Jon sonrió y acarició el pelaje blanco tupido por debajo de la mesa. El huargo alzó la vista hacia él, le dio un mordisquito cariñoso en la mano y siguió comiendo.
—¿Éste es uno de los huargos de los que tanto se habla? —preguntó una voz conocida, muy cerca de él.
—Sí —dijo Jon sonriendo a su tío Ben, que le había puesto una mano en la cabeza y le revolvía el pelo casi igual que él había hecho con el lobo—. Se llama Fantasma.
Uno de los escuderos interrumpió la anécdota procaz que estaba contando para hacer sitio al hermano de su señor en el banco. Benjen Stark se sentó a horcajadas y le quitó la copa a Jon de entre los dedos.
—Vino veraniego —dijo tras beber un sorbo—. No hay nada más dulce. ¿Cuántas te has tomado, Jon? —Jon sonrió. Ben Stark se echó a reír—. Lo que me temía. En fin, yo era más joven que tú la primera vez que me emborraché a conciencia. —Cogió de la bandeja más cercana una cebolla asada que rezumaba salsa oscura y le dio un mordisco. Se oyó un crujido cuando le hincó los dientes.
Su tío era un hombre de rasgos afilados, duros como la roca, pero los ojos azul grisáceo siempre parecían sonreír. Iba invariablemente vestido de negro porque pertenecía a la Guardia de la Noche. Aquella velada sus ropas eran de suntuoso terciopelo negro, con botas altas de cuero y un cinturón ancho con hebilla de plata. Llevaba una gruesa cadena de plata en torno al cuello. Mientras se comía la cebolla, Benjen observó a Fantasma con gesto divertido.
—Un lobo muy tranquilo —señaló.
—No se parece a los otros —asintió Jon—. Nunca hace ruido. Por eso le he puesto el nombre de Fantasma. Bueno, por eso y porque es blanco. Los otros son todos oscuros, grises o negros.
—Todavía hay huargos más allá del muro. A veces los oímos cuando salimos de expedición. —Benjen Stark clavó los ojos en Jon durante un largo momento—. ¿No comes en la misma mesa que tus hermanos?
—Casi siempre —respondió Jon con voz átona—. Pero Lady Stark ha pensado que esta noche sería un insulto para la familia real sentar a un bastardo entre ellos.
—Ya entiendo. —Su tío echó un vistazo por encima del hombro, hacia la mesa de la tarima al otro lado de la sala—. Mi hermano no parece nada contento esta noche.
Jon también se había dado cuenta. Un bastardo tiene que aprender a fijarse en todo, a descubrir las verdades que la gente oculta tras los ojos. Su padre respetaba todas las normas del protocolo y de la cortesía, pero había en él una tensión que Jon le había visto en escasas ocasiones. Hablaba poco, y miraba la sala sin ver. A dos asientos del suyo, el rey se había pasado la noche bebiendo. Tenía el rostro regordete congestionado bajo la espesa barba negra. Había hecho muchos brindis, había reído con todas las bromas y había atacado cada plato como si estuviera muerto de hambre; a su lado, la reina parecía gélida como una escultura de hielo.
—La reina también está enfadada —dijo Jon a su tío en voz baja—. Mi padre ha bajado con el rey a la cripta esta mañana. La reina no quería que fuera.
—Te fijas en todo, ¿eh? —Benjen miraba a Jon con ojos atentos—. Un hombre como tú nos sería muy útil en el Muro.
—Robb es mejor que yo con la lanza —dijo Jon henchido de orgullo—, pero yo soy mejor con la espada, y dice Hullen que cabalgo tan bien como cualquiera del castillo.
—No está nada mal.
—Llévame contigo cuando vuelvas al Muro —pidió Jon en un impulso repentino—. Mi padre me dejará ir si se lo pides tú, estoy seguro.
—El Muro es un lugar duro para un chico, Jon. —Benjen estudió su rostro detenidamente.
—Ya casi soy un hombre —protestó él—. Mi próximo día del nombre cumpliré quince años, y dice el maestre Luwin que los bastardos crecemos antes que los otros niños.
—Eso es cierto —dijo Benjen con una mueca. Cogió la copa de Jon, la llenó de la jarra más próxima y bebió un largo trago.
—Daeren Targaryen sólo tenía catorce años cuando conquistó Dorne —dijo Jon. El Joven Dragón era uno de sus héroes.
—Una conquista que duró un verano —señaló su tío—. Ese niño rey que tanto admiras perdió diez mil hombres en la conquista de Dorne, y cincuenta mil más intentando defenderlo. Nadie le había explicado que la guerra no es un juego. —Bebió otro sorbo de vino—. Además —siguió—, Daeren Targaryen sólo tenía dieciocho años cuando murió. ¿O esa parte se te había olvidado?
—Nunca olvido nada —se jactó Jon. El vino lo estaba volviendo osado. Trató de erguirse en el banco para parecer más alto—. Quiero servir en la Guardia de la Noche, tío.
Había pensado en aquello mucho tiempo, cuando por las noches yacía en la cama y sus hermanos dormían a su alrededor. Algún día Robb heredaría Invernalia, como Guardián del Norte tendría el mando de grandes ejércitos. Bran y Rickon serían los banderizos de Robb y gobernarían territorios en su nombre. Sus hermanas Arya y Sansa se casarían con herederos de otras grandes casas, y se irían hacia el sur para ser las señoras de sus castillos. Pero, ¿qué lugar había para un bastardo?
—No sabes lo que pides, Jon. La Guardia de la Noche es una hermandad juramentada. No tenemos familia. Ninguno de nosotros será nunca padre. Estamos casados con el deber. No tenemos más amante que el honor.
—Los bastardos también tenemos honor —dijo Jon—. Estoy dispuesto a prestar vuestro juramento.
—Sólo tienes catorce años —dijo Benjen—. Todavía no eres un hombre. Hasta que no conozcas a una mujer no entenderás a qué estarías renunciando.
—¡No me importa! —insistió Jon, exaltado.
—Quizá te importaría si lo entendieras. Si supieras qué te puede costar ese juramento no tendrías tantas ganas de pagar el precio, hijo.
—¡No soy tu hijo! —Jon sintió que la rabia crecía en su pecho.
—Y es una pena. —Benjen se levantó y le puso una mano en el hombro—. Vuelve a hablar conmigo cuando hayas tenido unos cuantos bastardos, y veremos si has cambiado de opinión.
—Jamás engendraré un bastardo —dijo, masticando las palabras y temblando de ira—. ¡Jamás! —escupió, como si fuera un veneno. De pronto se dio cuenta de que la mesa había quedado en silencio y todo el mundo lo estaba mirando. Se le acumularon las lágrimas tras los párpados. Consiguió ponerse de pie—. Dispensadme —añadió con sus últimos restos de dignidad.
Se dio la vuelta y se alejó para que no le vieran llorar. Debía de haber bebido más de lo que creía. Mientras intentaba alejarse, trastabilló y se tambaleó. Chocó contra una camarera y provocó que se le cayera la jarra de vino especiado, que fue a estrellarse contra el suelo. Las carcajadas estallaron a su alrededor, y Jon sintió cómo las lágrimas ardientes le quemaban las mejillas. Alguien intentó ayudarlo a mantenerse en pie. Se sacudió las manos que lo sostenían, y corrió sin apenas ver hacia la puerta. Fantasma lo siguió cuando salió a la noche.
El patio estaba silencioso y desierto. El único centinela se arrebujaba en su capa para protegerse del frío en lo alto de las almenas de la muralla interior. Parecía aburrido, sin duda lamentaba tener que estar allí solo, pero Jon se hubiera cambiado por él sin pensarlo dos veces. Por lo demás, el castillo estaba oscuro y no se veía a nadie. En una ocasión Jon había estado en una fortaleza deshabitada, era un lugar temible donde lo único que se movía era el viento, y las piedras guardaban silencio acerca de los que habían habitado allí. Aquella noche Invernalia le recordaba a aquel lugar.