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Su cuerpo palpitaba y se calentaba, su aguda erección constante. Demonios, no había sido capaz de despertarlo después de la tortura, y ahora no podía marcharse, sobresaliendo y dolorosamente hinchado con necesidad, acuñado a lo largo de la costura de sus nalgas. Ella no podía dejar de sentir cuanto la deseaba. El balanceo del Escalada sólo se añadió a su incomodidad creciente, cuando su trasero se rozo contra él.

Estaba hambriento por probar cada maldita pulgada de ella, estaba desesperado por sentir la piel desnuda contra él, y el calor de su cuerpo estaba afectándola a ella también. Su respiración se aceleró, sus pechos se elevaron y cayeron bajo la camisa que vestía, su cuerpo se movía inquietamente, deslizándose sobre él, causando un estallido de placer palpitante por su pene.

Necesitaba deslizar las manos bajo su camisa y sentir su piel caliente, ahuecar sus pechos y convertir sus pezones en picos duros. Quería más que eso, mucho más. Quería comérsela como a un caramelo, tomarla rápido y duro, escuchando sus pequeños gritos suaves, sus gemidos, pidiéndole por más. Siempre más. Tenía que mantenerla deseándolo, atarla a él sexualmente. Podía hacerlo, no tenía dudas de ello.

Su boca estaba hecha para besar, para el sexo. Sólo podía fantasear sobre su boca alrededor de su pene, sus dientes mordiendo sobre las cicatrices, su lengua bailando sobre él. Se arrodillaría delante de él, ahuecando su saco, tomándolo rápido y duro, sus uñas arañando sobre él, prolongando su placer, y todo mientras sus ojos chocolate estarían cerrados con lo suyo, mientras lo tomaba en su apretada y caliente garganta, mirando lo que le hacia, adorando lo que le estaba haciendo.

Nunca había deseado a una mujer de la forma que lo hacia con Mari. Su corazón latía tan fuerte que pensó que le estallaría través del pecho. Su sangre caliente hasta la ebullición, se precipitaba por sus venas chisporroteando con fuego, y extendiéndose por su cuerpo para sensibilizar cada nervio final. Su pulso atronó en su oído, rugiendo por enterrar su cuerpo en el de ella.

La seduciría lentamente, provocándola, lamería, chuparía y mordería sus pechos y pezones. Sólo un borde de dolor. Le miraría con sus grandes ojos, un poco sorprendida, pero respirando con necesidad, suplicándole por más y se obligaría. Le enseñaría quien era su hombre, arruinándola para cualquier otro, haciéndola ansiar su toque, la caliente lamida de su lengua sobre cada pulgada de su cuerpo.

No iba a ser capaz de ser fácil cuando la tomase; lucharía por el control, pero ella estaría demasiado caliente, demasiado apretada, sus suaves músculos de terciopelo apretándose a su alrededor mientras se hundía en ella, conduciéndose duro, tomando posesión no solo de su cuerpo sino de su alma. Ella era suya e iba a asegurarse de que lo supiera.

Mari podía ver imágenes eróticas bailando en su cabeza. Los músculos de su estómago se apretaron fuertemente, su útero se contrajo. No podía sino reaccionar al hambre desesperada de él. Era una seducción oscura, dura y al borde de la violencia, las imágenes dominantes y llenas de una cruda lujuria. Trago varias veces, su boca seca, su corazón palpitante mientras se encontraba con la intensidad afilada de su mirada de plata.

Su respiración se detuvo, atrapada en sus pulmones mientras su mirada fue a la deriva posesivamente sobre ella, caliente, excitada y llena de deseo desnudo. Podía sentir sus dedos acariciando sus pechos, casi sentía el mordisco de sus dientes, la lamida de su lengua acariciando sus pezones, los dedos acariciando el interior de sus muslos hasta que su cuerpo llorara con necesidad.

¡Para! Mari rodeó su cuello con las manos, presionándolo tan cerca que podía sentir los duros picos de sus pezones. Me estás matando. No puedes hacer esto con los otros aquí. No estamos solos.

No puedo hacer esto sin ellos aquí. ¿Dios, Mari, tienes idea de cuanto quiero sentarme y joderte hasta la locura? Maldita sea. Eso no salió bien. Es más que eso, mucho más que eso. Porque quería que le perteneciese. Quería levantarse cada mañana viendo su cara, encontrar maneras de hacerla reír, tener años para conocer cada faceta de su personalidad. No sabía por qué, pero aquella necesidad era tan fuerte como la necesidad de estar profundamente dentro de ella.

Podía oler su almizcleño olor, llamándole. Estaba húmeda por la necesidad, reaccionando a su fantasía gráfica y a su lenguaje. En vez de estar asustada o rechazarlo estaba reaccionando. Una parte de si mismo quiso llorar. Cualquier mujer saldría corriendo por su cuerpo mutilado. En su fantasía, las imágenes en su cabeza, había sido explicito, su pene marcado con múltiples cortes, sus pelotas cubiertas con ellas. No había contenido la necesidad de sexo duro, aún así lo deseaba. Sólo el pensamiento de ella deseándolo lo puso tan duro que pensó que podría reventar, y cada vez que su culo se deslizaba seductoramente sobre el grueso bulto en su regazo, su sangre golpeaba salvajemente.

¿Ha habido algo como esto antes para ti?

Ken podía escuchar la repentina nota tímida en su voz. Estaba avergonzada por preguntarle, aunque necesitaba saberlo. Enterró los dedos a través de la gruesa masa de pelo dorado y platino. No.

¿Qué vamos a hacer sobre esto?

Nada. Absolutamente nada. Voy a poner tanta distancia entre nosotros como sea posible.

¿Y no tengo nada que decir en tu decisión?

Inclinó la cabeza hacia ella, enterrando la cara en su pelo y sólo la sujetó cerca de él, saboreando su olor y la suavidad de su cuerpo. No sabes lo que eres. Mari. Un regalo. Algo para atesorar, algo tan precioso que no tengo oportunidad de estar alrededor tuyo. Si te tengo, sólo una vez, no seré capaz de dejarte marchar. Besó su pelo, insensible a que su hermano lo estuviera mirando. Sólo tenía algunas horas preciosas con ella y después estaría fuera de su vida para siempre. Iba a tomar lo que pudiera conseguir. Nunca podría decirte estas cosas en voz alta. Parecería cursi, y me sentiría como un idiota, pero necesitas oírlas.

Tal vez no sea capaz de dejarte ir, aventuró Mari.

No tienes elección.

Capítulo 8

– Ha tenido dos hemorragias nasales en el avión y no podemos parar esta -anunció Logan, corriendo para abrir la puerta a Lily-. ¿Sacaste su expediente para que podamos conocer su tipo sanguíneo?

Ken llevaba a Mari en brazos, corriendo detrás de la mujer de pelo negro mientras se apresuraba por el vestíbulo de la pequeña clínica en el gigante complejo del laboratorio.

– Jack o Ken pueden donar. Ambos tienen el mismo tipo de sangre -contesto Lily, gesticulando hacia la cama-. Ponedla aquí rápido.

Todo estaba pasando tan rápidamente, Mari no tuvo tiempo para pensar en ello. En el momento en que su nariz empezó a sangrar, los hombres estaban en la radio hablando con Lily Whitney, recibiendo instrucciones y hablando el uno al otro en un rápido código.

Supo que estaban preocupados cuando la movieron desde el avión a un coche fuertemente blindado con cristales tintados y condujeron a una velocidad suicida hasta una instalación muy custodiada. Ken la colocó cuidadosamente en la cama, y de mala gana dejó caer el brazo desde su cuello. En el momento en que ya no estuvo en contacto físico con él, se sintió sola y vulnerable.