Christine Feehan
Juego Mortal
Caminantes Fantasmas 05
Capítulo 1
Ken Norton miró las nubes oscuras que se arremolinaban oscureciendo las estrellas y proyectaban un siniestro velo grisáceo a través de la luna. Notó las sombras de los árboles, cercanos al viejo edificio, comprobando constantemente cualquier alteración, cualquier signo de alguien deslizándose a través de la oscuridad fuera del alcance de las cámaras, pero su mirada no se apartaba de la gran cabaña de caza y los dos cadáveres que se balanceaban desde los ganchos para carne en el porche. El olor a sangre y a muerte asaltó las ventanas de su nariz y tuvo arcadas, una reacción estúpida por los dos ciervos despellejados que colgaban de los soportes de la entrada, cuando era un francotirador y había tenido más que su cuota de muertes.
El color de su piel cambió para mezclarse mejor con los alrededores, y sus ropas especialmente diseñadas reflejaron los colores a su alrededor, dándole el efecto de desaparecer totalmente en el follaje que le rodeaba, ocultándolo de los ojos curiosos. Por milésima vez miro lejos de los cadáveres que se balanceaban todavía goteando sangre.
– ¿Quién demonios ordena un golpe contra un senador de los Estados Unidos? -preguntó, sus ojos grises como el acero se volvió mercurio turbulento-. Y no cualquier senador, un senador que es considerado como el candidato a vicepresidente. No me gusta esto. No me gustó desde el momento en que nos dijeron quien era el objetivo.
– Demonios, Ken. Este no es un hombre inocente -su gemelo, Jack, contestó, moviéndose con cuidado para conseguir una posición mejor para cubrir la cabaña-. Lo sabes mejor que nadie. No sé por qué demonios estamos protegiendo a este hijo de puta. Quiero matarlo yo mismo. Este es el bastardo que fue el cebo para atraerte al Congo. Él salió y tú fuiste dejado allí para ser cortado en pequeños pedazos y despellejado vivo. -Las palabras fueron amargas, pero la voz de Jack era completamente calmada-. No me digas que no piensas que estaba involucrado. Cualquier persona podía haberlo ordenado. El senador te tendió una trampa, Ken, entregándote al líder de los rebeldes y Ekabela estuvo cerca de matarte. Podría golpearle cien veces y nunca perder el sueño por ello, o mantenerme al margen y dejar que lo golpearan.
– Exactamente. -Ken se giró, teniendo cuidado de mantener los arbustos rodeándolo todavía. Esperaba que la oscuridad hubiera escondido su leve estremecimiento cuando su gemelo sacó a relucir el pasado. No pensaba demasiado en la tortura, siendo cortado en pedazos diminutos, su trasero despellejado, o como sentía deslizar el cuchillo a través de su piel. Pero tenía pesadillas cada vez que cerraba los ojos. Entonces lo recordaba todo. Cada corte, sus propios gritos haciendo eco profundamente donde nadie podía oírlos. El ciervo que colgaba de los ganchos para carne trajo todo de vuelta con detalles duros y vívidos. No podía evitar preguntarse si todo esto no era parte de un plan mucho más grande.
Estiró la mano, comprobando los temblores. Las cicatrices eran rígidas y tirantes, pero su mano ya estaba estable.
– ¿Por qué crees que nos escogieron para protegerle? Tenemos una rencilla contra este hombre. Sabemos que es más de lo que todos piensan, por eso ¿quien mejor que nosotros para sacarle sin preguntas? ¿Quién mejor para echarle la culpa? Algo no está bien.
– Lo que no está bien es proteger a este bastardo. Dejemos que lo maten.
Ken miró a su gemelo.
– ¿Te estás escuchando a ti mismo? No somos los únicos que sabemos que el senador Freeman no es tan limpio como han llevado a creer al público. Todos fuimos interrogados cuando volvimos del Congo, ambos equipos llegamos a la misma conclusión, que el senador estaba sucio, aunque nunca ha sido cuestionado, nunca reprendido o expuesto. Y ahora nos han ordenado protegerlo de un intento de asesinato.
Jack estuvo en silencio por un momento.
– Y crees que nos han tendido una trampa para pagar el pato si lo consiguen.
– Demonios, si, creo eso. ¿La orden vino directamente del admirante? ¿En realidad se lo dijo el admirante a Logan personalmente? ¿Por qué no lo arrestan, si saben que este tipo esta sucio? Y solo rechazamos un trabajo para deshacernos del General Ekabela, otro viejo enemigo nuestro, uno relacionado con este senador. A mí me parece un poco como una pauta.
– Ekabela fue eliminado de todas formas. Solo enviaron a otro tirador y no conseguí el placer de poner al tipo en el suelo.
Ken le frunció el ceño a su gemelo.
– Lo estas haciendo personal.
– El senador lo hizo personal cuando te entrego a Ekabela para que ese sádico pudiera torturarte. No voy a fingir. Quiero al senador muerto. Ken. No me importa mirar hacia otro lado si alguien quiere cortarle la garganta. Si vive y sigue el camino en el que está, está obligado a convertirse en presidente o al menos en vicepresidente, y ¿entonces dónde vamos a estar? Es consciente que sabemos que está sucio. La primera cosa que haría es mandarnos en una misión suicida.
– ¿Cómo cuando quisieron mandarnos de vuelta al Congo para matar a Ekabela? -Tuvo que dejar de mirar aquellos cadáveres. Iba a ponerse enfermo, su estómago se revolvió en protesta. Casi podía oír el goteo constante de sangre aún cuando estaba a varias yardas de distancia. Corría como una pequeña corriente a través de las tablas y se acumulaba en un charco oscuro y brillante. Trato de aislarse del sonido de su propio grito en la cabeza, pero trepaba por su piel y cada cicatriz palpitó como si cada nervio recordase las cuchilladas estables del implacable cuchillo.
– Ekabela merecía morir -dijo Jack-. Se merecía más que eso y lo sabes. Destruyó pueblos, cometió genocidio, controló la industria de la droga y robó a las Naciones Unidas cuando trataron de llevar comida y medicinas al área.
– Es verdad, pero mira quien ocupó su lugar. El general Armine, más temido y odiado que Ekabela, y que extraño fue que la transmisión de poder fuese tan fácil.
– ¿Qué demonios estás tratando de decir, Ken?
Ken alzó la vista hacia las nubes que oscurecían un trozo de la luna, mirándolas tejer un oscuro velo lenta y vagamente sin ningún lugar adonde ir. Recordó la pauta de las nubes en la jungla, el balanceo de la canopia y el olor de su propio sudor y sangre.
– Estoy diciendo que nunca hacemos las cosas personales, pero alguien lo ha estado haciendo por nosotros. No me gusta eso y este trabajo me gusta aún menos. Creo que nos están tendiendo una trampa de nuevo. No creo en coincidencias, y esta es una enorme.