Siempre había sido un hombre grande, bien dotado, y los hombres de Ekabela habían sacado el máximo provecho de ello. Uno de ellos había sido un maestro de la tortura, y le había infligido aquellos pequeños y profundos cortes con un patrón preciso sobre cada centímetro de su cuerpo. Lo había llamado cariñosamente arte, y los hombres a su alrededor habían admirado y alimentado aquellos pulcros cortes diseñados para infringir el mayor dolor posible sin permitir nunca que la víctima perdiese la conciencia. Cortes diseñados para arruinar a un hombre en el caso de que consiguiese huir. Le había desollado la espalda, pero no había sido tan malo… nada había sido tan malo como el cuchillo deslizándose por sus partes más íntimas y privadas.
Todavía podía sentir la agonía inundando su cuerpo, la urgencia de rogarles que le mataran. La necesidad de imponer justicia sobre alguien… cualquiera. Cuando despertó en el hospital y vio las caras de las enfermeras supo que el monstruo viviente de su interior había salido a la luz. Y había sabido que no volvería a funcionar como un hombre normal otra vez. La hinchada línea de cicatrices le había dejado con pocas sensaciones, y si quería poder volver a sentir, sentir algún placer, la estimulación tenía que ser lo suficientemente ruda para ir más allá del dolor.
– Hijo de puta. -Soltó el juramento entre los dientes apretados, con voz ronca.
Su palpitante sangre corrió ardiente por sus venas hasta asentarse en su ingle, y apretó los dientes contra el inevitable dolor mientras el rígido tejido se alargaba de mala gana, hinchándose en un largo y grueso bulto que no había creído posible. El aliento le salió con urgencia de los pulmones y tenía gotas de sudor sobre la frente. Agarró con fuerza el borde de la cama y se obligó a respirar a pesar del dolor. Mientras tanto no dejó de mirar a Mari. Había conseguido, sólo con un toque de los dedos sobre su cara, lo que creyó que ya nadie podría conseguir.
– Hijo de puta -repitió, luchando por respirar, luchando por no dejar que el dolor y el placer, ahora mezclándose, se convirtieran en uno.
– ¿Ken? -Mari intentó sentarse-. ¿Qué ocurre?
Estaba encorvado hacia delante, y lo quisiera admitir o no, necesitaba ayuda. Ella no podía sentarse; su pierna estaba fuertemente sujeta, y moverse amenazaba su precario control, así que Mari hizo lo único en lo que pudo pensar.
– ¡Jack! ¡Jack! ¡Entra!
Las manos de Ken se cerraron con dureza sobre su boca, y se inclinó hasta que sus labios estuvieron directamente sobre los de ella, separados únicamente por su mano.
– No le necesito.
El sonido del helicóptero se oía fuera, y estaba bastante segura de que Jack no la había oído llamarle. Ken había sido tan rápido que había ahogado la mayor parte de lo que había dicho.
Una gota de sudor cayó sobre la cara de Mari y sus ojos se ensancharon. Cogió la muñeca de él con la mano buena y tiró de ella. Cuando levantó de mala gana la mano de su boca unos pocos centímetros, ella tocó la gotita.
– Dime qué te pasa.
– Cada cierto tiempo siento algunos restos de mis pequeñas vacaciones en el Congo -se encogió de hombros-. No es nada importante como para preocupar a Jack.
– No molestas a Jack con nada, ¿verdad? -adivinó.
– No es necesario. Deja de retorcerte o te harás daño.
Hizo la prueba y enderezó un poco el cuerpo, intentando ignorar la suavidad de los labios de ella contra su palma. Podía sentir cosas con ella, cada sentido se realzaba más de lo normal hasta que casi podía sentirla en su boca.
– ¿Cuánto conoces a Whitney?
– Nadie conoce a Whitney, ni siquiera sus amigos. Es como un camaleón; cambia de piel cuando quiere. Presenta una cara, una personalidad un día, y el siguiente es totalmente diferente. Personalmente creo que es un borracho lunático con poder propio. El gobierno le dio demasiado autoridad sin tener que responder ante nadie, y tiene demasiado dinero, así que es cómo el megalomaníaco número uno del mundo. Y es algo que le dije en varias ocasiones recientemente.
– ¿Eres consciente de que tiene un perfil muy preciso? Quiero decir que no comete errores, Mari.
Mari supo que la estaba llevando a algo, y ella ya estaba allí.
– Debe tener algún tipo de habilidad psíquica. De otra forma, ¿cómo podría hacer para conseguir elegir los niños correctos de un orfanato? Conoce todos sus talentos. Nos tocaba, o de alguna manera era atraído hasta nosotros, debido a nuestras habilidades psíquicas. Habría sido imposible a menos que también fuese un psíquico. De esa forma sabe cosas sobre nosotros.
Ken tragó la bilis repentina que le subió a la garganta. Había tenido el mal presentimiento, desde que había aceptado la misión de Jack en el Congo y había sido capturado, de que todo había sido una trampa. Incluso cuando Jack se había retrasado en Colombia y por lo tanto no había podido liderar al equipo de rescate cuando el avión del senador había caído.
Se aclaró la garganta.
– Dijiste que Whitney y el senador no son exactamente amigos. ¿Supo Whitney que el avión del senador había sido abatido a tiros en el Congo por los rebeldes unos meses antes?
– Sí. Nos lo dijo.
– ¿Y supisteis que la primera misión de rescate fue un éxito pero que un hombre se quedó detrás? ¿Lo supo Whitney?
– Oí por casualidad como Sean se lo contaba.
– ¿Y cómo reaccionó Whitney?
Le dolía el pecho. Le ardían los pulmones por la falta de aire.
– Parecía entusiasmado. Creí que estaba entusiasmado porque el senador había sido rescatado, pero entonces dijo algo acerca de que era algo malo que Freeman hubiese sobrevivido.
Ken mantuvo la cara cuidadosamente inexpresiva mientras su mundo se derrumbaba a su alrededor. Debería haberlo sabido. El doctor Peter Whitney encontraba gran regocijo en usar seres humanos en sus experimentos. Había llegado a límites extraordinarios, como manipular a gente para poder recoger los hechos y provocar las reacciones que había predicho. Lo había hecho con Jack y Briony, y ahora, Ken estaba seguro, lo estaba haciendo enviando a Mari a proteger al senador.
– ¿Quién te dio la orden de proteger al senador Freeman?
Mari vaciló, pero supo que Ken estaba intentando llegar a algo y era completamente posible que ambos estuvieran del mismo lado. ¿Qué podía perder? Mientras él la sondeaba en busca de información, ella estaba recogiendo sus propios datos.
– Yo ya no era parte del grupo de protección. Me cambiaron a otro programa nuevo. Whitney se fue, y con algo de ayuda de los otros, convencí a mi viejo equipo para que me dejase ir para poder hablar con el senador de otro asunto.
Ken inhaló bruscamente.
– ¿Ha mejorado Whitney?
Negó con la cabeza. Le era leal a su unidad, pero por supuesto no a Whitney, y si aquello era una trampa puesta por él, ya sabía lo que opinaba de él y de sus despreciables experimentos.
– Lo intenté un par de veces, sólo para ver. Sus guardaespaldas tuvieron que apartarme de él. No creo que haya mejorado. Probablemente es demasiado cobarde.
– ¿Le atacaste?
– Estaba esperando tener suerte y romperle el cuello, pero tenía un guardia, Sean, que es realmente, realmente bueno.
La admiración en su voz hizo estallar algo agresivo y peligroso dentro de él que siempre le había costado mucho mantener oculto. Se alejó de ella abruptamente, dándole la espalda hasta que pudo volver a controlarse.
Curvó los dedos en dos apretados puños y tragó con dureza. Una negra sombra se movió en su mente.