, sujetando fuertemente con abrazaderas su carácter. Tenía una sobrecarga psíquica y no la ayudaría enfadarse con Jebediah. Claro, sus hermanos y los otros miembros del circo la habían presionado para que viniera, pero podía haberlo rechazado. Debería haberlo rechazado. Y les había dicho que sería malo. Jebediah y los demás simplemente habían decidido no escuchar, porque esto no cuadraba con sus intereses. Apretó los labios juntándolos e intentó respirar para apartar el dolor. Jebediah también podría haber estado golpeando con piquetas en su cabeza, pero esto no era culpa suya. No tenía ni idea de lo que en realidad era la sobrecarga psíquica o como se sentía.
Recordó que muchas veces sus padres habían intentado en vano consolarla cuando se acuclillaba como una pelota en la esquina de una habitación oscura y se mecía hacia delante y atrás, intentando aliviar el dolor de cabeza. De vez en cuando podía oírlos discutir si realmente tenía alguna forma de autismo. Ella tenía que estar sola. No le gustaba el contacto físico. Estaban muy dolidos por su conducta. Trastornados. Todavía se despertaba con los sollozos de su madre resonando en los oídos y su voz preguntándole ¿por qué Briony no los amaba? Briony los adoraba, solo que no podía acercarse demasiado sin terribles repercusiones y no había manera de hacerles entender que el dolor era de verdad, no psicológico.
Sabía exactamente como acabaría esa escena. La había atravesado un millón de veces.
– Esto es África, Jeb -le recordó-, un país donde prolifera el sufrimiento. Hay SIDA, muerte, violación y pérdidas y esto me hunde.
Apretó la boca. No le gustaba llegar hasta la insinuación de la sobrecarga psíquica. Él no creía en ello y como sus padres, pensaba que esto era una forma de autismo. Él quería que luchara por ello y tuviera éxito siendo “normal”.
– ¿Puedes parar la hemorragia nasal? – él echó un vistazo al reloj-. Necesito que puedas ser capaz de llevarlo a cabo, Briony.
Ella quiso lazarle algo.
– Lo dices antes de cada representación y yo siempre logro hacerlo. Márchate, Jebediah. Necesito estar sola.
Sus otros hermanos se acercaron más. Tyrel, como siempre, la miraba con compasión, Seth enfadado y Ruben indignado. Ruben siempre la intimidaba, pensando que de algún modo la haría reaccionar. Seth le gritaba y Tyrel eventualmente se molestaría con ambos y los enviaría lejos. El ritual sucedía desde que podía recordar y ni una sola vez, ninguno de ellos pensó que no podían ayudarla con lo que le pasaba y que su presencia, con sus emociones tan intensas, solo lo empeoraban.
– Hay el rumor de que por los alrededores las tropas del líder rebelde han fluido por la ciudad buscando a alguien -dijo Tyrel-. No es un buen signo, Jeb. Sabes que van a mirar a todos los extranjeros.
Jebediah juró.
– Si las tropas rebeldes entran en la ciudad, los soldados estarán muy nerviosos y con el dedo en el gatillo. ¿Por qué iban a entrar en la ciudad, armados y listos para disturbios?
– Infiernos, no entiendo nada la política de aquí -contestó Seth-. Cada uno odia al otro y quieren a todos los demás muertos.
Nadie tenía que decírselo a Briony. La tensión aumentaba en las calles aumentando su incapacidad para funcionar. Había pobreza, enfermedad y tantas tragedias que quería avanzar lentamente por un agujero y amortiguar toda emoción, sonido y pensamiento.
– Tú piel cambia de color otra vez, Briony -dijo Ruben con impaciencia-. Te dije que le gustaba tener alrededor gente mirando.
– No somos gente: somos su familia -indicó Tyrel-. Déjala sola.
Ruben insistió.
– ¿Bien, como puede hacer esto? Parece un lagarto o algo así.
Briony suspiró, presionando la palpitación de la cabeza con la mano. Perecía como si le estuvieran martilleando clavos en el cráneo, pero no había ninguna indicación de que fuera nadie. El espectáculo tenía que continuar y Briony siempre, siempre, llegaba. Era un asunto de orgullo para ella. Era una Jenkins y todo lo que hacían, ella podía hacerlo y lo haría.
– Alguien podría entrar aquí -se defendió Ruben.
– Cerré la puerta -dijo Seth-. Obstrúyelo, Bri. No estoy de broma contigo. Eres demasiado mayor para ataques de pánico.
Briony había tenido bastante. Tenían diez minutos hasta que tuvieran que estar delante y si sus hermanos no se iban, no sería capaz de moverse.
– Váyanse -mordió ella la palabra entre dientes, mirándolos airadamente.
Los cuatro hermanos la miraron asustados. Era la primera ocasión que había interrumpido el ritual. Eran hombres grandes, musculosos y bien constituidos, con el pelo negro y penetrantes ojos azules. Ella tenía el pelo dorado platino, oscuro, ojos marrones como el chocolate y medía aproximadamente cinco pies y medio. No se parecía a ellos y con seguridad no tenía sus personalidades aventureras, aunque sentía como si las tuviera. Nunca realmente les había replicado, aunque considerara que ellos la presionaban un poco. Inmediatamente todos los rostros decayeron.
Ruben se agachó a su lado.
– No pensaba en trastornarte, Briony. Podemos trabajar sin ti, si no puedes hacerlo esta vez. No será fácil, y sabes que a la gente no va a gustarle eso, pero si no puedes recobrar la compostura esta vez…
Seth tomó aliento.
– Sí, tal vez podría tomar tu lugar, dulce. ¿Por qué no intentas acostarte? Tal vez te sentirás mejor por la mañana.
– Podemos pedir un doctor -ofreció Tyrel-. Tu doctor siempre llega en su vuelo a una hora de llamarlo.
Briony se habría reído si la cabeza no se dividiera en partes.
– Nunca he perdido una función. Sólo denme un poco de tiempo y estaré bien.
Jebediah echó a los demás fuera de la habitación y se hundió a su lado, extendiendo la mano para retirar la gruesa mata de pelo rubio.
– Te necesitamos, dulce, no te mentiré, pero llamaré al doctor si piensas que vas a necesitarlo. Tenemos varias funciones que hacer y si realmente los rebeldes se mueven por la ciudad, las emociones solo empeorarán.
Era una gran concesión para Jebediah el admitir que algo empeoraría su situación.
– No me gusta el doctor -Briony se restregó la mano sobre la cara-. Me mira fijamente como si fuera un insecto bajo el microscopio. Hay algo que no está bien en él.
Jebediah suspiró y se hundió de regreso sobre los talones.