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– ¿Tiene nombre ese ejército fantasma? -preguntó Vicary.

– Desde luego, es el Primer Grupo de Ejércitos de los Estados Unidos, PGEEU para abreviar. Hasta tiene comandante en jefe, el mismísimo Patton. Los alemanes creen que el general Patton es el más excelente jefe militar en el campo de batalla con que contamos y pensarían que estamos locos si desencadenáramos una invasión sin que él desempeñara un papel importante. Patton tendrá a su disposición un millón de hombres, constituido principalmente por nueve divisiones de los Estados Unidos, el III Ejército y dos divisiones del I Ejército del Canadá. El PGEEU hasta tiene su propio cuartel general en la plaza Bryanston de Londres.

Vicary parpadeó rápidamente, mientras trataba de asimilar la extraordinaria información que estaba recibiendo. Había que imaginárselo, crear exclusivamente de la nada, materializar en el aire, un ejército de un millón de hombres. Boothby tenía razón, era una ruse de guerre de proporciones inimaginables. Comparado con ella, el caballo de Troya de Ulises era una aventura de universidad.

– Hitler no es ningún estúpido, como tampoco lo son ninguno de sus generales -dijo-. Los educaron en las enseñanzas de Clausewitz, y Clausewitz brindó unos cuantos valiosos consejos acerca del espionaje en tiempos de guerra: «Una gran parte de la información que se obtiene en la guerra es contradictoria; otra parte, aún mayor, es falsa; y la parte que forma el grueso de la información es dudosa». Los alemanes no van a creer que haya un ejército de un millón de hombres estacionados en la campiña de Kent sólo porque nosotros se lo digamos.

Boothby sonrió, buscó de nuevo en el maletín y retiró otro cuaderno de notas.

– Cierto, Alfred. Y esa es la razón por la que salimos con esto: Quicksilver, Azogue. La finalidad de Azogue estriba en dotar de carne y huesos a nuestro pequeño ejército de fantasmas. En el curso de las próximas semanas, mientras las fuerzas fantasma de PGEEU van llegando a Gran Bretaña inundaremos las ondas hertzianas de tráfico inalámbrico y parte de ese tráfico de radio se transmitirá en claves que sabemos que los alemanes ya han descifrado, algunas de ellas en clair. Todo tiene que ser perfecto, exactamente igual que si estuviésemos concentrando en Kent un verdadero ejército de un millón de efectivos humanos. La intendencia se queja de la escasez de tiendas de campaña; las unidades de cocina y comedores harán lo propio respecto a provisiones y cubiertos. La radio parloteará durante la instrucción. Entre el momento presente y la hora de la invasión vamos a bombardear sus puestos de escucha del norte de Francia con cerca de un millón de mensajes. Algunos de esos mensajes proporcionarán leves pistas a los alemanes, algún que otro dato acerca de la situación de las fuerzas o de su disposición. Es obvio que queremos que los alemanes capten esas pistas y cojan la onda.

– ¿Un millón de mensajes radiados? ¿Cómo es eso posible?

– El Batallón del Servicio de Señales EE. UU. 3103. Llevan consigo todo un equipo: actores de Broadway, estrellas de la radio, especialistas en voces. Hay individuos que en un momento determinado pueden imitar el acento de un judío de Brooklyn y un segundo después el jodidamente terrible deje de un peón de granja de Texas. Graban los mensajes falsos en discos de cuarenta centímetros, en un estudio, y luego los radian desde camiones que circulan por los campos de Kent.

– Increíble -murmuró Vicary.

– Sí, absolutamente increíble. Y eso no es más que una ínfima parte. Azogue proporciona lo que los alemanes oirán en el aire. Pero nosotros también pensamos en lo que han de ver desde el aire. Hemos de crear la impresión de que, lenta y metódicamente, estamos concentrando un ejército gigantesco en el rincón sureste del país. Tiendas suficientes para dar cobijo a una fuerza de un millón de hombres, un impresionante contingente de aviones, carros de combate y lanchas de desembarco. Vamos a ampliar las carreteras. Incluso construiremos un puñetero depósito de petróleo en Dover.

– Pero, seguramente, sir Basil -dijo Vicary-, no dispondremos de suficientes aviones, carros de combate y lanchas de desembarco para despilfarrarlos en una impostura.

– Claro que no. Vamos a fabricar maquetas a escala natural, a base de lona y contrachapado. Vistas a nivel del suelo, parecerán lo que son, imitaciones toscas hechas a toda prisa. Pero desde el aire, a través de los objetivos de las cámaras de reconocimiento de la Luftwaffe, darán el pego, todo parecerá auténtico.

– ¿Cómo sabemos que los aviones de reconocimiento van a pasar?

Boothby dibujó en su rostro una amplia sonrisa, acabó su bebida y, sin prisas, encendió un cigarrillo.

– Ahora vamos a eso, Alfred. Sabemos que pasarán porque vamos a permitirles que lo hagan. No a todos ellos, naturalmente. Si lo hiciéramos así, les olería a cuerno quemado. La RAF y los aparatos estadounidenses surcarán el cielo constantemente, patrullan-do por encima del PGEEU; acosarán y ahuyentarán a la mayor parte de los intrusos. Pero a algunos, sólo a los que vuelen por encima de los mil metros, diría yo, se los dejará pasar. Si todo se desarrolla conforme al guión, los analistas de la vigilancia aérea de Hitler le dirán lo mismo que los escuchas destacados en el norte de Francia: que hay una gigantesca concentración de fuerzas aliadas congregada en las cercanías del Paso de Calais.

Vicary meneaba la cabeza.

– Comunicaciones por radio, fotografías aéreas, dos medios a través de los cuales los alemanes pueden reunir datos acerca de nuestras intenciones. El tercer medio, naturalmente, lo forman los espías.

¿Pero realmente quedaban espías? En septiembre de 1939, la víspera del estallido de la guerra, el MI-5 y Scotland Yard llevaron a cabo una redada general. A todos los sospechosos de espionaje se los encarceló, se los convirtió en agentes dobles o se les ahorcó. En mayo de 1940, cuando ingresó Vicary, el MI-5 estaba entregado a la captura de los nuevos espías que Canaris enviaba a Inglaterra para reunir datos sobre la invasión que se anunciaba. Esos nuevos espías sufrieron el mismo destino que la oleada anterior.

Cazar espías no era el término apropiado para describir lo que hacía Vicary en el MI-5. Técnicamente era un agente de contraespionaje. Su tarea consistía en asegurarse de que la Abwehr pensara que sus espías continuaban en sus puestos, que aún reunían información y aún seguían enviándola a los agentes de Berlín. El MI-5 había logrado manipular a los alemanes desde el mismo comienzo de la guerra, mediante el control del flujo de información que salía de las Islas Británicas. También consiguió que la Abwehr se abstuviera de enviar nuevos agentes a Gran Bretaña porque Canaris y sus oficiales de vigilancia creían que la mayor parte de sus espías aún estaban en ejercicio.

– Exactamente, Alfred. La tercera fuente de informes de Hitler acerca de la invasión la constituyen sus espías. Mejor dicho, los espías de Canaris. Y ya sabemos lo eficaces que son. Los agentes alemanes que controlamos aportarán una contribución vital al Plan Escolta al confirmar a Hitler gran parte de lo que puede observar desde el cielo y oír a través de las ondas. A decir verdad, ya hemos hecho entrar en el juego a uno de nuestros agentes dobles, Tate.

Tate se había ganado su nombre en clave a causa de su asombroso parecido con el popular artista de variedades Harry Tate. Su verdadero nombre era Wulf Schmidt y se trataba de un agente de la Abwehr lanzado en paracaídas desde un Heinkel 111 sobre el condado de Cambridge la noche del 19 de septiembre de 1940. Aunque no estaba asignado al caso de Tate, Vicary conocía los datos básicos. Tras pasar la noche al raso, el germano enterró su radio y su paracaídas y se llegó a pie a una aldea cercana. Hizo su primer alto en la peluquería de Wilfred Searle, donde compró un reloj de bolsillo para sustituir al de muñeca que se le había roto al saltar del Heinkel. A continuación compró un ejemplar de The Times a la señoril Field, encargada del puesto de periódicos, se lavó en la fuente de la aldea el tobillo hinchado y tomó el desayuno en un pequeño bar. Por último, a las diez de la mañana, el soldado Tom Cousins, de la Home Guard local, lo puso bajo custodia. Al día siguiente lo trasladaron a las instalaciones del MI-5 en Ham Commons (Suney) y allí, al cabo de trece días de interrogatorio, Tate accedió a trabajar como agente doble y a enviar por su radio a Hamburgo mensajes falsos.

– A propósito, Eisenhower está en Londres. Sólo unos cuantos escogidos de nuestro bando están enterados de ello. Sin embargo, Canaris lo sabe. Y ahora, Hitler también. La verdad es que los alemanes sabían que Eisenhower se encontraba aquí antes de que se aposentase para pasar su primera noche en Hayes Lodge. Sabían que estaba aquí porque Tate se lo comunicó. Era perfecto, naturalmente, una información aparentemente importante y, sin embargo, completamente inocua. Ahora, la Abwehr cree que Tate posee una fuente significativa y creíble dentro de la JSFEA. La fuente será fundamental a medida que se aproxime la fecha de la invasión. A Tate se le proporcionará una importante mentira para que la transmita. Y, con un poco de suerte, la Abwehr también se creerá eso.

»En las próximas semanas, los espías de Canaris observarán signos de una gigantesca concentración de hombres y material en el sureste de Inglaterra. Verán tropas estadounidenses y canadienses. Verán campamentos y puestos de escala. Escucharán historias horrorosas, en boca del público británico, acerca del espantoso inconveniente de tener tantos soldados hacinados en un lugar tan pequeño. Verán al general Patton circulando veloz por los pueblos de East Anglia, con sus botas relucientes y su revólver de cachas de marfil. Los buenos llegarán incluso a enterarse de los nombres de los altos mandos militares y enviarán esos nombres a Berlín. Tu propia red Doble Cruz desempeñará un papel fundamental.