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—Por favor, si casi no conocías a Catelyn.

—La había tomado por esposa. Llevaba a mi hijo en el vientre.

—Eres muy duro contigo mismo, Ned. Siempre has sido igual. Maldición, ninguna mujer quiere meterse en la cama con Baelor el Santo. —Le dio una palmada en la rodilla—. En fin, no insistiré si te molesta tanto. Te juro que a veces te erizas de una manera… el emblema de tu Casa debería ser el puerco espín.

El sol naciente perforó con dedos de luz la niebla blanquecina del amanecer. Una vasta llanura, pelada y marrón, se extendía ante ellos, su monotonía aliviada tan sólo por algunos montículos bajos y alargados aquí y allá. Ned se los señaló al rey.

—Los Túmulos de los primeros hombres.

—¿Nos hemos metido en un cementerio? —dijo Robert con el ceño fruncido.

—En el norte hay túmulos por doquier, Alteza —le dijo Ned—. Esta tierra es vieja.

—Y fría —gruñó Robert mientras se arrebujaba más con la capa. Los guardias habían detenido sus caballos tras ellos, al pie del risco—. Bueno, no te he traído aquí para hablar de tumbas, ni para discutir sobre tu bastardo. Anoche llegó un jinete, lo enviaba Lord Varys desde Desembarco del Rey. Mira. —El rey se sacó un papel del cinturón y se lo entregó a Ned.

Varys el eunuco era el jefe de los rumores del reino. Servía a Robert de la misma manera que antes había servido a Aerys Targaryen. Ned desenrolló el papel con nerviosismo, pensando en Lysa y en su espantosa acusación, pero el mensaje no tenía nada que ver con Lady Arryn.

—¿De qué fuente procede esta información?

—¿Te acuerdas de Ser Jorah Mormont?

—Ojalá pudiera olvidarlo —dijo Ned con aspereza.

Los Mormont de la Isla del Oso eran una casa antigua, orgullosa y honorable, pero sus tierras eran frías, remotas y pobres. Ser Jorah había intentado llenar las arcas de la familia vendiendo unos furtivos a un traficante tyroshi de esclavos. Los Mormont eran banderizos de los Stark, de manera que su crimen había deshonrado al norte. Ned había hecho un largo viaje hacia el oeste hasta la Isla del Oso, pero cuando llegó se encontró con que Jorah se había embarcado para ponerse fuera del alcance de Hielo y de la justicia del rey. Desde entonces habían transcurrido cinco años.

—Ser Jorah está en Pentos, y daría cualquier cosa por conseguir un indulto real que le permitiera regresar del exilio —explicó Robert—. Lord Varys aprovecha a fondo esa circunstancia.

—Así que el esclavista es ahora un espía —dijo Ned con repugnancia. Le devolvió la carta—. Yo preferiría mil veces ser un cadáver.

—Por lo que me cuenta Varys, los espías son mucho más útiles que los cadáveres —replicó Robert—. Dejando aparte a Jorah, ¿qué opinas de este informe?

—Daenerys Targaryen ha contraído matrimonio con un señor dothraki de los caballos. ¿Y qué? ¿Quieres que le enviemos un regalo de boda?

—Puede, un cuchillo —dijo el rey con el ceño fruncido—. Uno bien afilado, y un hombre valiente que lo empuñe.

Ned no se molestó en fingir sorpresa; el odio que Robert sentía hacia los Targaryen rozaba la locura. Recordó las frases airadas que habían intercambiado cuando Tywin Lannister entregó a Robert como obsequio y muestra de lealtad los cadáveres de la esposa y los hijos de Rhaegar. Ned lo consideró un asesinato; Robert dijo que aquello era la guerra.

—Para mí no son bebés, son cachorros de dragón —replicó el nuevo rey cuando alegó que el príncipe y la princesa no eran más que bebés. Ni siquiera Jon Arryn fue capaz de aplacar aquella tormenta. Eddard Stark había partido aquel mismo día, invadido por una rabia gélida, para participar en las últimas batallas de la guerra, que estaban teniendo lugar en el sur. Hizo falta otra muerte para reconciliarlos, la de Lyanna, y el dolor que compartieron por su pérdida.

—No es más que una niña, Alteza. —Ned había aprendido y contuvo su temperamento—. Tú no eres Tywin Lannister, no asesinas a inocentes.

Corría el rumor de que la hijita de Rhaegar había gritado y llorado cuando la sacaron a rastras de debajo de la cama y vio las espadas. El niño no era más que un bebé, pero los soldados de Lord Tywin lo arrancaron del pecho de su madre y le estrellaron la cabeza contra la pared.

—¿Y cuánto tiempo seguirá siendo inocente? —La boca de Robert era una línea dura—. Esa «niña» no tardará en abrirse de piernas y empezará a parir cachorros de dragón para que me persigan.

—De todos modos —insistió Ned—, asesinar niños sería una vileza… sería abominable…

—¿Abominable? —rugió el rey—. Lo que hizo Aerys con tu hermano Brandon fue abominable. La manera en que murió tu padre fue abominable. Y Rhaegar… ¿cuántas veces crees que violó a tu hermana? ¿Cuántos cientos de veces? —Gritaba tanto que su caballo relinchó nervioso. El rey tiró de las riendas con fuerza para calmar al animal, y señaló a Ned con el dedo—. Acabaré con todo Targaryen que se me ponga por delante, hasta que estén tan extinguidos como sus dragones, y luego mearé sobre sus tumbas.

Ned sabía que no debía llevar la contraria al rey cuando lo dominaba la ira. Si los años no habían aplacado su sed de venganza, no había palabras que pudieran hacerlo.

—De todos modos a ésta no la tienes delante —dijo con voz calmada.

—No, malditos sean los dioses, un mercader pentoshi de quesos la puso a salvo junto con su hermano en sus tierras y los rodeó de eunucos de gorros puntiagudos, y ahora los ha entregado a los dothrakis. Debí matarlos a los dos hace años, habría sido sencillo, pero Jon era igual que tú. Idiota de mí que le hice caso.

—Jon Arryn era un hombre sabio y una buena Mano.

Robert soltó un bufido. La rabia se estaba esfumando tan deprisa como había aparecido.

—Se dice que ese Khal Drogo tiene una horda de cien mil hombres. ¿Qué crees que opinaría Jon de eso?

—Opinaría que ni un millón de dothrakis representan una amenaza para el reino mientras estén al otro lado del mar Angosto —replicó Ned con tranquilidad—. Los bárbaros no tienen barcos. Y no les gusta el mar abierto, les inspira terror.

—Es cierto. —El rey se acomodó en la silla, inquieto—. Pero en las Ciudades Libres se pueden conseguir barcos. Ese matrimonio no me gusta, Ned. En los Siete Reinos todavía hay quienes me llaman Usurpador. ¿Ya has olvidado cuántas casas combatieron junto a los Targaryen en la guerra? Por ahora se limitan a esperar su oportunidad, pero si tuvieran la menor ocasión me asesinarían mientras duermo, y también a mis hijos. Si el rey mendigo cruza el mar con una horda dothraki, esos traidores se unirán a él.

—No lo cruzará —prometió Ned—. Y si por casualidad se atreve, lo tiraremos de nuevo al mar. Una vez elijas al nuevo Guardián del Oriente…

—Por última vez —refunfuñó el rey—, no voy a nombrar guardián al hijo de Arryn. Ya sé que es tu sobrino, pero mientras haya una Targaryen apareándose con dothrakis tendría que estar loco para poner una cuarta parte del reino en manos de un crío enfermizo.

—El caso es que necesitamos un Guardián del Oriente. —Ned ya había previsto aquello—. Si no quieres a Robert Arryn, nombra a uno de tus hermanos. Stannis demostró sobradamente su valía durante el asedio de Bastión de Tormentas. —Dejó que la proposición permaneciera en el aire un instante. El rey frunció el ceño y no dijo nada. Parecía incómodo—. Es decir —terminó Ned con calma mientras lo miraba fijamente—, si no has prometido ese honor a nadie más.

Robert tuvo la honradez de sobresaltarse. Pero al instante se fingió contrariado.

—¿Y si lo he hecho, qué pasa?

—Se trata de Jaime Lannister, ¿verdad?

Robert espoleó a su caballo e inició el descenso por el risco hacia los Túmulos. Ned se mantuvo a su altura. El rey cabalgaba con la vista fija al frente.