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– Lo sé; también estoy al corriente del pacto que has hecho con mi padre.

– Así pues, si quiero cumplirlo, tendremos que poner manos a la obra mañana mismo. Dedicaremos dos horas todas las mañanas.

– ¡Sí, señor! -gritó Jimmy y chocó los talones-. Pero antes de preocuparnos por el mañana, quizá quieras cambiarte.

Fletcher había traído media docena de camisas y dos pantalones, pero seguía sin tener idea de cómo vestirse en su primera cita. Estaba a punto de pedirle consejo a su amigo, cuando Jimmy le dijo:

– Después de que acabes con las maletas, baja y reúnete con nosotros en la sala. El baño está al final del pasillo.

Fletcher se puso una camisa y el pantalón que había comprado el día anterior en una sastrería que le había recomendado su padre. Se miró en el espejo de cuerpo entero. No sabía qué aspecto tenía, porque nunca se había interesado por la ropa. «Tranquilo y con buena pinta», le había oído decir a un pinchadiscos a sus radioyentes, pero eso ¿qué quería decir? Ya se preocuparía más tarde. Mientras bajaba las escaleras, escuchó unas voces en la sala, una de las cuales no conocía.

– Mamá, recuerdas a Fletcher, ¿no? -dijo Jimmy al ver entrar a su amigo.

– Sí, por supuesto. Mi marido no deja de comentarle a todo el mundo la fascinante conversación que mantuvisteis en el partido de Taft.

– Es muy amable de su parte recordarla -manifestó Fletcher, sin mirarla.

– Sé que tiene muchas ganas de volver a verte.

– Es muy amable de su parte -repitió Fletcher.

– Esta es mi hermanita, Annie.

Annie se sonrojó y no solo porque detestaba que Jimmy la mencionara siempre como su hermanita; su amigo no le había quitado la vista de encima desde el momento en que entró en la habitación.

9

– Buenas tardes, señora Coulter, es un placer conocerla a usted y a su marido, y esta debe de ser su hija, Diane, si no recuerdo mal. -El señor y la señora Coulter estaban impresionados porque nunca habían tenido ocasión de conocer al senador; no solo su hijo había marcado el touchdown de la victoria contra Hotchkiss, sino que además eran notorios republicanos-. Escucha, Diane -continuó el senador-, hay alguien que quiero presentarte. -La mirada de Harry Gates recorrió el salón en busca de Fletcher, que un momento antes había estado a su lado-. Qué curioso, pero no debes marcharte sin conocerlo. De lo contrario, no podré mantener mi parte del pacto -añadió sin dar más explicaciones.

»¿Dónde se ha metido Fletcher? -le preguntó Harry Gates a su hijo después de que los Coulter fueran a reunirse con los demás invitados.

– Si consigues ver a Annie, encontrarás a Fletcher que le pisa los talones. No se ha separado de ella desde que llegó a Hartford. La verdad es que estoy pensando en comprar una correa y llamarlo Fletch.

– ¿Es cierto eso? Espero que no crea que eso le libera de nuestro pacto.

– Puedes estar tranquilo -le informó Jimmy-. Esta mañana estudiamos Romeo y Julieta durante dos horas y adivina en quién se ve reflejado.

El senador sonrió.

– ¿En qué personaje te ves reflejado tú?

– Creo que soy Mercucio.

– No -le corrigió el padre-, solo podrías ser Mercucio si comienza a perseguir a Diane.

– No lo entiendo.

– Pregúntale a Fletcher. Él te lo explicará.

Tricia abrió la puerta. Iba vestida con un conjunto de tenis.

– ¿Está Diane en casa? -le preguntó Nat.

– No, ha ido con mis padres a una recepción en el Capitolio. Estará aquí dentro de una hora. Soy Tricia, tú y yo hablamos por teléfono. Iba a tomar una Coca-Cola. ¿Quieres una?

– ¿Tu hermano está en casa?

– No, hoy tiene entrenamiento.

– Sí, gracias.

Tricia llevó a Nat hasta la cocina y le señaló un taburete al otro lado de la mesa. Nat se sentó y no dijo nada mientras Tricia abría la puerta de la nevera. Cuando se agachó para coger las dos botellas, se le levantó la minúscula falda. Nat miró embelesado las bragas blancas.

– ¿A qué hora esperas que vuelvan tus padres? -le preguntó mientras ella le echaba unos cubitos de hielo en el vaso.

– No lo sé, así que por el momento, te toca aguantarme.

Nat bebió un trago, sin saber qué decir, porque creía que él y Diane habían quedado para ir a ver Matar a un ruiseñor.

– No sé qué ves en ella -le confesó Jimmy.

– Tiene todo lo que a ti te falta -replicó Fletcher, con una sonrisa-. Es brillante, inteligente, divertida y…

– ¿Estás seguro de que hablamos de mi hermana?

– Sí, no en vano eres tú quien tiene que llevar gafas.

– Por cierto, Diane Coulter acaba de llegar con sus padres. Papá quiere saber si todavía deseas conocerla.

– No tengo un interés especial. Ha bajado de la A a la Z, así que ahora es la chica ideal para ti.

– No, gracias. No necesito que me des tus sobras. A propósito, le hablé a papá de Romeo y Julieta; le comenté que me veía en el personaje de Mercucio.

– Solo si comienzo a salir con la hermana de Dan Coulter, pero ya no estoy interesado en la hija de dicha casa.

– Sigo sin comprenderlo.

– Te lo explicaré mañana por la mañana -le dijo Fletcher, cuando la hermana de Jimmy reapareció con dos botellas de Coca-Cola. Annie frunció el entrecejo al ver a su hermano y él se marchó inmediatamente.

Los dos permanecieron en silencio hasta que Annie preguntó:

– ¿Quieres que te enseñe la sala del Senado?

– Sí, me parece fenomenal -respondió Fletcher.

Ella se volvió para caminar hacia la puerta, con Fletcher un paso atrás.

– ¿Tú ves lo mismo que yo? -le dijo Harry Gates a su esposa mientras Fletcher y su hija abandonaban el salón.

– Por supuesto que sí -contestó Martha Gates-, pero no me preocuparía demasiado, porque dudo mucho que cualquiera de ellos sea capaz de seducir al otro.

– A mí no me impidió intentarlo a su edad, como estoy seguro que recordarás.

– Muy típico de los políticos. Es otra historia que has embellecido con el paso de los años. Porque si no recuerdo mal, fui yo quien te sedujo.

Nat bebía tranquilamente su Coca-Cola cuando sintió el contacto de una mano en el muslo. Se sonrojó, aunque no hizo nada por apartarla. Tricia le sonrió desde el otro lado de la mesa.

– Puedes poner tu mano sobre mi pierna si quieres.

Nat pensó que si no lo hacía ella podía interpretarlo como una descortesía, así que metió una mano debajo de la mesa y la apoyó en el muslo de la muchacha.

– Muy bien -dijo Tricia; bebió un trago-, es más amistoso. -Nat no hizo ningún comentario mientras la mano de la chica se movía más arriba por la pernera-. Tú sígueme -añadió ella.

Así que Nat también movió la mano pero se detuvo al llegar al borde de la falda. Tricia no se detuvo hasta llegar a la entrepierna.

– Tendrás que subir un poco más si quieres alcanzarme -afirmó Tricia y le desabrochó el botón de la cintura-. Por debajo de la falda, no por encima -añadió, sin el menor rubor.

Nat deslizó la mano por debajo de la falda y ella continuó desabrochándole los botones de la bragueta. Titubeó una vez más cuando llegó a las bragas. No recordaba que la revista Teen explicara cosa alguna sobre lo que debía hacer a continuación.

– Esta es la sala del Senado -le dijo Annie mientras miraban desde la galería el semicírculo de escaños azules.

– Es muy impresionante -opinó Fletcher.

– Papá dice que acabarás aquí algún día, o quizá incluso llegues más alto. -Fletcher no le contestó, porque no tenía idea de las pruebas que debía aprobar para convertirse en un político-. Le escuché decirle a mi madre que nunca había conocido a un chico más brillante.