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– Sabes, hay una única cosa que lamento -comentó Nat cuando ya se alejaban por el pasillo y el doctor Renwick no podía escucharles.

– Déjame que lo adivine -replicó Fletcher, que se preparó para la siguiente pulla.

– Creo que hubiese sido fantástico crecer juntos.

52

La predicción del doctor Renwick demostró ser correcta. El senador Davenport pidió el alta voluntaria del San Patricio antes del fin de semana y una quincena más tarde nadie hubiese creído que había estado a punto de morir solo un mes antes.

A falta de pocos días para las elecciones presidenciales, Clinton iba por delante en las encuestas de intención de voto nacionales, mientras que Perot continuaba erosionando los apoyos de Bush. Nat y Fletcher proseguían con su campaña por el estado a un ritmo que hubiese impresionado a un atleta olímpico. Ninguno de los dos tenía reparo alguno en mantener un debate y cuando una de las televisiones locales les propuso que celebraran tres debates, ambos aceptaron inmediatamente.

Todos estuvieron de acuerdo en que Fletcher había salido mejor parado en el primer duelo y las encuestas confirmaron la opinión cuando pasó a encabezarlas por primera vez. Nat decidió entonces reducir los mítines para dedicar algunas horas a ensayar en un decorado que simulaba un plato de televisión, asesorado por un grupo de expertos en imagen y comunicación. El resultado fue positivo, porque incluso los demócratas locales concedieron que había ganado el segundo debate y los sondeos volvieron a situarle en cabeza.

Era tanto lo que dependía del tercero que ambos, en su afán de no cometer ningún error, bajaron el tono y acabó siendo considerado un empate o, como Lucy lo describió, un «aburrimiento». A ninguno de los candidatos le molestó saber que el encuentro deportivo ofrecido por otra de las cadenas había tenido diez veces más espectadores. Al día siguiente, las encuestas reflejaron que ambos tenían un respaldo del cuarenta y seis por ciento, con un ocho por ciento de indecisos.

– ¿Dónde han estado durante los últimos seis meses? -le preguntó Fletcher cuando vio el porcentaje de indecisos.

– No todo el mundo se siente fascinado por la política como tú -replicó Annie mientras desayunaban.

Lucy asintió con la boca llena.

Fletcher alquiló un helicóptero y Nat utilizó el jet privado del banco para realizar otra gira por el estado durante los siete días finales, momento para el cual el porcentaje de indecisos había bajado al seis por ciento, y cada candidato había obtenido un punto más. Para el final de la semana, ambos se preguntaban si quedaba algún centro comercial, fábrica, estación ferroviaria, ayuntamiento, hospital o incluso calle que no hubiesen visitado y tuvieron que aceptar que al final la victoria sería para aquel que contara con la mejor organización el día de las elecciones. No había dos personas que lo tuvieran más claro que Tom y Jimmy, pero ya no sabían qué más podían organizar o hacer y solo pensaban en estar preparados para afrontar cualquier tropiezo que pudiese surgir en el último momento.

Para Nat, el día de las elecciones fue un tráfago incesante de aeropuertos y calles mayores, mientras intentaba visitar cada ciudad que tuviese una pista de aterrizaje antes de que cerraran los colegios electorales a las ocho de la tarde. En cuanto el avión frenaba en la pista, corría al segundo coche de la comitiva y se ponían en marcha a una velocidad de cien kilómetros por hora, hasta llegar a la entrada de la ciudad, donde reducían a unos quince kilómetros por hora y él comenzaba a saludar a cualquiera que mostrase el más mínimo interés. Al llegar a la calle principal circulaban a paso de peatón; luego invertían el proceso y acababan con una desesperada carrera hasta el aeropuerto, donde Nat subía al avión y volaba a la siguiente ciudad.

Fletcher dedicó la última mañana a recorrer Hartford y asegurarse el voto de los fieles antes de subir al helicóptero para ir a visitar las zonas donde predominaban los demócratas. Durante la tarde, los periodistas y expertos discutían sobre quién de los dos había aprovechado mejor las últimas horas. Los candidatos regresaron al aeropuerto Braindard de Hartford cuando faltaban pocos minutos para el cierre de los comicios.

En estas situaciones, lo habitual era que los candidatos hicieran todo lo posible por evitarse, pero cuando los dos equipos se cruzaron en la pista, como caballeros en un torneo, no vacilaron en ir al encuentro el uno del otro.

– Senador -dijo Nat-. Quiero hablar con usted mañana por la mañana a primera hora, porque considero que tendrá que introducir algunas enmiendas en su ley de educación pública si espera que la apruebe.

– La ley entrará en vigor mañana mismo -replicó Fletcher-. Será mi primera acción ejecutiva como gobernador.

Ambos se dieron cuenta de que sus más íntimos colaboradores se habían apartado para que pudieran conversar en privado, y comprendieron que las pullas no tenían ningún sentido sin un público que las escuchara.

– ¿Cómo está Lucy? -le preguntó Nat-. Espero que su problema esté resuelto.

– ¿Cómo te has enterado? -se asombró Fletcher.

– Se lo filtraron a uno de mi equipo hace un par de semanas. Le dije con toda claridad que si volvía a mencionar el tema podía darse por despedido.

– Te lo agradezco, porque todavía no le dicho nada a Annie -dijo Fletcher-. Lucy pasó unos días en Nueva York con Logan Fitzgerald y después regresó a casa para continuar colaborando conmigo en la campaña.

– No sabes lo mucho que me hubiese gustado verla crecer, como a cualquier otro tío. A mí me hubiese encantado tener una hija.

– Por si te hace ilusión saberlo, te diré que ella me cambiaría por ti la mayoría de los días de la semana -comentó Fletcher-. Incluso le he aumentado la paga a cambio de que no me recuerde constantemente lo maravilloso que eres.

– Nunca te lo he dicho, pero después de tu intervención en el episodio del secuestrador en la clase de la señorita Hudson, Luke colgó una foto tuya en la pared de su dormitorio y nunca la quitó, así que, por favor, transmítele mis mejores deseos a mi sobrina.

– Lo haré, aunque te advierto que si ganas, ha decidido retrasar un año sus estudios y solicitar un trabajo en tu oficina; también ha dejado claro que no estará disponible si su padre es elegido gobernador.

– En ese caso, esperaré con ansia el momento en que se una a mi equipo -manifestó Nat.

En ese momento reaparecieron un par de ayudantes para recordarles que ya era hora de que continuaran con sus respectivos programas.

– ¿Qué harás esta noche? -le preguntó Fletcher, con una sonrisa.

– Si uno de los dos tiene una ventaja clara para la medianoche, el otro llamará para reconocer la victoria, ¿de acuerdo?

– Por mí, ningún inconveniente -declaró Fletcher-. Creo que tienes mi número de teléfono.

– Estaré esperando tu llamada, senador.

Los candidatos se dieron la mano en la salida del aeropuerto y luego subieron a sus respectivos coches que partieron en direcciones opuestas.

Los policías encargados de la custodia de los candidatos los escoltaron a cada uno a sus casas. Sus órdenes eran claras. Si tu hombre gana, estás custodiando al nuevo gobernador. Si pierde, te tomas el fin de semana libre.

Ninguno de los dos equipos se tomó el fin de semana libre.

53

Nat encendió la radio en cuanto se montó en el coche. Las encuestas realizadas en las puertas de los colegios electorales indicaban claramente que Bill Clinton sería el nuevo inquilino de la Casa Blanca a partir de enero y el presidente Bush probablemente reconocería su derrota antes de medianoche. Una vida entera dedicada al servicio público, un año de campaña, un día de elecciones y tu carrera política se convierte en una nota al pie en la historia. «Eso es lo que llaman democracia», dicen que le oyeron comentar más tarde, desconsolado.