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Su sonrisa llegó lentamente. Él era probablemente el mayor tonto del mundo entero, pero ¡Maldita sea! La creía. Creía en aquellos grandes, bonitos ojos, incluso con sombras en ellos. Deliberadamente, echó un vistazo a su reloj.

– Deberíamos comer si vamos a hacerlo. La temperatura se está enfriando rápidamente aquí afuera.

En vez de beber el líquido caliente, Saber dejó la taza y se estiró, acurrucándose bajo la manta, cerca de él.

– Creo que puedo tumbarte en una lucha.

– ¿Ah, sí? ¿De verdad? -La diversión se arrastró por su voz, y su brazo se curvó alrededor de su cabeza, sus dedos se enredaron en los sedosos hilos de su pelo-. ¿Podrías tumbarme?

Ella lo golpeó con el puño en la cadera.

– No lo digas de esa manera. ¿Tienes que hacer que todo parezca sexual?

– Me siento así -su mano acarició la sien de Saber-. Me vuelves loco.

Él nunca había sido tan directo ni dicho eso antes. Ella no era tonta. Sabía con seguridad que estaba físicamente atraído por ella, aunque después de ver a Chaleen y saber que ella y Saber eran completamente diferentes, no sabía con certeza por qué.

Saber golpeteó con los dedos su rodilla y contempló las montañas circundantes. Tenía que darle algo de si misma. No sería justo de otra manera. Él le había dicho cosas suyas, cosas hirientes que importaban, que eran verdad y, por una vez, quería darle algo de ella.

Saber estaba silenciosa y Jess permaneció así también debido al pequeño y nervioso tamborileo de sus dedos.

– Una vez fui encerrada en una especie de agujero en la tierra. Estaba completamente oscuro. -Ella miró su cara con atención. Estaba dándole… demasiado. Suficiente para condenarla, aún había niños de los que abusaban cada día. Naturalmente él pensaría eso, antes de pensar que algo tan extraño y coincidente como que ella era también un Caminante Fantasma.

Jess se inmovilizó interiormente. Podía oír la emoción en su voz mientras ella revelaba el traumático acontecimiento. Hubo el más débil temblor por su cuerpo. Eso era una realidad, no algo inventado para apaciguarlo. La emoción reprimida en ella lo decía todo y él podía sentir la rabia fría como el hielo. No estaba listo para oír esto.

– No podía ver ni mi propia mano delante de mi cara. Después de un rato pensaba que me iba a volver loca. Ni siquiera podía respirar.

Ella no le miró, pero mantuvo su mirada en las montañas.

– Había bichos. ¡Oh Dios, tantos bichos! Avanzaban lentamente por mí -se restregó los brazos y la cara como si se los quitase. Él vio su garganta convulsionar cuando tragó con fuerza y sabía que ella no era consciente de las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos-. No pensé que pudiese conseguirlo. Perdí la noción del tiempo. Un minuto, una hora, días. Podía oírme gritar, pero no en voz alta, sino en mi mente. No me atrevía a hacer ni un sonido. Nunca saldría.

El silencio creció entre ellos. Él tenía miedo de hablar, miedo de que su voz se quebrase. No podía tocarla, no podía mover su mano aquellos escasos centímetros que los separaban. Temblaba de cólera, algo diferente a lo que él había experimentado antes, y si no mantenía el control, los resultados podrían ser mortales.

Saber notó temblar la tierra bajo ella. Los árboles temblaban y el agua de las fuentes salía disparada como géiseres. La rama de un árbol crujió siniestramente. Se inclinó hacia él, puso la cabeza contra su hombro y colocó una mano tranquilizadora en su muslo. Instantáneamente, su mano cubrió la suya y él respiró profundamente.

– Está bien -lo tranquilizó-. Estoy bien -estaba furioso por ella, cercano a perder el control, algo nada bueno para un Caminante Fantasma. Esto debería recordarle que Jess era peligroso, en silla de ruedas o no, pero todo lo que hacía era hacerla feliz.

– ¿Qué edad tenías? -Su voz sonaba muy tranquila. Atrajo su mano a su boca y le besó la palma, intentando de encontrar la manera de hacerselo más fácil.

– Creo que tendría cerca de cuatro años la primera vez. No nos estaba permitido mostrar miedo y yo temía los sitios cerrados y oscuros. Esa clase de debilidad no estaba permitida donde yo crecí.

Jess no tenía necesidad de preguntar quién le había hecho tal cosa. Whitney, que su alma fuese condenada al infierno. Peter Whitney había cogido a esta niña y la había torturado para formarla o para quebrarla.

– Por eso te gusta que cada luz en casa esté encendida.

Su mano agarró su camisa, los dedos se curvaron alrededor del borde de la tela, rozando su piel desnuda. Ella no pareció darse cuenta, por lo que él la dejó allí, cubriendo su mano de nuevo con la suya y presionando su palma contra su pecho.

– Creo que ellos nunca fueron capaces de quitarme el miedo del cuerpo -admitió Saber. Tocó su pierna con la punta de los dedos.

– Hijos de puta -procuró no preguntar quienes eran “ellos”.

Ella no tenía ni idea de por qué su reacción enviaba una ola de calor que se estrelló contra su sistema entero. Tomó aliento y lo soltó, agarrándose a su muñeca para distraerlos a ambos. Miró su reloj.

– Tengo que prepararme para ir a trabajar.

– Aún te quedan horas. Tómate una siesta.

– ¿Aquí afuera? -¿Se atrevería a hacerlo cuando podrían estar siendo vigilados?

– Seguro, escucha el agua, estabas diciendo que aquí había paz. Entonces me hablas de algo de tu pasado e inmediatamente te pones nerviosa y quieres escapar -se deslizó hacia abajo, recostando su cabeza en una manta enrollada-. Vamos, mujer misteriosa, ven aquí, a donde perteneces.

Saber vaciló sólo un instante, luego se acurrucó a su lado. La sensación de su cuerpo doblado protectoramente alrededor suyo se estaba haciendo rápidamente familiar, confortable, como si fuese donde pertenecía. Estaba cansada y el aire fresco y la belleza de los alrededores, junto con la presencia de Jess, la hacían inmensamente feliz. Recostó su cabeza en el hueco de su hombro, un brazo esbelto atravesó su amplio pecho y cerró los ojos.

– Si oyes o ves algo sospechoso, o si alguien se acerca a nosotros, prométeme que me despertarás.

A sí que ella también lo había sentido, notó Jess. El dejó vagar su mirada alrededor de ellos, analizando el área para asegurarse de que nadie andaba cerca.

– Lo haré. Duérmete.

Jess la sostuvo, atrapado en algún lugar entre el cielo y el infierno. Habiendo ya probado el dulzor de su boca, ansiaba más. Su mente estaba en paz, sosteniéndola en sus brazos, pero su cuerpo hervía de necesidad. Despacio, se recordó a sí mismo, despacio y suave. Saber valía cada dolor, cada noche de insomnio. Necesitaba protección, tanto si lo sabía o no, porque si Whitney la había puesto en un agujero en la tierra y ella había escapado, vendría tras ella.

No quería pensar en la otra posibilidad, que Whitney la hubiese enviado para espiarle, para informarle de cuán cerca estaba de la verdad en sus investigaciones. Que Dios los ayudase si ella traicionaba a Whitney, aunque eso no le parecía que fuese el caso. Ella estaba demasiado cerca de salir disparada. Un espía no huiría, trataría de acercarse más a él.

A Saber no le gustaba la nieve y seguramente tampoco conducir por ella. Primero una serie de tormentas fuertes, y el tiempo empeoraría antes que de costumbre. Una vez que la nieve cayese, Saber estaría menos inclinada a irse y él tendría todo el invierno para atarla firmemente a él.

Las palabras de su canción favorita resonaron en su mente, eran realidad para él.

Oh, pero aquellos inquietantes ojos me hacen comprender la profundidad de las emociones que se mueven dentro de mí.

Inquietantes ojos, inquietante estribillo, y todo verdadero. Cada vez que miraba sus ojos azul-violeta su corazón daba un vuelco. Era una mujer con la que nunca terminaría. Cada día se reforzaban sus sentimientos hacia ella, su convicción de lo atado que estaba a ella.