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Le llevó un momento cerrar la boca y retroceder al vestíbulo, invitándola a entrar. Su mano había rodeado completamente la de ella, todavía podía sentir la fuerza de su agarre. Bajo la engañosa y bella piel cremosa había músculos de acero. Ella se movía con fluida gracia, su estructura era tan regia que la comparó con la de una bailarina de ballet o una gimnasta. Cuando ella finalmente le ofreció una sonrisa tentativa, le dejó sin respiración.

Jess deslizó una mano por su pelo, maldiciéndose por haberla invitado a entrar. A partir de ese momento, había estado perdido, tuvo la certeza que siempre sería así. En los últimos meses ella le había lanzado un hechizo del que aún no quería salir. Nunca había reaccionado a una mujer de la forma que lo hacía ante ella. No podía dejar que se marchara, no importaba cuán ilógico era, así que en vez de eso le había abierto las puertas de su casa, ofreciéndole el trabajo como ama de llaves a cambio de un lugar donde vivir.

Por supuesto que la había investigado; no estaba completamente desquiciado. Se lo debía a sus compañeros Caminantes Fantasmas, a los miembros de su equipo militar de elite, saber con quien compartía su casa, pero no existía Saber Wynter. No era exactamente extraño, sospechaba que ella se escondía de alguien, pero aún así era muy raro que no pudiera averiguar ni la más mínima cosa de ella, especialmente cuando tenía sus huellas digitales.

El estridente sonido del teléfono hizo que su corazón latiera rápidamente contra su pecho. Su mano voló, con la sorprendente rapidez de una serpiente enroscada, y agarró ágilmente el aparato receptor.

– ¿Saber? -Fue una oración, maldita ella, una flagrante oración Inspiró profundamente, deseando poder atraerla a sus pulmones y retenerla allí.

– Hola, Jesse -le saludó jovialmente, como si fuera mediodía y él no hubiera estado subiendose por las paredes durante horas-. Me ha surgido un pequeño problema.

Ignoró el alivio que recorrió su cuerpo, el endurecimiento de sus músculos ante sonido sensual y sexy de su voz, y la erección instántanea que nunca le abandonaba cuando pensaba en ella… lo cual era todo el tiempo.

– Maldita sea, Saber, no te atrevas a decirme que aterrizaste en la cárcel otra vez -realmente iba a estrangularla. Un hombre sólo podía aguantar un poco.

Su suspiro fue exagerado.

– Honestamente, Jesse ¿tienes que traer a colación ese absurdo incidente cada vez que algo sale mal? De cualquier manera no intentaba que me arrestaran.

– Saber -dijo con exasperación-. Extender tus manos con las muñecas juntas es pedir que te arresten.

– Fue por una buena causa -protestó ella.

– Encadenándote a un hogar de ancianos para llamar la atención sobre las condiciones en que viven, no es exactamente la mejor manera de cambiar las cosas. ¿Dónde diablos estás?

– Suenas como un viejo oso gruñón con un diente lastimado -Saber golpeteó con impaciencia una uña larga en la pared de la cabina, era uno de sus hábitos nerviosos que nunca había podido dominar-. Estoy atrapada aquí cerca de los almacenes viejos, más o menos, um, sin un coche.

– ¡Maldita sea, Saber!

– Ya dijiste eso -señaló con prudencia.

– Quédate ahí -el frío acero se perfilaba en el profundo timbre de su voz -. No dejes esa cabina telefónica. ¿Me oyes, Saber? Es mejor que no te encuentre lanzando dados con un montón de vagos ahí abajo.

– Muy divertido, Jesse.

La pequeña mocosa se rió. Jess colgó el teléfono con un atronador golpe, muriéndose de ganas por sacudirla. Pensar en ella, tan frágil y sin protección, cerca de los almacenes, en una de las peores partes de la ciudad, le asustaba muchísimo.

Saber colgó y se apoyó débilmente contra la pared de la cabina telefónica, cerrando momentáneamente los ojos. Temblaba tan fuerte que apenas podía mantenerse de pie. Le llevó un esfuerzo separar sus dedos, uno a uno, del aparato receptor. Odiaba la oscuridad, los demonios acechaban en las sombras, la forma en que el negro de la noche podía convertir a personas en animales salvajes. Su trabajo en la emisora de radio, el trabajo con el que ella estaba en deuda con Jess, no podía haberle convenido mejor, porque podía mantenerse levantada toda la noche.

Y esta noche, su primera noche libre en años, tuvo que malgastarla con Larry el Piojoso. Acababa de abandonar su culo en la peor zona de la ciudad que pudo encontrar, no es que no pudiese cuidar de sí misma, y ese era el problema. Siempre sería el problema. Ella no era normal. Debería tener miedo de lo que acechaba por la noche, no de dañar a alguien.

Suspiró. No tenía idea del por qué había salido con Larry en absoluto. Ni siquiera le gustaba él o su aliento apestoso. La verdad era, que no le gustaba ninguno de los hombres con quien se citaba, pero quería gustarles a ellos, quería ser atraída por ellos.

Se hundió en la pequeña cabina, atrayendo las rodillas hacía su pecho. Jesse vendría por ella, lo sabía. Era tan cierto como la absurda historia de Jess sobre necesitar que alguien alquilara el apartamento del piso superior, o cómo que era tan barato porque necesitaba que alguien le hiciera los trabajos livianos de la casa.

El lugar era un palacio en lo que respectaba a Saber. Los anchos espacios abiertos se mantenían inmaculadamente limpios. El piso superior no era un apartamento, nunca había sido un apartamento. El segundo cuarto de baño del piso superior se había agregado después de que ella hubiera llegado a la casa. La enorme y bien equipada sala de pesas, adecuadamente equipada y la piscina de tamaño grander era una tentación añadida y él le había dicho que podía usarla cuando quisiera.

Por primera vez en su vida, Saber se había tragado su orgullo y había aceptado una limosna. La verdad era, tanto como le repugnaba admitirlo, que nunca había tenido motivo para estar triste, ni una vez desde que se había mudado, excepto que sabía que no podía quedarse demasiado. Jess era la verdadera razón de que se quedara, no su casa, la piscina o su trabajo. Sólo Jesse.

Cerró los ojos brevemente y frotó su barbilla en las rodillas. Había ido demasiados lejos atándose al hombre. Hace seis mese no se le habría ocurrido llamarle para pedirle ayuda, ahora no se le ocurría no hacerlo. La revelación la intranquilizó. Había llegado el momento de marcharse, se estaba sintiendo demasiado cómoda también. Saber Wynter tenía que salir veloz y surgir de las cenizas con una identidad nueva, porque si se quedaba más tiempo, entonces estaba en un peligro terrible, y esta vez, no iba a ser culpa de nadie sino de ella.

La furgoneta retumbó en la cuneta en un tiempo récord. Jesse sacó su guapo rostro por la ventana. Sus ojos estaban oscurecidos con sombras mientras la miraba por encima, más bien ansiosamente. La sensación de esos ojos magníficos hacía que su estómago se volteara cuando no quería sentir nada excepto alivio.

Saber se levanto lenta y temblorosamente, y se quitó el polvo asentado en sus vaqueros, permitiéndose el tiempo para recuperarse.

– Saber -expresó con un gruñido, el frío acero se hizo mucho más evidente.

Ella se subió, inclinándose para darle un beso rápido en su mandíbula oscurecida.

– Gracias, Jesse, ¿qué haría sin ti?

La furgoneta no se movió, así es que ella volvió levemente la cara hacia él y, bajo la mirada vigilante de él, se coloco el cinturón de seguridad alrededor.

– No vamos a averiguarlo -terciopelo sobre acero. Dijo las palabras con exasperación, sus brillantes ojos recorrieron su pequeña y esbelta figura posesivamente, asegurándose de que no estaba herida-. ¿Qué ocurrió esta vez, nena? ¿Alguien te convenció que estos pequeños almacenes son trampas mortales y resolviste cometer un pequeño incendio premeditado?