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—¡Basta ya! —chilló el chico. Dio un paso hacia adelante con los puños apretados, al borde de las lágrimas.

De pronto, sin motivo, Tyrion se sintió culpable. Se adelantó para dar al chico una palmadita en la espalda, o murmurar alguna disculpa.

No vio al lobo, no supo dónde estaba ni cómo llegó hasta él. En un momento dado estaba avanzando hacia Nieve, y al siguiente se encontraba tendido de espaldas contra el suelo de roca dura, el libro se le había caído de las manos, el impacto lo había dejado sin aliento y tenía la boca llena de tierra, sangre y hojas podridas. Cuando trató de levantarse sintió un doloroso calambre en la espalda. Se había hecho daño en la caída. Apretó los dientes frustrado, se agarró a una raíz y se incorporó. Tendió una mano hacia el chico.

—Ayúdame —pidió. Y de pronto el lobo estaba entre ellos. No gruñó. Aquel animal del infierno nunca emitía el menor sonido. Se limitó a mirarlo con sus brillantes ojos rojos y a enseñarle los colmillos, cosa que fue más que suficiente. Tyrion volvió a dejarse caer al suelo con un quejido—. Pues no me ayudes. Me quedaré aquí hasta que os vayáis.

—Pídemelo con educación. —Jon acarició el espeso pelaje blanco de Fantasma. Ahora sonreía.

Tyrion Lannister sintió que la rabia hervía en su interior, y la dominó a fuerza de voluntad. No era la primera vez que lo humillaban, y tampoco sería la última. Y quizá en aquella ocasión se lo merecía.

—Estaría muy agradecido si me prestaras tu ayuda, Jon —dijo con voz dócil.

—Al suelo, Fantasma —dijo el chico.

El lobo huargo se sentó sobre sus cuartos traseros. Los ojos rojos no se apartaron ni por un momento de Tyrion. Jon dio la vuelta para situarse tras él, le deslizó las manos por debajo de los brazos y lo levantó sin esfuerzo. Luego recogió el libro y se lo devolvió.

—¿Por qué me ha atacado? —preguntó Tyrion después de mirar de soslayo al lobo huargo y limpiarse la sangre de la boca con el dorso de la mano.

—A lo mejor ha pensado que eras un grumkin.

Tyrion le lanzó una mirada agria. Luego se echó a reír, con un bufido de diversión que le salió por la nariz sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

—Oh, dioses —dijo entre carcajadas entrecortadas—. Sí, me imagino que tengo pinta de grumkin. ¿Qué hará entonces con los snarks?

—Mejor que no lo sepas.

Jon recogió el odre y se lo tendió. Tyrion quitó el tapón, echó la cabeza hacia atrás, apretó el odre y bebió un largo trago. El vino fue como un fuego fresco que le bajó por la garganta y le calentó el estómago. Luego se lo tendió a Jon Nieve.

—¿Quieres?

—Es verdad, ¿no? —dijo el chico tras aceptarlo y beber un sorbo con cautela—. Lo que me has dicho de la Guardia de la Noche es cierto. —Tyrion asintió. Jon Nieve apretó los labios—. Pues si es así, que así sea —dijo al final.

—Muy bien, bastardo —dijo el hombre sonriéndole—. Casi todos los hombres prefieren negar la verdad antes que enfrentarse a ella.

—Casi todos —repitió Jon—. Pero no es tu caso.

—No —admitió Tyrion—. No es mi caso. Ya no acostumbro a soñar con dragones. Los dragones no existen. —Recogió las pieles de oso—. Vamos, tenemos que estar de vuelta en el campamento antes de que tu tío convoque a los banderizos.

El campamento no estaba lejos, pero el terreno era irregular y, cuando llegaron, tenía calambres en las piernas. Jon Nieve le tendió la mano para ayudarlo a salvar unas raíces protuberantes, pero Tyrion lo rechazó. Se iba a abrir camino por sus medios, como había hecho toda la vida. Aun así, se alegró de llegar al campamento. Las tiendas ya estaban alzadas contra el muro de un refugio que llevaba mucho tiempo abandonado y ahora les servía como escudo contra el viento. Los caballos estaban atendidos y la hoguera encendida. Yoren se había sentado en una piedra para despellejar una ardilla. El olor delicioso del guiso inundó las fosas nasales de Tyrion. Llegó como pudo hasta donde Morrec, su criado, removía el caldero. Morrec le tendió el cucharón sin decir palabra. Tyrion lo probó y se lo devolvió.

—Más pimienta —dijo.

—Ah, ya estás aquí —dijo Benjen Stark saliendo de la tienda que compartía con su sobrino—. No vuelvas a alejarte sólo, Jon. Pensé que los Otros te habían cogido.

—Fueron los grumkins —le dijo Tyrion con una carcajada.

Jon Nieve sonrió. Stark miró a Yoren, desconcertado. El viejo gruñó, se encogió de hombros y volvió a su sangrienta labor.

La ardilla dio algo de sustancia al guiso, y aquella noche lo comieron junto a la hoguera, acompañado de pan de centeno y queso duro. Tyrion pasó de mano en mano su odre de vino hasta que incluso Yoren se suavizó. Uno a uno, se fueron retirando a las tiendas para dormir, todos menos Jon Nieve, a quien había correspondido el primer turno de guardia.

Tyrion fue el último en retirarse, como siempre. Antes de entrar en la tienda que sus hombres le habían alzado se detuvo un instante y miró hacia atrás, en dirección a Jon Nieve. El chico estaba de pie junto a la hoguera, con el rostro imperturbable y tenso y la mirada fija en las llamas.

Tyrion Lannister sonrió con tristeza y fue a acostarse.

CATELYN

Ya habían transcurrido ocho días desde que Ned y las niñas se fueron de Invernalia cuando el maestre Luwin fue a verla de noche al cuarto de Bran, llevando con él una lamparilla y los libros de contabilidad.

—Ya es hora de que repaséis las cuentas, mi señora —dijo—. Tenéis que saber cuánto nos ha costado esta visita regia.

Catelyn contempló a Bran en el lecho y le apartó el cabello de la frente. Se dio cuenta de que le había crecido mucho. Pronto tendría que cortárselo.

—No me hace falta ver las cifras, maestre Luwin —replicó sin apartar los ojos del niño—. Ya sé lo que nos ha costado la visita. Llévate esos libros fuera de mi vista.

—Mi señora, el séquito real gozaba de un apetito muy saludable. Tenemos que reabastecer las despensas antes de…

—He dicho que os llevéis esos libros —lo interrumpió—. El mayordomo se encargará de eso.

—No tenemos mayordomo —le recordó el maestre Luwin. Catelyn pensó que era como una rata gris; no la iba a dejar escapar—. Poole se ha ido al sur para ocuparse de la casa de Lord Eddard en Desembarco del Rey.

—Ah, sí, ya lo recuerdo —asintió Catelyn, distraída.

Bran estaba muy pálido. Pensó que debería acercar más la cama a la ventana, para que le diera el sol de la mañana.

El maestre Luwin puso la lamparilla en un nicho junto a la puerta y jugueteó con el pábilo, inquieto.

—Tenéis que prestar atención de inmediato al tema de los nombramientos, mi señora. Además del mayordomo, necesitamos un capitán de los guardias para ocupar el puesto de Jory, un caballerizo…

Catelyn volvió la mirada con brusquedad y la fijó en él.

—¿Un caballerizo? —su voz restalló como un latigazo.

—Sí, mi señora. —El maestre estaba aturdido—. Hullen se marchó al sur con Lord Eddard, así que…

—Mi hijo yace en una cama, Luwin, está destrozado, se muere, ¿y quieres que me dedique a pensar en un nuevo caballerizo? ¿Crees que me importa lo que pasa en los establos? ¿Crees que me preocupa lo más mínimo? De buena gana mataría hasta el último caballo de Invernalia con mis manos si eso sirviera para que Bran abriera los ojos, ¿lo entiendes? ¿Lo entiendes?