– ¿Cómo reaccionó cuando le atacaste?
– Sonrió. Le gusta sonreír justo antes de hacer algo desagradable. Fue entonces cuando me apartaron de mi unidad y me cambiaron a otro programa.
– Al programa de reproducción.
Ella se obligó a mantener el control, sin estremecerse, ni apartar la mirada.
– Me envió a Brett.
A Ken se le contrajo el estómago y la sombra en su mente se hizo mayor. Pudo oír el ruido sordo de su corazón bombeando en sus oídos como el rugido de un animal herido.
– ¿Y qué hizo Brett?
– Brett es parte del nuevo programa de reproducción, está emparejado conmigo.
El rugido aumentó. Su vista se volvió una representación ardiente, brillantes sombras de amarillo y rojo, apareciendo y desapareciendo como una señal de alarma cuando se giró hacia ella, abarcándole la garganta con la mano.
– ¿Qué es exactamente lo que te hizo Brett? ¿Te tocó así? -Deslizó la palma por su garganta hasta la cumbre de sus pechos, acariciándola. Retiró la manta, exponiendo su cuerpo, las suaves y firmes líneas y las exuberantes curvas-. ¿Así? -Inclinó la cabeza para mover la lengua sobre su pezón.
Mari se puso rígida mientras las sensaciones explotaban a través de su cuerpo. Debería gritar, luchar, hacer algo excepto lo que deseaba hacer. Sabía lo que era aquello. Sabía que estaba aprovechándose de sus heridas y que estaba usando deliberadamente el sexo contra ella, pero nunca había sentido la intensa explosión que le provocaba el mero roce de su lengua. Sus manos se cerraron en su pelo, pero en lugar de tirar para alejarlo, lo sostuvo contra ella, cerrando los ojos y saboreando la sensación de su lengua, sus dientes, y el calor de su boca al succionar.
Ken no era gentil; podía sentir que la raspadura de sus dientes y su boca era más ruda que sensual, como si estuviese enfadado con ella, pero su cuerpo reaccionaba con tal urgencia que casi la hizo sollozar. Una de las manos viajó sobre su estómago, se deslizó más abajo, acariciando una y otra vez, y luego su dedo se introdujo en su acogedor cuerpo, sus músculos se tensaron alrededor de él, queriendo mantenerlo contra ella. El cuerpo le amenazaba con explotar, el orgasmo se precipitó por ella cuando no había otra razón para ello que aquel único hundimiento de su dedo. Mari gritó cuando la sensación la cogió desprevenida, haciéndola temblar, haciendo balancear su fe en si misma y su habilidad para resistir cualquier cosa que él le hiciera.
– Joder. -Soltó Ken, alejando el dedo de su cuerpo, envolviendo la mano una vez más contra la garganta de ella-. ¿Te hizo sentir así? ¿Te humedeciste por él? ¿Te viniste por él así? Maldita sea, ¿te hizo sentir morirte por él?
– ¡Ken! ¿Qué coño estás haciendo? -preguntó Jack.
Ken se puso rígido, su cara se volvió completamente blanca, los ojos abiertos de conmoción y horror. Se alejó de ella tropezando, pareciendo impotente a su hermano, alargando una mano hacia él. Con total y completa desesperanza en el rostro, en la desolación de sus ojos, en la forma en que se secó la boca con el dorso de la mano como si el sabor de ella le disgustase.
Jack dio un paso hacia su hermano, sacudiendo la cabeza.
El tiempo se ralentizó. Mari lo sabía. Lo vio todo pasar en su cabeza como si de algún modo, aquel breve momento de conexión hubiese dejado parte de ella dentro de Ken y pudiera leerle la mente. Lo supo con exactitud, como si la escena entera hubiese sido ensayada con anterioridad.
Ken sacó el arma en un tranquilo movimiento y se giró hacia ella.
– Lo siento, Mari -dijo tranquilamente y se puso el arma en la cabeza.
Capítulo 5
El estruendo en la cabeza de Ken se volvió más fuerte. Nunca olvidaría el sabor o el aroma de Mari en su mente; nunca dejaría de necesitar alcanzarla, tocarla, poseerla. Finalmente, tan seguro como que vivía y respiraba, podía ir a ella, tomarla, hacerla suya. Y una vez que eso ocurriera, ambos estarían perdidos. Les había demostrado, a ella y a él mismo, que no era de confianza. La destruiría de la misma forma en que su padre había destruido a su madre. Primero los celos y después los malos tratos, y finalmente la locura vencerían al amor, y el asesinato sería rápido y brutal. Y entonces Jack se vería obligado a cazarlo y matarlo.
Envió a su hermano una pequeña y triste sonrisa y movió la otra mano para tapar los ojos de Mari.
Siempre te he querido, Jack, y no quiero hacerte esto. Sus dedos se tensaron en el gatillo.
– ¡No! -Había miedo y angustia en la voz de Jack-. ¡Maldito seas, no, Ken!
Saltó hacia adelante, cien años demasiado tarde, aún con su fuerza y velocidad realzadas, nunca llegaría a tiempo.
La forma en que Ken había sacado el arma era tranquila y experta. No había indecisión, solo resolución, como si supiera que algún día tendría que usar esa última línea de defensa por su hermano. En el instante en que levantó el arma, Mari estaba ya en movimiento. Saltó de la cama, cada movimiento cuidadosamente calculado. Su cabeza chocó contra el arma de Ken. Ella sintió el calor de la explosión cuando la bala salió de la pistola, demasiado cerca de su cara. El ruido fue ensordecedor cerca de su oído, pero se agarró a la muñeca de Ken y cayeron ambos al suelo. Aterrizó con fuerza, incapaz de proteger su pierna.
Se escuchó gritar. El grito salió de su garganta, pero se colgó con todas sus fuerzas del brazo de Ken, sujetándolo con el peso del cuerpo cuando vio las estrellas, asustada de perder el conocimiento antes de que Jack detuviera a su gemelo.
Ken no forcejeó. En vez de eso la envolvió con los brazos y puso la boca contra su oído.
– Intentaba salvarte. Whitney también tiene mi perfil. Conoce mi interior, donde nadie más lo hace, y pensó que sería divertido emparejarte con el diablo.
Ella giró la cabeza para mirar fijamente los ojos extrañamente coloreados.
– El diablo no habría intentado acabar con su propia vida para mantenerme segura.
Hubo un momento, un pequeño latido, en que vislumbró una cruda emoción en aquellos plateados ojos y su corazón saltó en respuesta.
– Nunca estarás segura de nuevo, Mari, no mientras yo viva.
Jack apartó la pistola de una patada a través del suelo lejos de Ken y se hundió junto a ellos, la mano temblorosa yendo al hombro de su hermano. Mari no había creído que pudiese estar tan afectado.
– ¿En qué estabas pensando? Ken, tendrías que dejarme ayudarte.
Ken sacudió la cabeza, agarrando a Mari cerca de él, estirando la mano hacía la sábana para una vez más cubrir su cuerpo. Sus manos eran impersonales, como si su boca nunca hubiera saboreado la carne de ella, llevándola a un febril punto de placer sensual sin intentarlo siquiera.
– No hay forma de ayudarme Jack, y lo sabes. Solo puedes ayudarla a ella. Ya sabes que tienes que hacer para mantenerla segura.
– Eso es una chorrada Ken. Puedo meter una bala en su cabeza y acabar con esto.
Mari levantó la mano.
– ¿Tengo voto?
– Estas sangrando otra vez por el mismo sitio -dijo Ken. Estaba de pie, alzándola en sus brazos, el dolor empujaba el aire de sus pulmones-. No puedes matarla, Jack. Tienes que protegerla de cualquiera… incluso de mi.
Mari intentó desesperadamente aferrarse a su conciencia. El movimiento le giró la pierna e hizo que su estómago protestara con un violento tirón, pero rehusó desmayarse, necesitando escuchar cada palabra.
Jack movió la cabeza.
– No tiene que ser así.
– ¿Que? ¿No me has visto actuar como un animal? Sabes exactamente como va a ser… una larga caída en el infierno… No voy a hacerlo. Rechazo ser él. Prefiero estar muerto. -Ken colocó a Mari sobre la camilla, con cuidado para evitar sacudir su pierna-. Échale un vistazo, Jack, mira cuanto daño se hizo.
Se alejó de ella, sin mirarla, sin tocarla, su voz tan vacía como su expresión.
– A ver -Jack se estiró y enganchó la pistola-. ¿Vas a hacer el imbécil de nuevo?