– Cuéntame algo acerca de Briony, sé que Jack está siendo cuidadoso en caso de que sea una amenaza para ella, pero necesito escuchar algo sobre ella. He pensado en ella todos los días de mi vida y en cierta forma desarrollé una vida de fantasía para ella. Necesito saber que es feliz. ¿Se parece a mí? ¿Cómo es como persona?
Sus dientes acariciaron una y otra vez la yema de su dedo, sus cejas se juntaron mientras pensaba.
– Briony es como la luz del sol. Es brillante, alegre e ilumina la habitación cuando sonríe, te hace querer reír con ella. Se ve como tu, preciosos ojos oscuros y el mismo hermoso cabello. -Frotó las hebras entre sus dedos-. Cuando la luz del sol brilla sobre él, con todo ese oro, plata y platino, parece como un millón de dólares.
Había afecto genuino por su hermana en su voz, y Mari abrazó ese conocimiento para si misma. Necesitaba saber que con todo lo que había perdido, a su hermana le había sido permitido vivir una vida real.
– ¿Qué hay de su familia? ¿Fueron buenos con ella?
– Creció en una familia del circo con cuatro hermanos mayores. Creo que actuar era difícil para ella porque ninguno de ellos es un ancla y tuvo que aprender a arreglárselas por su cuenta, incluso cuando era una niña, pero es fuerte, Mari y tiene coraje.
– ¿Qué hay de sus padres? ¿Fueron buenos con ella?
– Los quería mucho, y si, fueron buenos con ella. Siempre habían querido una hija. Uno de sus hermanos sirvió con nosotros por un tiempo. Es un buen hombre.
– ¿La ama Jack?
– ¿Qué crees?
– Creo que pondría un arma en mi cabeza y apretaría el gatillo si creyese incluso por un momento que era una amenaza para ella o para ti.
– No sabía acerca de ti. Whitney borró su memoria. Siempre que trataba de recordar sentía dolor. Cuando finalmente fue capaz de destruir lo que hizo para bloquear su memoria, nos hizo prometerle que te encontraríamos.
– Y tú me disparaste.
Una débil sonrisa tocó su boca.
– Bien. Puedo no contarle esa parte.
Una sonrisa fantasmal en respuesta curvó sus labios.
– Imagino que no. -Tragó y miró lejos de él-. Necesito ir al cuarto de baño.
Ken se movió, deslizándose de la cama para darle su espacio, tratando de ser casual y no avergonzarla.
– Déjame ayudarte a sentarte. Vas a estar un poco débil por un día o dos. Ese cóctel que Lily te dio puede hacerte sentir bastante mal.
Mari le frunció el ceño, mirándolo alarmada.
– No podemos quedarnos mucho más que un día o dos, especialmente con Lily aquí. Seguirán viniendo hasta que me encuentren.
¿Y por que la ponía tan triste? Mientras había anhelado la libertad, una parte suya había estado aterrorizada de salir al mundo sin una pista de lo que afrontaría.
Ken le rodeó la espalda con su brazo y la levantó a una posición sentada, estabilizándola cuando se balanceó con debilidad.
– ¿Por qué no te escapaste? No puedes decirme que tu y las otras mujeres, todas soldados entrenados, todas realzadas psíquica y físicamente, no pudieron salir en todo este tiempo.
Mari presionó una mano contra su corazón que golpeaba rápidamente. ¿Alguien podía admitir cobardía al hombre que había sido torturado tan horriblemente? No podía encontrar sus ojos.
Ken cogió su barbilla y la forzó a levantar la cabeza.
– Mari, para esto. Fuiste criada por un loco en un ambiente de disciplina y deber.
– Al principio, no pensé en ello en absoluto. Me gustaba el entrenamiento y la disciplina. Había un montón de actividad psíquica, y sobresalía en el entrenamiento con armas y el mano a mano, así que era simplemente un estilo de vida para mí. No conocía que otro tipo de vida realmente existía. Y estaba Briony. Estaba muy asustada por ella. Él prometió que tendría una buena vida si cooperaba con él. Cuando leía sobre las familias, solo imaginaba a Briony en el papel y estaba todo bien.
Mari balanceó sus piernas por el lado de la cama, probando la fuerza de su pierna herida. El Zenith curaba rápido, pero todavía tenía que trabajar los músculos para ponerlos en forma, y Ken tenía razón estaba temblorosa por la debilidad.
– ¿Cuándo empezasteis a daros cuenta de que no toda la gente vivía de la manera en lo hacías?
– Whitney nos dio una excelente educación. Quería soldados inteligentes capaces de tomar decisiones rápidas cuando fuéramos aislados de nuestra unidad, pero haciendo eso, nos animó a pensar por nosotros mismos. No llevó mucho tiempo darse cuenta de que nuestro complejo era una prisión, no una casa.
Dio un paso en el suelo, sumamente consciente del calor del cuerpo de Ken que rezumaba de sus poros cuando su brazo rodeó su cintura para estabilizarla. Su olor le envolvió, nublando su mente por un momento, hasta que todo en lo que pudo pensar era en la sensación de su piel contra la de ella. Quería quitarle la camisa para poder examinar las cicatrices de su pecho y más abajo de su vientre…
– Detente. No soy un santo, Mari.
Mantuvo la sonrisa para si misma. Le gustaba el borde áspero en su voz y la manera en que sus ojos, de un plata tan alarmante, se oscurecían con un hambre tan intensa siempre que pensaba en tocar su cuerpo.
– No te ha costado mucho serlo, ¿verdad?
Ken se tragó su respuesta. No le había tomado demasiado antes de su captura en el Congo, pero había pensado que esa parte de su vida se había ido hacia mucho. Mari lo había cambiado todo. Su cuerpo estaba duro, lleno y muy dolorido con solo la ligera caricia de su suave piel contra él. Nada había conseguido acelerarlo desde su retorno de África, nada ni nadie hasta Mari. ¿Podían las feromonas ser tan poderosas? ¿Tan poderosas que no solo le atrajese sexualmente, sino también emocionalmente?
Caminó con ella a través de la habitación sin contestarle. Solo pensar en sexo era suficiente para hacerle sentirse un salvaje.
Después de unos minutos, Mari salió del baño pálida, su cuerpo se tambaleaba. Ken no espero que tratase de caminar de vuelta a la cama. La cogió en brazos, acunándola contra su pecho. Por un momento se tensó, manteniendo su cuerpo alejado del de él, la resistencia recorrió su cuerpo.
– No luches conmigo. Estás tan débil como un gatito ahora mismo. Puedes hacer flexiones mañana, pero por ahora voy a llevarte de vuelta a la cama.
Ella lo miró con sus grandes ojos oscuros, sus labios pecaminosamente llenos y una mirada entre inocente y tentadora, y sabía que estaba perdido.
– Condenados infiernos -murmuró, siguiendo a través de la habitación y colocándola en la cama-. No puedes mirarme así, Mari.
Se inclinó, enmarcando su cara con las manos deslizando los pulgares por su suave piel una vez, antes de tomar posesión de su boca. Había pensado, esperado, que este primer beso hubiera sido un desengaño, pero en el momento en que tocó sus labios, provocando y tirando con sus dientes hasta que ella se abrió para él, estuvo inmediatamente fundido. La besó una y otra vez, robando su aliento, dándole el suyo, ahogándose en la necesidad.
Ella freía su cerebro. Ni siquiera podía pensar claramente, su cabeza rugía, el trueno en sus oídos, su corazón palpitaba, y su cuerpo tan duro y rígido, frotó su palma sobre el grueso bulto desesperado por aliviarse. Ella había hecho esto, lo hizo volver a vivir, sentirse como un hombre de nuevo. Le había devuelto su vida, y si tomaba lo que su oscura mirada estaba ofreciendo, podría destrozarla completamente.
Ken se forzó a alejarse del borde de la locura, alejando su mano de ella y dando un paso atrás para empujar sus dedos a través de su pelo con agitación. Su respiración salía en jadeos irregulares. La deseaba tanto que por un momento no podía pensar coherentemente, no podía pensar en nada más que en su suave piel y en su exuberante cuerpo. Dio otro paso atrás.