– Por tanto, crees que nosotras también debemos callarnos.
Su Ling asintió.
– Sobre todo después de lo que ha tenido que soportar mi madre.
– Por no hablar de lo que tendría que soportar mi suegra -opinó Annie.
Su Ling sonrió al tiempo que se levantaba de la butaca. Miró directamente a su cuñada.
– No nos queda más que rogar que no compitan por la presidencia de la nación, porque entonces todo esto saldría a la luz.
Annie asintió con un gesto.
– Yo saldré primera -dijo Su Ling-, así nadie sabrá nunca que esta conversación tuvo lugar.
– ¿Has conseguido comer algo? -preguntó Nat.
Su Ling no tuvo que responderle porque su marido se distrajo al ver que se acercaba el alcalde con un papel en la mano. Parecía mucho más tranquilo que cuando se había marchado a su despacho. En cuanto se situó junto a la mesa, dio la orden para que comenzara el nuevo recuento. La satisfacción reflejada en el rostro del anciano no era el resultado de una opípara comida o de algún vino excelente; en realidad, el alcalde se había saltado la comida y había dedicado la hora del receso a llamar al Departamento de Justicia en Washington para pedir el asesoramiento del fiscal general sobre cómo debían proceder en el caso de mantenerse el empate.
Los funcionarios encargados del recuento fueron, como siempre, absolutamente meticulosos y al cabo de cuarenta y nueve minutos presentaron el mismo resultado. Un empate.
El alcalde releyó el fax del fiscal general y, para la incredulidad de todos, dispuso que se efectuara un nuevo recuento, que, treinta y cuatro minutos más tarde, confirmó el empate.
Una vez que el secretario informó debidamente a su jefe, el alcalde se dirigió al estrado, después de pedir a ambos candidatos que lo acompañaran. Fletcher se encogió de hombros cuando su mirada se cruzó con la de Nat. Tal era la ansiedad de los espectadores por saber qué se había decidido que se apartaron rápidamente para ceder el paso a los tres hombres, como si Moisés hubiese metido su vara en las aguas de Madison.
El alcalde subió al estrado con los dos candidatos. Cuando se detuvo en el centro, los candidatos se pusieron uno a cada lado: Fletcher a su izquierda y Nat a la derecha, como correspondía a sus respectivos idearios políticos. Holbourn tuvo que esperar unos momentos a que devolvieran el micrófono a la posición original antes de poder dirigirse a la audiencia, que no había disminuido a pesar de los considerables retrasos.
– Damas y caballeros, durante la pausa de la comida, aproveché la oportunidad para llamar al Departamento de Justicia en Washington y pedir su asesoramiento sobre el procedimiento en el caso de un empate. -Este anuncio tuvo como resultado que reinara un silencio que no se había conseguido desde que el salón abriera las puertas a las nueve de la mañana-. Con ese fin, tengo aquí un fax firmado por el fiscal general donde confirma el procedimiento legal que ahora corresponde realizar.
Alguien tosió y en el silencio que reinaba en la sala sonó como si el Vesubio hubiese entrado en erupción. El alcalde esperó un momento antes de leer el texto del fiscal.
– Si en unas elecciones a gobernador, cualquiera de los candidatos gana el recuento tres veces seguidas, dicho candidato será proclamado ganador, por pequeña que sea la diferencia. Pero si el resultado final continúa siendo un empate después del tercer recuento, entonces el resultado se decidirá… -el alcalde volvió a callarse unos instantes y esta vez nadie tosió-… arrojando una moneda.
Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, mientras intentaban comprender el significado del dictamen y pasaron unos minutos antes de que el alcalde pudiera continuar.
Esperó a que el silencio fuera completo y entonces sacó un dólar de plata del bolsillo del chaleco. Apoyó la moneda sobre la uña del pulgar antes de mirar a los candidatos como si esperase su aprobación. Ambos asintieron.
Uno de ellos gritó: «¡Cara!», pero él siempre pedía cara.
El alcalde hizo una leve inclinación antes de lanzar la moneda al aire. Todas las miradas siguieron su trayectoria ascendente y la rápida caída, antes de golpear en el suelo del estrado junto a los pies de Holbourn. Los tres hombres miraron el rostro del presidente en la moneda, que les devolvió la mirada impertérrito.
El alcalde recogió la moneda y se giró para mirar a los dos candidatos. Le sonrió al hombre que ahora tenía a su derecha.
– Permítame que sea yo el primero en felicitarle, gobernador.
Jeffrey Archer