Conducía el monovolumen al oeste de la calle Loucks, pero estaba tan ocupado mirando a Saber que casi se salta el desvío hacia Badged. El parque Kendrick, más adelante, estaba desierto. A estas alturas del año, con el aire enfriándose rápidamente, pero aún sin nieve, pocas personas usaban el parque. El arroyo Big Goose bordeaba el parque, con abundante vegetación y elegantes y altos álamos.
– El área perfecta para un picnic. Todo el mundo lo dice -comentó, mirando detenidamente y con cautela alrededor. De pronto sus sentidos hormigueaban, no demasiado, pero definitivamente hormigueaban. Su mano se deslizó sobre su pistolera para sentir el peso de su arma.
Saber rió
– Este parque está abarrotado en el verano. Estoy segura que me estás llevando a Fort Phil Kearny. Me lo llevas prometiendo desde hace tres meses.
– Es verdad, pero también dije que iríamos a…
– Al Museo de Buffalo Hill -se rió-. Hay tanto para ver. No podemos olvidar el rodeo, eso sería un sacrilegio. -Y ella quería hacer todo eso antes de irse, quería hacerlo todo con Jess, porque nada la haría volver a sentir lo mismo otra vez.
– ¿Prefieres ir al Fuerte? Podríamos ir a explorar -se paró para recoger las provisiones. Él tendría espacio aquí si algún enemigo atacaba, tanto espacio, como cobertura. Prefería quedase.
– No, es perfecto. Me gustaría un poco de paz y tranquilidad, tal vez me eche una siesta, no dormí demasiado la pasada noche -tembló en el aire fresco-. Espero que hayas traído mantas.
– Me acordé de todo, y sin tu ayuda.
Ella le dirigió una descarada sonrisa. No le había ayudado a preparar el picnic porque había estado tratando de aceptar que Jess era más que un SEAL; formaba parte de un equipo de Caminantes Fantasma. Eso lo explicaba todo, especialmente por qué ella se sentía tan bien en su compañía. Nunca había sido capaz de soportar estar cerca de la gente durante mucho tiempo, hasta Jess. Él definitivamente era un ancla y alejaba la energía lejos de ella. Debería haberlo sabido. Bien, a algún nivel lo había sabido, solo que no había querido sacarlo a relucir y analizarlo.
Caminaron hacia un área aislada cerca del arroyo, donde el agua se desbordaba sobre las rocas y donde tenían una buena vista si alguien se acercaba. Después de extender la jarapa tras el grueso tronco de un árbol, Jess se deslizó desde su silla y se sentó con su espalda apoyada contra el árbol, con las mantas y el arma muy cerca.
Saber se sentó a medio metro de distancia, frente a él, con el viento jugando con su pelo.
– Podría quedarme aquí para siempre -dijo suavemente. Y quería quedarse con él.
– Podría arreglarse -él estuvo de acuerdo.
Saber apartó los sedosos hilos de su cara.
– Algunas veces no puedo decir si hablas en serio o bromeas.
– Te lo he dicho, corazón, te tomo muy en serio.
Su oscura mirada se clavó en ella, haciendo que su matriz se contrajese. Miró hacia otro lado.
– ¿Puedes imaginar todo esto hace cien años? ¿Habrá habido batallas en este campo? ¿Habrán caminado por esta tierra los famosos indios y los colonos?
– Nube Roja, Cuchillo Torpe, Pequeño Lobo -recitó.
– General Cooke, Capitán Fetterman, Jim Bridger -enumeró Saber. Ella conocía su historia. Podía leer una página y recitarla textualmente.
Jess suspiró. Ella probablemente iba a relatar cada suceso histórico que había ocurrido en el condado de Sheridan, incluyendo el edificio de la posada de Sheridan y las historias de sus fantasmas residentes. A él le gustaba la historia, pero no en ese momento. Saber huía de él como si el pavimento quemase sus pies.
– ¿Vamos a hablar de la Batalla de Fetterman o sobre nosotros? -preguntó con voz suave.
– De la Batalla de Fetterman -Saber le envió una rápida, casi desesperada sonrisa.
– Sabía que dirías eso.
Saber se encogió de hombros.
– Podríamos hablar de cocina o de restaurantes.
– Podría sacudirte.
– Aguántate.
– Familia, cariño -sugirió él-. Hablemos de familia. ¿Están tus padres vivos? Nunca los has mencionado.
Saber escarbó en la jarapa, evitando su fija mirada inquisitiva.
– Crecí en un orfanato -dijo abruptamente-. No hay mucho que contar, ¿verdad? -Era casi un desafío, como si ella estuviese desafiándolo a forzar la cuestión.
Huiría si la empujaba, podía ver la cautela en sus ojos. Jess dejó pasar el tema, inclinándose con engañosa pereza contra el árbol, mirando las nubes del cielo y luego permitiendo que su mirada examinase cada centímetro cuadrado a su alrededor. El campo. Los arbustos Incluso los árboles.
Saber bostezó, rápidamente se cubrió con la mano.
– Ha sido una buena idea venir aquí, rey dragón. Es tranquilo.
La mano de Jess serpenteó y tiró de Saber, desequilibrándola. Con un pequeño chillido, ella cayó contra él, con su cabeza apoyada en su regazo. La mano de Jess subió para acariciar su sedoso pelo, demorándose en los abundantes rizos.
– Échate una siesta, cara de ángel -la persuadió-. Yo te cuidaré.
Ella se relajó contra él, sonriendo cuando él puso una manta alrededor de los dos.
– Ya sabes, Jess, adoro tu casa. Si no te lo he dicho antes, te agradezco todas las reformas que has realizado para hacerla perfecta para que pudiera vivir allí. Fue muy atento por tu parte, y no del todo necesario, pero estoy encantada de que lo hayas hecho.
– Pensaba que ahora era nuestra casa -contestó suavemente, intrigado por los destellos azules que el sol ponía en el negro de su pelo-. Parece nuestra casa.
Su suave boca se torció.
– Lo es ¿verdad? He sido feliz los meses pasados, más feliz de lo que nunca lo he sido. Eres un buen amigo.
La yema de su dedo dibujó el aterciopelado contorno de su labio.
– ¿Es eso lo que soy, corazón? -La diversión coloreó el profundo timbre de su voz-. ¿Un buen amigo? Empiezas a sonar como si soltases un elogio. “Ha estado bien, Jess, pero me voy.”
Le pellizcó el dedo con los dientes.
– No se parece en nada y lo sabes.
– Sólo dime que parece -procuró mantener su voz suave.
Sus pestañas bajaron como dos lunas crecientes sobre sus ojos. Una sacudida eléctrica golpeó con fuerza el estómago de Jess. Por un momento, su mano tembló mientras forzaba a su cuerpo a mantenerse bajo control, luego acarició su pelo y el lóbulo de su oído con gentiles dedos.
– Me muevo un montón, Jess. Ya lo sabes. He estado en New York, Florida, y en algunos otros estados antes, por no mencionar en diferentes ciudades de cada estado.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? -Repitió ella. Se pasó la punta de la lengua por el labio inferior.
– ¿Por qué? -Insistió, suprimiendo el gemido que amenazaba con elevarse de su pecho.
Hubo un largo silencio, tanto que tuvo miedo que ella no respondiese.
– Esta vez es la primera vez que he pasado tanto tiempo en un lugar. Me alejo cuando me siento demasiado cercana de alguien. La gente en esta ciudad es la más agradable que me he encontrado. Y si me quedo mucho más contigo… -Susurró con un suspiro.
Sus manos se movieron sobre su cara, recorriendo la delicada estructura ósea, como queriendo aprenderla de memoria.
– Es demasiado tarde, cariño -dijo.
Las largas pestañas revolotearon, elevándose y unos bonitos ojos azul-violeta encontraron su ardiente mirada y luego se apartaron rápidamente. Su garganta onduló. Cuando ella hizo un leve movimiento de retirada, Jess apretó su abrazo posesivamente y esperó a que acabase su resistencia.