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Tal vez por esa razón había permitido que sus relaciones fueran más lejos. Eso era el motivo por el que se había quedado demasiado tiempo y corrido demasiados riesgos. No podía soportar la idea de estar lejos de él, y el hecho la hacía simplemente estúpida.

– ¿Entonces, vas a esconderte de mí o vas a aceptar mis disculpas? -Su barbilla frotó la parte superior de su pelo.

– Si esa es la manera en que te disculpas -inhaló por la nariz indignadamente-. No estoy segura de que vaya a perdonarte. No me gusta lo que piensas de mí.

– Te admiro muchísimo, y lo sabes -él tiró de un rizo particularmente intrigante-. ¿Es, “lo siento”, bastante bueno?

– Espero que nunca lleguemos a una pelea realmente seria -Saber le golpeó en la mano, pero estaba más irritada con ella misma que con él. Podría quedarse donde estaba para siempre, sólo impregnándose de él, sintiendo los músculos de su cuerpo y el calor propagándose a través de ella con un fastuoso calor que nunca había conocido antes.

Él se rió suavemente, el sonido se deslizó por su columna vertebral como el toque fresco de sus dedos.

Instantáneamente Saber levantó la cabeza, horrorizada con las perturbadoras sensaciones de su cuerpo.

– Mejor será que me vaya arriba, Jesse, y te permita dormir un poco.

Porque si no se alejaba de él, podría ponerse en ridículo y ceder al deseo de deslizar besos como pluma arriba y abajo de su garganta y sobre su mandíbula y encontrar su oh tan perturbadora boca… Se levantó de un salto, su corazón latiendo fuertemente.

A regañadientes él le permitió escapar.

– Te conozco mejor que eso, bebe; irás arriba y me mantendrás despierto toda la noche con tu ridículo ritmo. Vete a ponerte tu bañador, podemos ir a nadar.

Su cara se iluminó.

– ¿Qué quieres decir?

– Vete -le ordenó.

Ella atravesó andando el piso de dura madera hasta la parte baja de las escaleras e hizo una pausa para mirarlo.

Con la tenue luz, podía apreciar su perfecto perfil, sus pechos empujando invitadoramente contra del fino material de su pálida blusa. Su cuerpo se apretó aún más, endureciéndose en un penoso y familiar dolor que no iba a desaparecer en un momento cercano.

Jess maldijo por lo bajo, sabiendo que pasaría otra noche interminable, al igual que otras tantas, deseando ardientemente sentir su suave piel y los ojos embrujadoramente azules. Nunca había reaccionado a una mujer de la forma que lo hacía con Saber. No la podía mantener apartada de su mente, y si ella estaba en algún lugar cerca, su cuerpo se sobrecargaba en cuestión de segundos.

Infiernos, ella incluso no tenía que estar junto a él. El sonido de su voz por la radio, su perfume que permanecía mucho tiempo en el aire, su risa, y que Dios le ayudase, sólo pensar en ella convertía su cuerpo en una dolencia peligrosa.

– Gracias, Jesse, sabía que no me decepcionarías. No sé lo que haría sin ti.

Él la observó caminar hasta las escaleras, pensando en sus palabras. Era la segunda vez que ella le había hecho esa declaración esta noche. Y había habido una nota nueva en su voz. ¿Sorpresa? ¿Estaba ella finalmente advirtiéndo que era más que un hombre en una silla de ruedas? Eso no era justo; la mitad del tiempo ella no parecía advertir la silla de ruedas, pero no veía al hombre tampoco.

La ansiaba, fantaseaba sobre ella, soñaba con ella. Tarde o temprano iba a tener que reclamarla. Diez meses era demasiado tiempo, lo suficiente como para saber que ella estaba envuelta intrincadamente alrededor de su corazón. Podía estar en una silla de ruedas, sus piernas inservibles debajo de las rodillas, pero todo lo de arriba estaba en orden y funcionando, demandando satisfacción, demandando a Saber Wynter.

Suspiró en voz alta. Ella no tenía ni idea de que había golpeado en la puerta del diablo y él la había invitado a entrar. No tenía intención de renunciar a ella.

Saber encendió cada una de las lámparas durante el camino del cuarto de estar hasta el dormitorio. Permaneció en la ventana, quedándose con la mirada fija mirando las estrellas. ¿Qué le ocurría? Jess la había alojado en contra de su mejor juicio, estaba segura. Se habían convertido en buenos amigos casi inmediatamente. Les gustaban las mismas películas, la misma música, hablaban durante horas de cualquier cosa. Se reía con Jess. Ella podía ser la real Saber Wynter con Jess. Escandalosa, triste, feliz, nunca pareció importarle lo que decía simplemente él la aceptaba.

Últimamente había estado tan inquieta, tumbada en la cama pensando en él, en su sonrisa, en el sonido de su risa, la anchura de sus hombros. Era un hombre bien parecido, atlético, con silla de ruedas o no. Y vivir con tal proximidad, tan cerca de él a menudo la hacía olvidarse de la silla de ruedas. Él era completamente autosuficiente, cocinaba, se vestía, conducía por todo el pueblo. Jugaba a los bolos, al ping-pong, y todos los días sin falta, levantaba pesas y nadaba. Ella había visto su cuerpo. Era el de un atleta de primera. Los músculos del brazo estaban tan desarrollados que apenas podía tocar con las puntas de los dedos sus hombros; sus bíceps estaban en continuo traqueteo. Jess le había dicho que los nervios debajo de sus rodillas habían sido dañados gravemente, y eran irreparables.

Él desaparecía durante horas en su oficina, la única habitación en la que ella nunca entraba, y la mantenía cerrada con llave. Ella había vislumbrado el equipo del ordenador de alta calidad, y sabía que a él le gustaban esos artefactos, que había estado en la Marina, en los SEAL, fuerzas especiales de elites, y todavía seguía recibiendo llamadas incontables de sus amigos, pero mantenía a distancia esa parte de su vida de ella y estaba bien así.

¿Pensaba en mujeres? Ellas ciertamente pensaban en él. Había visto a docenas de mujeres coqueteando con él. ¿Y por qué no? Bien parecido, rico, talentoso, el hombre más dulce de Wyoming, Jess era un gran trofeo para cualquiera. Poseía la emisora de radio local donde ella trabajaba, y él hacía otras cosas también, cosas sobre las que no le informaba, pero que poco le importaban. Sólo quería estar cerca de él.

Su puño se cerró sobre la cortina de encaje, apretujando el material en su puño. ¿Por qué tenía que tener esos tontos pensamientos sobre un hombre que nunca podría tener? No merecía estar con un hombre como Jess Calhoun. Él nunca se quejaba, nunca le hablaba con desdén. Era arrogante, acostumbrado a ser obedecido, no preguntaba, pero siempre la hacía sentir especial. Era excepcional, extraordinario, y ella iba… ella iba a tener que marcharse pronto.

Con desgana, dejó que su mirada se extraviara a la carretera. Durante un momento su corazón se detuvo. Un coche estaba estacionado entre los árboles justos más allá de las puertas de seguridad. Un pequeño círculo rojo resplandecía brillantemente como si el ocupante inhalase un cigarrillo. Todo en ella se congeló, se quedo completamente quieta, su respiración atrapada eb la garganta. Su corazón comenzó a latir rápidamente y sus dedos retorcieron el material de las cortinas hasta que sus nudillos se volvieron blancos.

Luego pudo ver a la pareja acariciándose, el hombre luchando por agarrarse de su chica y el cigarrillo. La mayor parte de la tensión se escapó de su cuerpo. Por supuesto. Éste era un perfecto lugar de estacionamiento, un callejón sin salida por carretera.

Diez meses atrás, Saber había seguido esa misma carretera pensando que evitaría personas. En realidad había acampado en la propiedad de Jess durante unos pocos días antes de que hiciera tanto frío que estaba segura de que se congelaría. Eso fue antes de que él hubiera instalado las puertas de seguridad y la alta e impresionante cerca.

¿Había hecho eso por ella, porque esos dos primeros meses estaba casi siempre nerviosa, antes de que Jess la hubiera hecho sentirse como si pudiera mantenerla segura de todo el mundo? ¿O existía alguna razón para que él tuviera la necesidad de seguridad?