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Otras encuestas realizadas por todo el país señalaban que no solo la Casa Blanca sino también el Senado y la Cámara de Representantes estarían controlados por los demócratas. Dan Rather, presentador de la CBS, informaba de que en algunos estados la lucha por la gobernación era muy reñida. «En Connecticut, por ejemplo, las encuestas señalan por ahora un empate técnico entre los dos candidatos a gobernador. Ahora ha llegado el momento de conectar con nuestro corresponsal en Little Rock, que se encuentra delante de la casa del gobernador Clinton.»

Nat apagó la radio cuando la pequeña comitiva de tres coches aparcó delante de su casa. Lo recibieron dos equipos de televisión, el reportero de una emisora local y un par de periodistas; qué diferente de Arkansas, donde más de un centenar de equipos de televisión, radios y periodistas de la prensa aguardaban las primeras palabras del presidente electo. Tom le esperaba junto a la puerta abierta.

– No me lo digas -le advirtió Nat mientras se abría paso entre los representantes de los medios de comunicación-. Un empate técnico. ¿Cuánto tiempo más tenemos que esperar para saber los primeros datos del escrutinio real?

– Calculamos que tendremos los primeros resultados dentro de una hora -le respondió Tom-; suelen ser los de Bristol, donde votan al partido demócrata de toda la vida.

– Sí, pero ¿por cuánto margen? -replicó Nat mientras entraban en la cocina, donde Su Ling estaba pegada al televisor sin darse cuenta del olor a quemado que salía del horno.

Fletcher permaneció de pie delante del televisor; en la pantalla estaba Clinton, que saludaba a la multitud desde un balcón de su casa en Arkansas. Al mismo tiempo intentaba escuchar las informaciones que le daba Jimmy. Había tenido la ocasión de conocer al gobernador de Arkansas en la convención demócrata celebrada en la ciudad de Nueva York y le había parecido que nunca llegaría a presidente. Pensar que solo hacía un año, después de la victoria norteamericana en la guerra del Golfo, Bush alcanzó los índices de popularidad más altos de toda la historia.

– Clinton será el ganador -opinó Fletcher-, pero está claro que la derrota de Bush tiene mérito.

Miró cómo Bill y Hillary se abrazaban, mientras su hija de doce años permanecía a su lado. Pensó en Lucy y el aborto y se dio cuenta de que hubiese sido noticia de primera plana si él hubiese sido candidato a presidente. Se preguntó cómo se las apañaría Chelsea con la presión que se le venía encima.

Lucy entró como una tromba en el salón.

– Mamá y yo te hemos preparado todos tus platos preferidos, porque durante los próximos cuatro años solo comerás en banquetes. -Él sonrió ante su entusiasmo juvenil-. Mazorcas asadas, espaguetis a la boloñesa y, si te declaran ganador antes de la medianoche, crème brûlée.

– Espero que no todo junto -rogó Fletcher. Miró a Jimmy, que no se había separado del teléfono desde el momento que había entrado en la casa-. ¿Para cuándo esperas los primeros resultados?

– En cualquier momento -contestó Jimmy-. Los de Bristol se enorgullecen de ser los primeros en anunciar los resultados y si allí ganamos por un tres o un cuatro por ciento entonces podemos dar por hecho que ganaremos en el resto del estado.

– ¿Qué pasa si es menos?

– Pues estaremos en aprietos -afirmó Jimmy.

Nat consultó su reloj. Eran poco más de la nueve en Hartford, pero la imagen en la pantalla mostraba los votantes que todavía iban a los colegios electorales en California. El rótulo de avance informativo no desaparecía de la pantalla. La NBC había sido la primera en anunciar que Bill Clinton sería el nuevo presidente de la nación. En todas las cadenas, los comentaristas ya comenzaban a hablar de George Bush con el cruel epitafio de «presidente de un solo mandato».

Los teléfonos no dejaban de sonar como música de fondo, mientras Tom intentaba atender todas las llamadas. Si consideraba que Nat debía hablar con la persona en cuestión, le pasaba el teléfono; si no era así, escuchaba la invariable respuesta de Tom:

– En este momento está ocupado, pero gracias por la llamada. Le transmitiré su mensaje.

– Espero que haya un televisor allí donde sea que esté ocupado -rezongó Nat, mientras hacía lo imposible por cortar el bistec quemado-. De lo contrario, nunca sabré si debo anunciar la victoria o reconocer la derrota.

– Por fin una noticia en firme -dijo Tom-, aunque no sé a quién beneficia. La participación en Connecticut ha sido del cincuenta y uno por ciento, dos puntos por encima de la media nacional.

Nat asintió y volvió a mirar la pantalla. El mensaje de «muy reñido» llegaba de todos los rincones del estado.

En cuanto Nat oyó mencionar el nombre de Bristol, apartó el bistec.

– Ahora conectaremos con nuestro corresponsal para que nos diga más resultados -comunicó el presentador.

– Dan, estamos a la espera de los resultados locales en cualquier momento y tendremos así la primera indicación real de lo reñido de estas elecciones a gobernador. Si los demócratas ganan… un momento, estoy recibiendo los resultados… los demócratas han ganado en Bristol. -Lucy se levantó de un salto, pero Fletcher no se movió para poder ver las cifras que desfilaban por la pantalla-. Fletcher Davenport ocho mil seiscientos cuatro votos, Nat Cartwright ocho mil trescientos setenta y nueve.

– El tres por ciento. ¿Qué distrito es el siguiente?

– Probablemente Waterbury -respondió Tom-, donde tendríamos que obtener un buen…

Tom se calló para poder oír al comentarista.

– Waterbury es para los republicanos, por poco más de cinco mil votos, y Nat Cartwright se sitúa en cabeza.

Ambos candidatos no dejaron de levantarse, sentarse y volver a levantarse mientras sus posiciones cambiaban hasta dieciséis veces durante las dos horas siguientes, cuando ya los comentaristas se habían quedado sin más frases rimbombantes. Pero entre la sucesión de resultados, el presentador encontró un momento para anunciar que el presidente Bush había llamado al gobernador Clinton en Arkansas para reconocer su derrota y aceptar la victoria de su oponente. Le había expresado sus felicitaciones y los mejores deseos al presidente electo. Los políticos se preguntaban si esas elecciones anunciaban una nueva era al estilo Kennedy.

– Pero ahora volvamos a las elecciones a gobernador de Connecticut y aquí va un dato más para los aficionados a las estadísticas. Los resultados indican que en este momento los demócratas tienen un millón ciento setenta mil ciento cuarenta y un votos contra un millón ciento sesenta y ocho mil ochocientos setenta y dos, con una mínima ventaja para el senador Davenport de mil doscientos sesenta y nueve sufragios. Como esto es menos del uno por ciento, se procederá a un nuevo recuento. Si no es suficiente -añadió el presentador-, nos enfrentaremos a otra complicación porque el distrito de Madison mantiene la tradición de no contar sus votos hasta mañana por la mañana a las diez.

Paul Holbourn, el alcalde de Madison, apareció en la pantalla. El político septuagenario invitó a todos a visitar la pintoresca ciudad costera, que decidiría quién sería el próximo gobernador del estado.

– ¿Tú cómo lo ves? -preguntó Nat, mientras Tom continuaba marcando números en su calculadora.

– Fletcher va en cabeza con mil doscientos sesenta y nueve votos, y en las últimas elecciones los republicanos ganaron en Madison por mil trescientos doce votos.

– ¿Quieres decir que podemos considerarnos los favoritos? -aventuró Nat.

– No creo que sea así de fácil -señaló Tom-, porque hay un factor que tener en cuenta.

– ¿De qué se trata?

– El actual gobernador del estado nació y se crió en Madison, así que habrá muchos que voten por una cuestión puramente sentimental.

– Tendría que haber ido a Madison más veces -se lamentó Nat.