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—¿Todavía no se ha levantado Robert? —preguntó Tyrion mientras tomaba asiento sin esperar a que lo invitaran.

—El rey no se ha acostado —dijo su hermana. Lo miraba con la misma expresión de leve disgusto que le había dedicado desde el día en que nació—. Está con Lord Eddard. Se ha tomado muy a pecho su dolor.

—Nuestro Robert tiene un gran corazón —comentó Jaime con una sonrisa desganada.

No eran muchas las cosas que Jaime se tomaba en serio. Tyrion, que conocía a su hermano, lo sabía y se lo perdonaba. Durante los largos y terribles años de su infancia, el único que alguna vez le había mostrado cierto afecto y respeto había sido Jaime, y por ello Tyrion estaba dispuesto a perdonarle casi cualquier cosa.

Un criado se aproximó a la mesa.

—Pan —pidió Tyrion—, y un par de pescaditos de esos, y una jarra de cerveza negra para pasarlo todo. Ah, y un poco de panceta, tostada hasta que cruja.

El hombre hizo una reverencia y se alejó. Tyrion se volvió de nuevo hacia sus hermanos. Eran gemelos, hombre y mujer, y aquella mañana parecían una copia uno del otro. Los dos se habían vestido de un tono verde que les hacía juego con los ojos. Los cabellos rizados de ambos les caían sobre los hombros, y se adornaban muñecas, dedos y cuellos con joyas de oro.

Tyrion se preguntó durante un momento cómo sería tener un hermano gemelo, y pensó que prefería no saberlo. Ya era bastante duro enfrentarse a sí mismo cada mañana en el espejo. La sola idea de ver a alguien como él era aterradora.

—¿Sabes algo de Bran, tío? —preguntó el príncipe Tommen.

—Anoche pasé por la habitación del enfermo —dijo Tyrion—. No ha habido ningún cambio. El maestre cree que es una buena señal.

—No quiero que Brandon se muera —dijo Tommen con timidez. Era un chiquillo encantador, en nada se parecía a su hermano. Pero Jaime y Tyrion tampoco eran precisamente idénticos.

—Lord Eddard tenía un hermano que también se llamaba Brandon —caviló Jaime—. Fue uno de los rehenes asesinados por Targaryen. Por lo visto ese nombre trae mala suerte.

—No tan mala, no tan mala —dijo Tyrion. El criado le trajo su plato. Arrancó con los dedos un pedazo de pan moreno, mientras Cersei lo miraba con cautela.

—¿Qué quieres decir?

—Que los buenos deseos de Tommen pueden hacerse realidad —dijo Tyrion dedicándole una sonrisa malévola—. El maestre dice que el niño tiene posibilidades de sobrevivir.

Myrcella dejó escapar una exclamación de alegría y Tommen sonrió, nervioso, pero Tyrion no estaba mirando a los niños. La mirada que Jaime y Cersei se cruzaron no duró más que un segundo, y pese a ello a Tyrion no le pasó inadvertida. Luego su hermana clavó la vista en la mesa.

—No es ninguna bendición. Los dioses del norte son crueles al permitir que el niño padezca un dolor tan intenso durante tanto tiempo.

—¿Qué dijo exactamente el maestre? —quiso saber Jaime.

La panceta crujía al morderla. Tyrion la masticó un instante, pensativo.

—Cree que si el niño fuera a morir, ya habría muerto —dijo finalmente—. Han pasado cuatro días sin novedad.

—¿Se va a poner bueno Bran, tío? —preguntó la pequeña Myrcella. Tenía toda la belleza de su madre, y un corazón muy diferente.

—Tiene la espalda rota, pequeña —dijo Tyrion—. Al caer se rompió también las piernas. Lo mantienen vivo a base de miel y agua, de lo contrario habría muerto de hambre. Si despierta tal vez pueda comer alimentos sólidos, pero nunca volverá a caminar.

—Si despierta —repitió Cersei—. ¿Es probable?

—Sólo los dioses lo saben —respondió Tyrion—. El maestre alberga esperanzas. —Mordió otro trozo de pan—. A ratos juraría que el lobo mantiene al chico con vida. Ese animal pasa el día y la noche al pie de su ventana, sin dejar de aullar. A veces lo echan de ahí, pero siempre vuelve. El maestre me contó que una vez cerraron la ventana para evitar el ruido, y Bran pareció debilitarse. En cuanto la abrieron, el corazón volvió a latirle con fuerza.

—Esos animales tienen algo antinatural —dijo la reina estremeciéndose—. Son peligrosos. No toleraré que los traigan al sur con nosotros.

—Pues te va a costar impedirlo —dijo Jaime—. Siguen a las niñas allí adonde van.

—Entonces —dijo Tyrion atacando el pescado—, ¿vais a partir pronto?

—Siempre será más tarde de lo que me gustaría —replicó Cersei. De pronto frunció el ceño—. ¿Cómo que si vamos a partir? ¿Y tú? ¡Dioses! No me digas que vas a quedarte aquí.

—Benjen Stark vuelve a la Guardia de la Noche con el hijo bastardo de su hermano —dijo Tyrion después de encogerse de hombros—. Tengo intención de ir con ellos para ver ese Muro del que tanto hemos oído hablar.

—¡Mi querido hermano, espero que no estés pensando vestir el negro! —dijo Jaime con una sonrisa.

—¿Cómo, hacer yo voto de celibato? —Tyrion se echó a reír—. Las putas se morirían del disgusto desde Dorne a Roca Casterly. No, lo único que quiero es subirme al Muro y mear por el borde del mundo.

—Los niños no tienen por qué escuchar esas groserías. —Cersei se levantó bruscamente—, Tommen, Myrcella, vamos. —Salió de la estancia, seguida por su séquito y los chiquillos. Jaime Lannister clavó los fríos ojos verdes en su hermano, pensativo.

—Stark se negará a marcharse de Invernalia mientras su hijo esté a las puertas de la muerte —dijo.

—Hará lo que Robert le ordene —replicó Tyrion—. Y Robert le ordenará que emprendamos el viaje. De todos modos, Lord Eddard no puede hacer nada por el niño.

—Podría poner fin a su sufrimiento —dijo Jaime—. Si se tratara de mi hijo, yo lo haría. Es lo más misericordioso.

—Mi querido hermano, te recomiendo que no se lo sugieras a Lord Eddard —dijo Tyrion—. No se lo tomaría nada bien.

—Ese niño, si sobrevive, será un lisiado. Peor que un lisiado. Un ser grotesco. Prefiero mil veces una muerte limpia.

—Manifiesto mi más profundo desacuerdo, en nombre de todos los seres grotescos del mundo —dijo Tyrion encogiéndose de hombros, gesto que acentuó su deformidad—. ¡La muerte es tan… definitiva! Mientras que la vida está llena de posibilidades.

—Eres un gnomo perverso. —Jaime sonrió.

—Desde luego —admitió Tyrion—. Espero que el chico recupere el conocimiento. Me interesaría muchísimo oír lo que tenga que contar.

—Tyrion, mi querido hermano —dijo Jaime con voz tensa; la sonrisa se le había agriado como la leche—, hay veces en que me pregunto de parte de quién estás.

Tyrion tenía la boca llena de pan y pescado. Bebió un trago de cerveza negra para pasarlo todo, y dedicó a Jaime una sonrisa feroz.

—Pero, Jaime, mi querido hermano —dijo—. Me ofendes. Ya sabes cuánto amo a mi familia.

JON

Jon subió por las escaleras despacio, tratando de no pensar que tal vez fuera la última vez que las pisaba. Fantasma caminaba en silencio junto a él. En el exterior, la nieve se arremolinaba y se colaba por las puertas del castillo, en el patio todo era ruido y reinaba el caos, pero entre los gruesos muros de piedra hacía calor y reinaba el silencio. Demasiado silencio, para el gusto de Jon.

Llegó al rellano y se detuvo durante un rato, asustado. Fantasma le hociqueó la mano. Eso le dio ánimos. Se irguió y entró en la habitación.

Lady Stark estaba junto a la cama. Llevaba allí casi quince días con sus noches. No se había alejado ni un momento de Bran. Le llevaban allí las comidas, y le habían puesto un orinal y un camastro, aunque se decía que apenas dormía. Era ella en persona quien lo alimentaba con la miel, el agua y la mezcla de hierbas que lo mantenían con vida. No había salido ni una vez de la habitación. De manera que Jon no había entrado.