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– Lo sé pero no puedes ponerte quemarte con el sol dentro -le indicó, alcanzando la gruesa bata de felpa-. Te lo he explicado antes pero parece que no tomas muchas notas -él se detuvo en el acto de ponerse la bata-. ¿Dónde están tus pantalones?

– Los olvidé -Saber se estaba secando tan rápidamente como le era posible.

– Ven aquí -Jess le ordenó suavemente con exasperación.

– Estoy bien -le aseguró, parecía ansiosa.

– Es más fácil que tu vengas hasta aquí que yo vaya hasta ahí, pero si insistes. -Jess cambió su peso, estirándose atrás a por su silla.

– Bien ya está -Saber estuvo a su lado en un instante-. ¿Siempre lo tienes que conseguir todo a tu modo?

Él sonrió con tono burlón y sin preámbulo agarró su camisa y tiró de ella sacándosela por la cabeza. Saber se congeló en el lugar, el corazón tronaba en sus orejas, pero enseguida Jess la envolvió con una cálida bata.

– Ya sabes la respuesta a eso, nena. Con la comodidad de la práctica y la ayuda de las barras estratégicamente colocadas, Jess se izó a la silla.

Saber tiró de la bata, apretando el cinturón alrededor de su fina cintura.

– Alguien te ha mimado, Jess. ¿Patsy?

Nombró a su hermana mayor.

– ¡Patsy! -Él gimió el nombre-. Patsy estaba demasiada ocupada en salvar mi alma. Deberías saber eso. ¿Cuántas veces has oído sus discursos de que nosotros estamos viviendo en pecado? -giró la silla, equilibrando las dos ruedas por un momento antes de pasar como un rayo por los vestíbulos abiertos hasta el salón.

– ¿Pararás por hacer eso? -Saber corrió detrás de él-. Un día de estos estarás presumiendo y te caerás hacia atrás. -Sacó el grueso edredón que estaba sobre el sofá y se lo tiró-. Y no es culpa nuestra los discursos que tenemos que soportar. Tú empezaste todo esto.

– ¿Yo lo hice? -Jess se metió la manta alrededor, una ceja alzándose de repente-. Yo no fui el que salió vino paseando de mi dormitorio llevando una de mis camisas y nada más cuando ella nos visitó.

Su sonrisa le dio un vuelco al corazón.

– No fue como si no lo supieras. Ni siquiera mencionaste tener una hermana, rey dragón. ¿Cómo iba a saber yo quien era? Y sabes muy bien porque estaba en tu dormitorio, llevando tu camisa.

– Otro de tus desgraciados accidentes… un charco de barro, ¿verdad?

– Riete de ello. -Saber se pasó una mano por el pelo mojado, deslumbrándole-. Me dejaste caer en un charco de barro a propósito. Sé que lo hiciste. No iba a ir goteando por las escaleras hasta mr cuerto. Y no iba a quedarme con las ropas sucias.

– Tu decidiste vengarte ensuciando mi dormitorio -le indicó él-. Y no fue idea mía salir del dormitorio tan endemoniadamente sexy cuando la curiosa de mi hermana apareció. Lo hiciste todo porque quisiste.

Saber estampó el pie desnudo con fingida rabia.

– Oye, no sabía que estaba ahí. Me lo tenías que haber advertido -Sólo Jesse le había echó sentir de esa manera la alegría, la risa, un sentido de pertenencia. Diversión. Él era la diversión-. No iba a permanecer sucia. Sabes muy bien que me había tomado una ducha y me había puesto tu camisa. Estaba siendo tonta, era una broma. No parecía sexy. Soy totalmente incapaz de parecer sexy.

La diversión suavizó el duro borde de la boca de Jess

– ¿Sí? ¿Quién lo dice? Créeme, dulce, parecías atractiva. No culpo a Patsy por llegar a una conclusión equivocada.

– Y no lo negaste cuando lo hizo -le acusó Saber, acurrucándose más profundamente en la bata, deseando apretar los labios contra su boca.

– Tu tampoco. Según recuerdo, envolviste los brazos alrededor de mi cuello y parecías provocativa. -Deliberadamente la provocó, deseando que las sombras desaparecieran de sus ojos, queriendo ver su risa, la verdadera, la que reservaba sólo para él.

– ¿Provocativa? -Unas chipas violetas aparecieron en sus ojos azules.

Ella parecía joven, despeinada y muy tentadora, tan pequeña, en la inmensa gruesa bata de felpa. Si se estiraba, él podría agarrar las solapas de la bata y tirar de ellas, atrayendo su boca a la suya y estallar en llamas.

– Provocativa -dijo él decididamente.

– Ahora no es verdad y lo sabes, Jesse -arrugó la nariz con repugnancia-. Provocativa. Que típico. Además me tiraste en tu regazo antes de que envolviera mis brazos alrededor de tu cuello. Y que casualmente, fue un error mayor, debería haber tenido mis manos alrededor de tu garganta. No tenía ni la menor idea de que Patsy fuese tu hermana. Pensé que era una de tus ex-novias de la que querías deshacerse. Yo solamente te ayudaba.

– ¡Ah! -Bufó él de manera poco elegante-. Cómo pensaste que ella era una nueva, quisiste deshacerte de ella.

Los pies desnudos de Saber golpearon el piso con absoluta frustración. Buscó algo para tirarle a la cabeza y agarró con fuerza su toalla húmeda.

– Eso desearías, bruto. No te halagues. Eres tan… arrogante, Jesse, me vuelves loca.

Él se estiró, capturó su mano y atrajo sus dedos hacia el perturbador calor de su boca.

– Me amas, cariño -su pulgar le acarició los nudillos, enviando dardos de pequeñas llamas que recorrían sus terminaciones nerviosas-. Adoras discutir.

Ella dio un tirón alejando la mano como si se hubiese quemado. Quizás realmente se había quemado, pero nunca lo admitiría.

– Un día de estos alguien te bajará esos humos.

El se encogió de hombros, unos hombros poderosos, su sonrisa burlona.

– No serás tú, cara de ángel.

– No cuentes con ello, rey dragón. Mientras sucede, mi semana para cocinar se acerca rápidamente. Sé por lo menos siete recetas para el tofu. Compórtate o comerás soja.

Jess se echó a reír, y el sonido fue tan contagioso que ella se unió a él.

– Mocosa pequeña y vengativa, ¿eso es lo que eres?

– Ya lo sabes -Saber no se molestó en negar la acusación. -Voya arriba.

– ¿Eso es una invitación?

– Deja de mirarme con lascivia, aunque puedo darme cuenta que eres muy experimentado en ese aspecto -replicó ella-. Buenas noches.

La dejó que subiese los primeros peldaños de las escaleras.

– No me tengas toda la noche con esa basura melancólica que llamas música.

– ¡Basura melancólica! -Saber sonó ultrajada. Subió el último tramo de escaleras corriendo, la suave risa era amortiguada por sus pisadas.

A él no le gustaba su música country, ¿verdad? Revolvió toda su colección de CD’s.

– Justo esto -murmuró feliz, por encima de los ruidosos acordes de la peor y más desagradable canción rap de su colección. Jess apreciaría la buena música country después de una hora de escuchar ese rap realmente ruidoso. Se tomó su tiempo en la ducha, lavando su pelo con champú, permitiendo deslizarse al agua caliente por su frío y tembloroso cuerpo. Hasta cantó, fuerte y alto, complacida consigo misma.

Para cuando Saber se secó el cuerpo con la toalla y se estaba secándo la cabeza, Jess estaba lanzando cosas al techo.

Con los labios torcidos en una malvada sonrisa, apagó la música rap.

– ¿Quieres algo Jess? -le preguntó con su voz más dulce.

– Me rindo. Bandera blanca -su contestación sonó sardónica.

– No pensé que podrías -dijo Saber con aire de suficiencia.

Jess sacudió la cabeza cuando la música cesó. Ella tenía una vena malvada. Sabía que él escribía a menudo canciones y que el sonido de lo que fuera que estaba resonando le sería insoportable después de unos minutos. Eso le hizo reír, mientras empujaba la silla de ruedas hasta su oficina privada. Tecleó el código secreto y esperó a que las puertas se abriesen.

Una vez dentro con las puertas cerradas a su espalda y el sistema de seguridad encendido, la risa se esfumó de su cara. Tendría que seguir cavando más profundamente y averiguar quién era realmente Saber Wynter. No podía permitir que sus sentimientos por ella se interpusiesen en su camino. Y que Dios les ayudase a ambos si ella se decidiese por dañarle, pues él no estaba muy seguro de poder matarla. Con un suspiro alejó esos pensamientos de su cabeza y se dispuso a trabajar.