– No tengo ni idea de lo que hablas.
– ¡Maldito seas, Jess! Siempre tan jodidamente callado. Esto no es un juego. Siempre piensas que juegas al ajedrez en lugar de vivir la vida real. Te estás haciendo enemigos y vendrán trás de ti.
Chaleen definitivamente sonaba amenazante. Saber se olvidó de tratar de obtener información y se movió hacia la habitación. Rodeó el cuello de Jess con los brazos.
– Lo siento me tomó más tiempo, amor -murmuró.
Chaleen echó un vistazo a su reloj de diamante.
– ¿Has corrido? -Ella chasqueó.
Saber cepilló con los dedos el pelo grueso y oscuro de Jess.
– ¿Perdón? -Preguntó, su voz goteando dulzura.
Chaleen recogió su abrigo de pieles y su bolso Gucci.
– Cometes un gran error, Jess -el ronroneo se había ido completamente de su voz, sonando fría y desdeñosa.
Las cejas de Jess se elevaron rápidamente.
– No me amenaces, Chaleen. Transmítele esto a tu gente: Tú no quieres amenazarme.
Durante un momento los ojos castaños brillaron intensamente de amarillo, la mirada imperturbable de un gato peligroso, y luego Chaleen se rió.
– Me has entendido mal, no me atrevería a amenazarte. Ha sido agradable encontrarte. -No se molestó en mirar a Saber, alguna batalla silenciosa se estaba librando entre los ojos castaños y los de marrón oscuro.
Saber, asustada por Jess sin ninguna razón que pudiera pensar, se aferró convulsivamente a sus bíceps. Sin apartar los ojos de Chaleen, él cubrió la mano de Saber en apoyo.
– De acuerdo -se rindió Chaleen-. Estás fuera.
– Espero que sí -contestó Jess tenebrosamente-. Saber, haz café para nosotros, cariño. Y tomate un vaso de zumo de naranja.
A regañadientes Saber le permitió alejarse de ella, atravesando la habitación, escoltando a la rubia hacia la puerta principal. Jess nunca le había ordenado a Saber hacer cosas como hacer el café o tomar zumo de naranja. El zumo, estaba segura, era por causa de su fiebre. El café era una táctica para quitarla de en medio. Vaciló, preocupada por dejarle vulnerable ante Chaleen, aunque él parecía sentir que el asunto estaba cerrado.
Y ella se sentía malísima. Su cabeza le dolía, su cuerpo le dolía, y no había duda de que necesitaba una aspirina. Mascullándose para sí misma, molió los granos frescos y obedientemente puso una cafetera de café.
Jess la encontró sentada en una silla, los codos sobre la mesa, cobijando la cabeza entre las manos. Se deslizó silenciosamente a su lado sobre las ruedas.
– ¿Estás segura de que no deberías de estar en la cama, cara de ángel? -Le preguntó amablemente.
– Claro que no -replicó, sin mirar hacia arriba-. El lugar está siendo invadido por tus mujeres. Alguien tenía que hacer algo.
Su boca se movió nerviosamente pero se mantuvo en silencio mientras vertía en un vaso zumo de naranja y lo colocaba al lado de su codo.
– Bebe.
Ella levantó la cabeza.
– ¿Chaleen? ¿Realmente alguien se llama Chaleen? -Su voz mantuvo una gran cantidad de desprecio.
Él con tacto se abstuvo de señalar que ella tenía también un nombre inusual.
Saber bebió la mitad del vaso de un trago.
– ¿A cuántas hay que esperar?
– Vamos cariño -la calmó, deliberadamente alimentando el fuego-. Ella es muy simpática.
– Algunas personas pensaron probablemente que Jack el Destripador era simpático también. ¡Por Dios! Jesse, lleva encima anímales muertos -lo miró airadamente como si él hubiese matado y sacrificado a las pobres criaturas con las manos remojadas en sangre para hacer el abrigo de la querida Chaleen-. Fuiste el amante de una mujer que lleva puesto animales muertos. Eso es tan repugnante.
Él tiró de uno de sus salvajes rizos.
– Ella no es tan mala.
Los ojos azules dispararon chispas violetas.
– Oh sí, lo era- lo es. ¿A quién debería esperar después? ¿A la esposa de Atila el Huno? Me debes una por eso, pez gordo. Probablemente te he salvado de un destino peor que la muerte. Esa vampiresa tiene la mira puesta en tu virtud -ella tenía la mira puesta en más que eso, pero Saber iba a tener que tardar un poco de tiempo en averiguar el qué.
Él dio un codazo al jugo un poco más cerca de ella, urgiéndole en silencio a que bebiera más.
– No sé, Saber, podría haber sido entretenido.
– No me vengas con eso, Calhoun -Saber rastrilló con una mano por su pelo en total exasperación-. Estabas aterrorizado porque iba a lanzarse sobre ti y lo sabes. Lo pude ver en tus ojos.
Le sonrió abiertamente a ella.
– Las alucinaciones otra vez. Mejor será llamar al doctor después de todo.
Ella puso los ojos en blanco.
– La última vez que el doctor estuvo aquí, insistió en vacunarme de la gripe junto contigo, y miro lo que sucedió. Nunca he estado enferma hasta ahora y qué tengo… la gripe.
– Bebe tu zumo -esta vez empujó el vaso a su mano.
Le envió una mirada al rojo vivo, pero cuando él no se amedrentó, bebió un sorbo.
– Realmente, no te culpo un poco por querer cambiar el tema. Si hubiera tenido tan mal gusto en mi juventud, no querría hacer hincapié en ello tampoco -bufó ella-
– ¿Así que es eso? ¿Significa que tienes mal gusto? ¿En tu juventud?
Al instante una persiana se derrumbó con estrépito, la risa que bailaba en sus ojos se desvaneció y los dejó velados, sombreados, incluso atormentados. Saber se encogió por la pregunta que soltó casualmente, demasiado casualmente.
– Buen zumo, Jesse. ¿Está recién exprimido?
– Por supuesto ¿Qué más haría contigo enferma? -Recorrió con los nudillos a lo largo de su mejilla con una caricia ruda-. ¿Cómo te sientes esta mañana? Me preocupaste anoche.
– Mejor. Voy a ir al trabajo esta noche -le aseguró.
– Saber, no seas ridícula. No estás bien -le colocó una mano fresca sobre su frente-. Todavía tienes fiebre.
– Estoy mejor -insistió.
– Uhuh, puedo decirlo -no pudo menos que reírse. Estaba sentada enroscada sobre la silla del roble, vestida con su bata, el pelo negro enredado, con largos mechones barriendo la curva de su mejilla, Saber era irresistible. Jess tenía que tocarla, quería sostenerla. Su dedo trazó la palma de la mano de ella, sólo para mantener el contacto-. Soy tu jefe, cariño, y yo digo que no vas a ir a trabajar esta noche.
Ella inclinó la barbilla.
– ¿Cobraré?
– Es un duro trato.
– Te conseguiré tu café -se ofreció Saber voluntaria.
– Siéntate. Yo conseguiré mi café. Acábate el zumo y vuelve a la cama -Jess fácilmente alcanzó la cafetera situada sobre el bajo mostrador.
– Entonces, de acuerdo, admitiré que estoy enganchada. ¿Trabaja Chaleen para la CIA, o es algún agente de otro gobierno?
Jess concentró toda su atención en servirse una taza de café.
Saber enroscó el pelo de él.
– No importa, rey dragón. No quiero que tengas que mentirme.
Su mano llegó hasta cubrir la de ella, deslizando los dedos sensualmente entre los de ella. Antes de que ella pudiera apartarse, él atrapó su mano, llevándola hasta el pecho.
– Estoy dispuesto a negociar, cariño.
Saber podía sentir el latido estable de su corazón. Por alguna extraña razón tuvo el deseo de colocar la cabeza sobre su pecho. No podía mirar a sus agudos ojos.
– No tengo nada para negociar.
La ceja de Jess se alzó rápidamente, pero antes de que pudiera responder, el estridente timbre del teléfono los interrumpió. Él sonrió abiertamente, los blancos dientes brillando intermitentemente.
– Tienes un ángel de la guarda -Jess alargó una perezosa mano hacia el aparato receptor-. ¿Sí?